Parece difícil de creer

En la investigación acerca de los primeros escépticos griegos, existe un gran enigma, que tiene que ver con un filósofo llamado Pirrón de Elis. Los estudiosos no se ponen de acuerdo en si era un escéptico metafísico o tan sólo epistemológico. Dicho en claro castellano: si pensaba que la realidad era en sí misma tan cambiante y escurridiza que no poseía una naturaleza definida (eso sería metafísica ) o si lo que pasaba es que los seres humanos no somos capaces de conocer la realidad, sea esta definida o indefinida (eso sería la epistemología, gnoseología o teoría del conocimiento).

Averiguar qué pensaba Pirrón resulta muy difícil, porque no escribió nada. Lo que sabemos de su filosofía es lo que nos han trasmitido testimonios de discípulos suyos como Nausífanes o Timón de Fliunte, pero esos testimonios no acaban de coincidir ni son lo suficientemente claros.

Sin embargo, existe un breve texto que podría resolver la cuestión. Es el llamado «Pasaje de Aristocles».

En este breve pasaje se conservaría la opinión de Pirrón acerca de este asunto de si podemos o no conocer la realidad, o bien si la realidad es definida o indefinida en sí misma.

El problema es que ese texto lo conservó un escritor cristiano llamado Eusebio, que escribió muchos siglos después de la época de Pirrón.

Eusebio lo que hace es citar a un filósofo de la escuela peripatética o aristotélica llamado Aristocles.

Y en el pasaje de Aristocles, lo que sucede es que este autor cita un testimonio de Timón de Fliunte, discípulo de Pirrón.

Y en este testimonio de Timón se dice lo que pensaba Pirrón.

Así que la interpretación del pasaje resulta especialmente difícil, porque no se sabe del todo qué es lo que opina Eusebio, qué es lo que opina Aristocles, qué es lo que opina Timón y, finalmente, qué es lo que opina Pirrón.

Las discusiones acerca de estas breves líneas han llenado miles de páginas y los expertos discuten acerca de cada palabra, intentando descifrar el pensamiento de Pirrón. En Sabios ignorantes y felices me referí brevemente a este célebre «Pasaje de Aristocles», pero decidí no enfangarme en una discusión interminable, que podía resultar poco interesante y en exceso académica para un libro que (esa era mi intención) fuera accesible para cualquier lector inteligente con un mínimo interés en la filosofía. Eso sí, he escrito un breve ensayo llamado «El extraño caso del pasaje de Aristocles», que pronto subiré a estas páginas escépticas.

Pues bien, vayamos al asunto de esta entrada.

En su libro El Buddha griego, Beckwith sostiene que las ideas del escéptico Pirrón proceden de la India, aunque no descarta que suceda al revés, creo recordar.

Uno de los que ha examinado a fondo el pasaje de Aristocles es Christopher I. Beckwith. Para decidir si una opinión en disputa pertenece a Timón o a Pirrón, es decir si Timón refleja fielmente el pensamiento de su maestro, dice que hay varias cosas difíciles de creer a propósito del texto de Aristocles, como que las ideas de Pirrón y Timón no coincidieran y que Pirrón no se quejara por ello.

En primer lugar, puesto que Pirrón era famoso por su indiferencia ¿por qué se iba a quejar, si todo le resultaba indiferente?

En segundo lugar, a Beckwith le parece también difícil creer que los rivales no señalaran y aprovecharan esas diferencias entre maestro y discípulo.

Pero ¿es tan difícil de creer? En especial, teniendo en cuenta que apenas conservamos testimonios de aquella época, acerca de Pirrón o acerca del propio Timón, y los que conservamos fueron escritos muchos siglos más tarde, por ejemplo por Diógenes Laercio en sus Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres.

En tercer lugar, para Beckwith también es difícil de creer que un filósofo como Aristocles, «conocido por su rigor», se conformara con refutar una caricatura del pirronismo, en vez de los mejores argumentos, puesto que los propios alumnos de Aristocles le habrían dicho:

«La broma es buena, maestro, pero cuando nos encontremos con un pirrónico y en vez de esta caricatura nos ofrezca mejores argumentos, ¿qué haremos? Nos veremos a su merced, porque no nos has dado buenos argumentos contra los mejores del pirronismo».

