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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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Algunas opiniones acerca de Tucídides y la guerra entre Esparta y Atenas

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Tucídides y la democracia 35

Hay que recordar que aquí se expresan algunas opiniones que escribí para mi amigo Marcos Méndez Filesi en esta modesta investigación que hice para él, tras una discusión que mantuvimos en 1991.

Recojo aquí las impresiones que he obtenido al leer a Tucídides. No pretendo en este apartado conseguir un rigor que sólo una lectura atenta me permitiría, sino que me limito a exponer brevemente algunas de las cosas que me han llamado la atención. Naturalmente, sólo aquellas cosas que tengan relación con lo tratado en este trabajo.

Primero: ya estaba sobre aviso, lo reconozco, acerca de la manera en la que Tucídides dirige al lector, de uan manera sutil pero firme, hacia ciertas opiniones, como la inevitabilidad de la guerra, el carácter remolón de los espartanos y el emprendedor de los atenienses, etcétera. Así que no diré que he descubierto tal cosa, ni siquiera el papel que juegan los discursos en este proceso: simplemente me he limitado a constatarlo.

Respecto a lo anterior, Alsina dice que para Tucídides Atenas es actividad, “término bajo el cual, en el historiador, se esconde la idea de imperialismo (59)”.

La característica de Esparta es, por el contrario, “una lentitud en entrar en acción, pero una férrea determinación cuando lo hace (59)”.

Estoy de acuerdo en que Tucídides presenta así a las dos ciudades rivales y que tal vez da una importancia desmesurada a esas idiosincrasias naturales de Atenas y Esparta. Y no sólo en los primeros capítulos, sino a lo largo de toda la obra (creo que he señalado todos los pasajes relacionados con esto, así que si te interesa, Marcos, te diré cuáles son).

 Segundo: hay una cuestión muy controvertida, la de si Tucídides tuvo como primer propósito presentar a los aliados de Esparta como principales culpables de la guerra, transfiriendo luego la culpabilidad a la propia Esparta, que actuaría, no arrastrada por sus aliados, sino por sí misma.

La verdad es que a mí los primeros capítulos me han dado la impresión de que Esparta entra en guerra arrastrada por Corinto. Corinto queda, creo yo, como la principal responsable, y no Esparta. No sé en qué se basa la idea, que he leído al menos en dos textos diferentes, del cambio de opinión de Tucídides, aunque no niego que pueda tener fundamento.

Tercero: las causas que Tucídides da de la guerra me parecen muy simplistas, aunque no por ello tienen por qué ser enteramente falsas. La principal es: “la preocupación de Esparta por el poderío de Atenas», lo que resulta muy convincente, pero es como descubrir la sopa de ajo o el Mediterráneo.

F.M.Conford (“en un revolucionario libro», según Alsina, publicado a principio de siglo) niega a Tucídides el entendimiento de la verdadera causa de la guerra. Conford cree que esta causa fueron las presiones que sobre Pericles ejercía la clase mercantil del Pireo y de Atenas”.

En la Antigüedad también se acusaba a Pericles (creo que lo hace, por ejemplo, Plutarco) de haber provocado o aceptado la guerra para ocultar su malversación de fondos públicos. Yo, no sé cuál fue la causa eficiente o material de la guerra, aunque sí saqué la impresión clarísima, que creo que es innegable, de que Pericles deseaba la guerra. De ello hablaré más adelante.

En cuanto a la causa de la guerra, Momigliano opina:

“Para Tucídides la causa profunda sería la desconfianza de Esparta y sus aliados hacia el creciente poderío imperial de Atenas. Esta distinción ha sido alabada por los modernos. Nada ha contribuido tanto a esa distinción (entre causas profundas y superficiales) a procurar a Tucídides la fama del más científico entre los historiadores antiguos”.

Sin embargo, añade Momigliano:

“En esto hay seguramente un equívoco. Si hay algo que Tucídides no logra hacer, es explicar los orígenes remotos del conflicto entre Esparta y Atenas. Toda la historia diplomática y social de los treinta años anteriores a la Guerra del Peloponeso está quizá irremediablemente perdida para nosotros justamente porque no interesaba a Tucídides”.

Tucídides, concluye Momigliano (y yo con él en esta larga cita):

“es muy superior a Heródoto al explicar la conducta real de la guerra de la que se ocupa, pero es mucho menos convincente que Heródoto en revelar los orígenes remotos de la guerra (Momigliano, 157)”.

