CUENTOS CHINOS: El gobernador del Sur , de Li Gongzuo

Había una vez en un lugar de la lejana China, un soldado que se llamaba Fen. Aunque había luchado en muchas batallas, apenas tenía dinero.

— ¡Y yo que creía que me haría rico gracias a lo buen espadachín que soy! -se lamentaba el pobre Fen.

Un día, Fen salió a dar un paseo por el jardín de su casa y se sentó junto a una acacia que daba una fresca sombra. Era una acacia enorme. Pero entonces oyó una trompeta y vio venir hacia él a dos heraldos que vestían con túnicas rojas y armaduras brillantes.

— Su majestad, el emperador del Reino de la Gran Acacia -dijeron los dos heraldos a la vez- nos ha ordenado que te llevemos a su presencia.

Fen se incorporó al instante y acompañó a los dos hombres hasta un carruaje de color verde tirado por cuatro caballos blancos. Muy sorprendido, subió al carruaje y enseguida el cochero se dirigió hacia la acacia.

— ¡Adentro! -dijo el cochero, y guió los caballos hacia el árbol.

–¡Ay, ay ay! -gritó Fen, cerrando los ojos.

En cuanto volvió a abrir los ojos, Fen vio que entraban por un agujero y  recorrían un paisaje maravilloso. A lo lejos pudo ver una ciudad, y en la ciudad un castillo. Después, llegaron a las murallas del castillo, en las que estaba escrito en letras de oro: «Bienvenido al Pacífico País de la Gran Acacia». Entraron en el castillo y, tras recorrer varias calles llenas de gente, se detuvieron junto a un palacio con una cúpula que brillaba como el sol. Nada más bajar del carruaje, Fen vio que se le acercaba un anciano de barba blanca que llevaba una corona de diamantes y rubíes.

–Este debe ser el emperador -pensó Fen, e hizo una reverencia muy cortés .

–He oído hablar de tu valor como soldado -dijo el emperador- y  quiero que te cases con mi hija menor. Espero que no te parezca demasiado poco mi pequeño reino.

«Será un honor, majestad», respondió Fen, que pensaba: «¿Cómo es posible que un simple soldado como yo pueda convertirse en príncipe?»

Pero no dijo nada, no fuese a ser que el emperador se arrepintiese. Durante los siguientes días, Fen vivió rodeado de lujo y comodidades y conoció a muchos habitantes de aquel reino. Todos tenían nombres muy raros, como Mujer del Charco Trasparente, General del Monte Arenoso o Ministro del Foso de Maíz. Finalmente, le presentaron a la que iba a ser su esposa, la princesa de la Rama Dorada.

–Es la mujer más hermosa que he visto nunca -pensó Fen-. Esto sí que es suerte.

Tenían nombres muy raros: Mujer del Charco Trasparente, General del Monte Arenoso o Ministro del Foso de Maíz Clic para tuitear Y como estaba un poco preocupado porque no sabía cómo se portan los grandes señores, decidió estudiar todos los días durante varias horas. Leyó muchos libros, aprendió a cocinar, a bailar, a comer sin coger la carne con las manos y a discutir sin gritar. Cuando llegó el día de su boda con la princesa de la Rama Dorada, nadie habría sido capaz de descubrir que lo único que había tenido Fen en su vida anterior era una casita con un jardín.

— Querido hijo -dijo el emperador a Fen después de la boda-. Ahora eres un príncipe, así que puedes vivir conmigo en el Palacio de la Tortuga.

Y allí se fueron a vivir el príncipe Fen y la princesa de la Rama Dorada. El palacio tenía una cúpula gigantesca y estaba lleno de salones y habitaciones lujosas. Aunque Fen era muy feliz, seguía bastante preocupado por si algún día se le acabaría la suerte, así que, cuando el emperador le hizo llamar, se temió lo peor.

–Majestad -dijo Fen intentando disimular sus nervios-, ¿qué deseáis de mí?

— Te he hecho llamar -dijo el emperador- porque quiero que seas el gobernador de la Provincia de las Raíces, que es  la que está más al sur de mi reino.

Fen, naturalmente, no podía decir que no, así que hizo una profunda reverencia y se puso en camino junto a su esposa hacia la Provincia de las Raíces. Como había estudiado mucho, puso en práctica lo que había aprendido. Mandó construir graneros para que nunca faltara comida, ni siquiera en los años de sequía. Y hospitales para los pobres, y colegios para que todos los niños pudiesen estudiar. En poco tiempo, solucionó todos los problemas de la Provincia de las Raíces. Un día le llegó un mensaje urgente del emperador: «Querido Fen. Has sido un gran gobernador de la Provincia de las Raíces, pero necesito que me ayudes a luchar contra el País del Melocotón, que acaba de invadir mi reino».