A mi lo que me resulta difícil creer es que Beckwith no se haya dado cuenta de que ese es el proceder habitual de los filósofos cuando quieren refutar a sus rivales: no presentan sus mejores argumentos para entonces rebatirlos, sino una caricatura, un hombre de paja al que es fácil golpear porque apenas se defiende. Es lo que hace Agustín de Hipona cuando, tras saquear los argumentos que le resultan útiles de Cicerón, procede a refutar (es un decir) la filosofía de los académicos (los filósofos escépticos de la Academia de Platón); es lo que hace Ludwig Wittgenstein cuando pretende refutar la teoría del lenguaje de Agustín de Hipona presentándola como la que se expone en las Confesiones y no en el libro en el que Agustín se ocupó a fondo del asunto: El maestro o Sobre el lenguaje. Es lo que hace, en fin, el estoico Epicteto cuando pretende refutar la compleja filosofía del escepticismo y la duda diciendo que un escéptico se moriría de hambre porque nunca estaría seguro de si debe meterse el alimento en la boca o en las orejas. Siempre resulta más fácil destruir a una caricatura que a un filósofo de carne y hueso, y ese ha sido el proceder de casi todos los filósofos a lo largo de los siglos (y de los políticos e ideólogos, por supuesto).

En filosofía hay muchas cosas difíciles de creer.

Es difícil creer que Platón realmente creyera que exista un mundo habitado por arquetipos, y es difícil creer que no tuviera una respuesta cuando sus jóvenes discípulos le sugerían argumentos para refutar esa existencia física de las Ideas, como el de «el tercer hombre» o los de los cínicos, con los que Platón convivió y con los que discutió. Es difícil creer que Descartes creyera apenas por un segundo que había logrado refutar el argumento del genio maligno simplemente diciendo que Dios no puede ser engañador porque entonces no sería un buen dios. Es difícil creer que alguien haya creído alguna vez que somos pecadores porque una mujer llamada Eva mordió una manzana, o que en el ritual de la eucaristía un pedazo de pan y una copa de vino se conviertan en carne y sangre de Cristo; es difícil creer que una virgen quedara embarazada, que en el cielo nos esperen 72 hermosas huríes; es difícil creer que alguien crea en las predicciones astrológicas, es difícil creer que alguien crea que eres mejor que los demás por que has nacido en un lugar determinado.

Es difícil creer que tantas personas hayan creído en tantas cosas absurdas.

Y, sin embargo, millones de personas han creído en todas esas fantasías que acabo de enumerar, y millones creen en ellas incluso hoy en día. Filósofos eminentes han creído en las ideas más absurdas y algunos han estado dispuestos a morir por ellas.

La teoría del lenguaje de Agustín de Hipona que Wittgenstein no refuto (porque seguramente no leyó el libro)

Así que hay que tener cuidado con el argumento del silencio: «que algo no se sepa no quiere decir que haya o no haya existido», y también con el de la dificultad de creer que algo haya sido creído, porque no son demostrativos. Admito que yo mismo los empleo, porque también a mí me resulta difícil creer ciertas cosas, ciertas opiniones, ciertos argumentos que defienden los filósofos, y me resulta más difícil creer que ellos crean en tales cosas, pero admito que se trata de suposiciones mías subjetivas, que a menudo o siempre son provocadas, en el caso de Pirrón de Elis, por nuestro deseo de presentar un retrato coherente y consistente de una filosofía fragmentaria, terriblemente fragmentaria, como lo es la del escepticismo griego.

Por cierto, también es difícil creer que Aristocles no conociera los buenos argumentos de Pirrón, y que sin embargo nosotros sí los conozcamos… ¡a partir del propio texto breve de Aristocles!

Descubre a los escépticos de Grecia y Roma.

Ariel editorial
568 páginas

Sabios ignorantes y felices: lo que los antiguos escépticos nos enseñan

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