Cuarto: Sigo respetando la figura de Pericles, pero no voy a negar que ha quedado bastante dañada. Es un belicista encendido, que inicia la guerra negándose a cualquier negociación y que la continúa aún cuando el buen sentido y la prudencia exigían una paz más o menos honrosa, para intentar hacer frente a la terrible epidemia que acabó con el propio Pericles, oponiéndose a quienes pedían esa paz.

El respeto de Tucídides por Pericles supongo que impedía al historiador criticarle y proporcionarnos las razones de los pacifistas que, como han señalado varios autores, son completamente silenciadas por el historiador (se dice que los atenienses estaban hartos de la guerra y acusaban a Pericles, pero no se da ni una linea de sus discursos). Tampoco se transcribe ninguna opinión de los atenienses no imperialistas, que también los había, según asegura De Romilly.

Algunos dicen incluso que Tucídides, viendo el desastre de la guerra y la derrota de Atenas, también llegó a pensar que el imperialismo había sido una equivocación.

Este belicismo de Pericles también ha sido señalado por Alsina (86), que compara las razones del dirigente ateniense con las del káiser y personajes similares para incitar al pueblo a la guerra. De esto, y del pacifismo en general, se hablará en la Conclusión.

Al leer los discursos existe una tentación que es posiblemente causa de muchos errores: cuando leemos razonamientos a favor de la democracia y a favor de Atenas, pueden parecernos muy convincentes debido a que coinciden con nuestras ideas, y eso nos hace pensar que también debían resultar convincentes para Tucídides.

Sin embargo, si uno intenta despojarse de sus ideas políticas y lee con simpatía los discursos del lacedemonio Brasidas, sus palabras resultan tanto o más convincentes que las de sus rivales.

Precisamente, ha sido señalada la simpatía, en mi opinión indiscutible, de Tucídides hacia Brasidas; Alsina dice que Tucídides “siente una inconfesada simpatía por Brasidas” (101).

Es en los comentarios casi casuales de Tucídides acerca de éste o aquél personaje, y no en los propios discursos de estos personajes, donde hay que buscar las simpatías de Tucídides como ya he dicho en algún momento.

Quinto: Esta es una opinión más de índole personal, y no directamente relacionada con lo anterior.

Leyendo a Tucídides se ha quebrado completamente la imagen más o menos idílica que me pudiera quedar de la Grecia clásica, al menos en comparación con otras civilizaciones, pues no creía tampoco en el paraíso a la manera cretense que, como tú mismo me has comentado, ya no se sostiene apenas.

He visto una crueldad desmesurada con los vencidos, asesinatos, matanzas y traiciones en el más puro estilo asirio. Todo ello, junto a momentos de clemencia y de humanidad, aunque siempre movidos por el interés militar o estratégico, como resalta repetidamente el propio Tucídides.

No sólo es malo que se estén matando unos a otros durante la Guerra del Peloponeso, sino que antes de la guerra, como cuenta Tucídides no deja de haber conflictos continuas entre unas ciudades y otras, o dentro de la misma ciudad.

La verdad es que, después de leer a Tucídides, esa época no sería una de mis predilectas si pudiese viajar al pasado. Me parece que sería preferible la Atenas vencida, aquella que Finley y tantos otros, siguiendo un arquetipo, no por menos repetido menos falso, consideran decadente. La Atenas también democrática, en la que vivieron los cínicos, Epicuro y sus seguidores, los primeros estoicos, etcétera.

Sexto: por razones ajenas a la misma obra, tendemos a leer la historia de Tucídides como un enfrentamiento entre la democracia y la oligarquía (o dictadura o como se quiera llamar al régimen espartano).

Pero Tucídides en ningún momento plantea así los términos. Nunca habla de una guerra entre democracia y oligarquía, sino, en todo caso, la lucha entre el imperio ateniense, que presenta inequívocamente como despótico, y la Esparta liberadora de los pueblos griegos.

Atenas tampoco parece luchar por la democracia, como demuestra su ataque a Argos, aunque después se alía y desalía a Sicilia (en donde predominan los regímenes democráticos). Si no recuerdo mal, la gran enemiga de Atenas, la ciudad beocia de Tebas, también tiene un régimen democrático.

Una pregunta tonta: ¿Por qué se titula “Historia de la guerra del Peloponeso?”. Parece que Tucídides lo tituló simplemente Historia.

La verdad es que, excepto el episodio de Pilos y los enfrentamientos en la Argólide, que casi ni siquiera se considera el Peloponeso, creo que toda la guerra se desarrolla fuera del Peloponeso.


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