En la investigación acerca de los autores del mundo clásico, la discusión y las dudas acerca de la autoría son continuas, pues existe un buen número de pseudos: libros que se transmitieron con el nombre de un filósofo, pero que ahora se considera que no son suyos.

Uno de estos autores me resultó muy útil en mi viaje escéptico hacia la India en Sabios ignorantes y felices: el Pseudo Calístenes, que escribió Vida de Alejandro Magno, y que, con casi total seguridad, no tiene nada que ver con el sobrino de Aristóteles que viajó junto al conquistador y los filósofos Anaxarco y Pirron.

También existe un Pseudo Aristóteles, un Pseudo Demócrito, un Pseudo Luciano, un Pseudo Platón, un Pseudo Plutarco e incluso un Pseudo Zenón de Citio, el estoico, un libro escrito en armenio.

En la investigación epigráfica acerca de la autoría de cada libro, podemos decir que, de nuevo, vemos el método escéptico en acción, no sólo cuando se refuta una atribución y se acaba con una creencia que se tomaba por cierta, sino cuando se disuelve un error. Si descubrimos que el libro atribuido a Calístenes no fue escrito por él, no sólo estamos refutando una creencia falsa, sino que, además, ahora sabemos que fue escrito por otra persona. Esto demuestra que aplicar el escepticismo en una investigación no solo sirve para sembrar dudas, sino que también puede aportar nuevos conocimientos: ya no se considerará que conservamos el libro de Calístenes.

Por otra parte, estas investigaciones, aunque sigan un método escéptico, no sólo las puede hacer una persona escéptica, pues muchos pseudoautores en la historia de los textos cristianos han sido descubiertos por cristianos ortodoxos y, por lo tanto, dogmáticos (puesto que siguen un dogma religioso).

El método escéptico en esencia pone en duda algo que se ha aceptado como verdad, muestra que se trata de una falsa atribución y añade una etiqueta: «Pseudo», que es una confesión de ignorancia, pues significa: «No sé quién lo escribió».

En definitiva, las acusaciones que se hacían a Arcesilao y otros escépticos de que refutaban las ideas ajenas, pero no proponían una nueva verdad ni aumentaban nuestro conocimiento del mundo, son como las de un historiador primerizo que protestase porque quienes le añaden el pseudo a una obra atribuida a Calístenes, a Aristóteles o a Platón no proponen nada positivo. Lo positivo es que sabemos que ellos no son los autores de esos libros, que ya es bastante.