Sin dudarlo ni un instante, Fen se puso al mando de su ejército y se dirigió a la capital del reino. Llegó justo a tiempo para salvar al emperador y liberar el palacio  de la Tortuga.

— Gracias a ti -le dijo el emperador- se ha salvado mi reino. Así que he decidido que seas mi heredero.

Fen se puso muy contento, aunque no sabía si sería capaz de gobernar un reino con tantos habitantes. Pero un día, el emperador hizo llamar a Fen.

— Mi querido Fen, tengo malas noticias que darte. Escucha lo que dicen los  adivinos del reino: «El cielo y las estrellas muestran que un gran peligro amenaza el reino. Habrá grandes inundaciones y tendremos que abandonar la capital por culpa del hombre que vino de fuera».

–Majestad -dijo Fen-, ¿No pensaréis que yo puedo ser ese peligro del que hablan los adivinos?

–No lo sé, pero tú eres el único hombre que ha venido de fuera.

–Pues entonces me iré -aseguró Fen-. Así no podré hacer ningún daño a vuestro reino.

Y la verdad es que Fen sentía tanto amor por el reino de la Gran Acacia, que no quería que le pasase nada por su culpa. Muy triste, se despidió de la princesa de la Rama Dorada y pidió que le condujeran de vuelta a su casa en el carruaje verde. Los dos heraldos de las túnicas rojas le llevaron por los mismos caminos por los que había venido años antes, y salieron de un brinco por un agujero. Fen se dio cuenta de que estaba otra vez en su jardín, pero lo que más le sorprendió fue verse a sí mismo dormido junto al árbol.

–¡Fen, Fen, despierta! -dijeron los dos heraldos a la vez.

–¿Qué sucede? -preguntó Fen, pero al abrir los ojos vio que quien le hablaba era un amigo suyo y que allí no había ni heraldos ni carro, ni caballos.

— ¿Dónde se han ido todos? -preguntó Fen.

— Si aquí sólo estamos tú y yo -le contestó el amigo-. Me parece que has estado soñando durante un buen rato.

¡Todo había sido un sueño! Eso decían todos, pero Fen no quería creer que el País de la Gran Acacia no existía y se pasaba los días sin comer ni dormir, recordando al emperador y a la princesa  y buscando el agujero en el árbol. Sus amigos estaban tan preocupados por él, que decidieron que lo mejor sería cortar la acacia, a pesar de las protestas de Fen.

Al cortar el tronco, descubrieron el agujero del que había hablado Fen. Removieron la tierra y vieron un gran hormiguero lleno de galerías. En cada galería había diminutas construcciones y, en una galería muy ancha, vieron un caparazón de tortuga boca abajo, y cientos de hormigas que intentaban escapar. Un poco más allá descubrieron otra galería que atravesaba las raíces de un árbol y todavía más lejos descubrieron un hormiguero al pie de un melocotonero.

— ¿Lo véis? -dijo Fen-. Es todo como yo os lo conté. El palacio de la Tortuga, el País de las raíces, el reino de la gran acacia y el país del melocotón.

— Es verdad -respondieron los amigos, que seguían sin creerle-. ¿Pero ya ves que no se ha cumplido lo que dijeron los adivinos. Todo eso de las inundaciones.

Y nada más decir eso, empezó a caer una tormenta tremenda. Fen quería quedarse para ayudar al emperador de las hormigas, pero sus amigos le obligaron a entrar en casa. Cuando acabó la tormenta, Fen salió al jardín. El agujero estaba completamente inundado, y ya no quedaba nada del Reino de la  Gran Acacia.

Desde entonces, Fen, ya no sabía si es que había soñado todo aquello o si había sucedido de verdad. Pero, por si acaso, nunca más volvió a dormirse junto a un árbol.

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Este cuento fue escrito por Li Gongzuo durante la dinastía Tang (618-907). Es uno de mis cuentos preferidos, aunque mi versión carece del encanto meticuloso del original, ya que tuve que prescindir de casi todos los detalles para ajustarme a la longitud requerida por la colección. El lector puede leer un comentario sobre el cuento en El tiempo de la fábula en «El gobernador del sur«.


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Puedes leer este cuento y otros cuatro relatos chinos en Espíritu de pez y otros cuentos chinos.

Los otros cuentos son: Mulan, El paisaje de la dambu,, El rey mono y el robo de los melocotones,  y Espíritu de pez.

Todos ellos adaptados por Daniel Tubau.

 

 

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