Epílogo a Kant, por Goethe

Una vez subida a esta página la sección dedicada a Goethe y Kant de mi antiguo trabajo acerca de Goethe, se ha vuelto a despertar mi interés hacia la compleja relación entre estos dos célebres personajes. Sentí la tentación de sumergirme de nuevo en los libros de Goethe y en los de Kant, pero se impuso el sentido común y lo dejé para mejor ocasión. Así que me limitaré aquí a algunos pequeños comentarios, sin entrar en honduras y arriesgándome a cometer errores, nacidos de mi largo alejamiento de este asunto y de la dificultad siempre inevitable para cualquiera que pretenda entender con claridad la filosofía de Kant.

En una de las citas de la entrada anterior, Goethe aludía a que en La metamorfosis de las plantas, libro que escribió antes de leer a Kant, ya establecía él mismo la distinción entre sujeto y objeto, algo que quizá no es especialmente notable, porque no se trata de un descubrimiento inesperado de Kant, sino que ya era común en la antigüedad grecolatina y en particular entre los escépticos. Tal vez esa distinción no estaba tan clara en la filosofía de Wolf, establecida a partir de la de Leibniz, que quizá identificó de manera acrítica los fenómenos o apariencias con las cosas, pero no podría asegurarlo. En cualquier caso, Goethe también menciona acerca de este asunto otro escrito suyo:

“Escribí después la Teoría del ensayo, que debe considerarse como crítica del sujeto y del objeto y como elemento intermedio entre ambos”.

Busqué ese ensayo de Goethe, pero no lo encontré en su extensísima obra, aunque sí descubrí otro, que se publicó en 1792: El experimento como mediador entre sujeto y objeto.

Una consulta a las Conversaciones de Eckermann, en la nueva traducción publicada por Acantilado, me ha resuelto las dudas y he visto que Teoría del ensayo es precisamente El experimento como mediador entre sujeto y objeto.

Ya he citado un párrafo de ese ensayo, en el que Goethe expresa de manera elegante una crítica a Kant y a los pensadores que construyen un mundo de conceptos propios, en el que se mueven como en “un reino despótico”, y rechazan habitar en una república en la que todos puedan opinar compartiendo conceptos y observaciones comunes. El breve ensayo resulta muy interesante ya desde el mismo título (El experimento como mediador entre sujeto y objeto), puesto que Goethe plantea una salida a la idea de Kant de dos mundos estancos: el de los objetos, por un lado, y el de los sujetos que perciben esos objetos, por el otro lado.

Sin mencionar a Kant, Goethe desarrolla un planteamiento que descarta la separación absoluta entre las cosas (los objetos, noumenos o cosas en sí) y las apariencias o fenómenos que percibe el sujeto.

Esa es una separación que se supone que establece Kant, y digo “se supone” con toda intención, porque con Kant, a pesar de su extremo rigor y buscada precisión definitoria, nunca se está seguro de lo que dice, y sus seguidores se dividen en mil sectas diferentes, hasta el punto de que algunos aseguran que Kant nunca afirmó que existiera la “cosa en sí”, mientras que otros basan en esa noción casi toda la explicación de su sistema.

Goethe, de manera más sensata en mi opinión, y más escéptica en el buen sentido, es perfectamente consciente de que percibimos apariencias de los objetos, y también de que esas apariencias dependen de la configuración y funcionamiento de nuestros sentidos y nuestro cerebro (mente o razón, formas del entendimiento o como quiera llamarse). Pero no por ello cae en la conclusión ultra escéptica de Kant, o de muchos kantianos al menos, que adoptan un dogmatismo negativo o falso escepticismo, que les lleva a establecer una separación radical entre nuestras percepciones y el mundo exterior. Porque si existiera tal separación, añado por mi parte (pero creo que en acuerdo con Goethe), entonces no habría siquiera percepciones, como es obvio, y nos encontraríamos ante una nueva metafísica de mundos separados e incomunicados, después de, supuestamente, haberla destruido.

Por ello, me parece que, incluso a pesar de que lleguemos a aceptar los ucasés de ese reino despótico kantiano y concedamos que percibimos las cosas sometiéndolas a las formas del espacio y el tiempo, no se puede dogmatizar acerca de que nunca podremos saber cómo son las cosas, o pontificar acerca de la célebre y confusa cosa en sí.

Entiendo que en su artículo, Goethe se refiere a todo lo anterior, aunque lo he explicado con mis propias palabras y no con las suyas, y que, a pesar de que alerta de los riesgos de la confianza ciega en el experimento, también señala que es gracias al experimento como podemos poner a prueba la naturaleza de esos objetos a los que no podemos acceder de manera inmediata.

Ponemos a prueba, o interrogamos, o torturamos a la naturaleza (como decía algún extremista de la Royal Society) mediante apariencias. Y la naturaleza nos responde, de nuevo, mediante apariencias. Cierto, pero se trata de apariencias provocadas, dirigidas, que son una respuesta que nos ayuda a asentar la hipótesis forjada mediante la razón. Y si esa respuesta no es la que esperamos, entonces debemos cambiar la hipótesis, o al menos refinarla y pulir sus errores.

En definitiva, dictaminar que no podemos y nunca podremos conocer la realidad que está tras las apariencias, a no ser sometiéndolas a las formas del entendimiento kantianas o a las categorías aristotélico-kantianas, no es otra cosa que establecer una nueva metafísica dogmática, pero que ahora no habita en los cielos platónicos o en un mundo espiritual separado del conocimiento empírico, sino en el interior de nuestro cráneo. Y es una pura fantasía suponer que esas formas del entendimiento no puedan conectarse de alguna manera, en su origen, en su funcionamiento o en su configuración, con el mundo exterior. ¿Por qué no deberían poder hacerlo? Aunque se que hay ciertos problemas que nos pueden llevar de nuevo a un cierto escepticismo acerca de este asunto (problemas de los que trataré en otra ocasión), también hay buenas razones para pensar que no hay por qué aceptar aquello de “A la naturaleza le gusta ocultarse” de Heráclito y Parménides que tanto juego le dio a Heidegger. ¿Por qué iba a querer ocultarse la naturaleza? La frase es hermosa, pero ¿es verdadera?
Existen muchas maneras y muchas razones con las que intentar sortear esa aparente separación ente sujeto y objeto. Una propuesta interesante fue la de Konrad Lorenz, cuando definió los a priori kantianos como a posteriori evolutivos, pues, ¿de qué otra manera podrían haber surgido en nosotros esos a priori, esas formas del entendimiento, esas categorías, si no es por algún tipo de conexión e interrelación con el mundo exterior, que ni siquiera es tan exterior, puesto que todo parece indicar que nosotros mismos somos parte de él?

En otro pasaje, que menciona Alfonso Reyes (pero no cita su fuente), parece que Goethe dijo algo semejante a lo anterior:

“Las teorías suelen ser la obra precipitada de una inteligencia impaciente que quisiera desembarazarse cuanto antes de los fenómenos y que, por lo mismo, los sustituye con imágenes, nociones y hasta meras palabras. Se ve a las claras que esto no es más que un expediente, un ardid. Pero ¿no viven de tales ardides la pasión y el espíritu de partido?”

Es difícil encontrar una crítica más certera a toda esa filosofía que, en vez de resolver los problemas de este mundo, lo que hace es crear un mundo intelectual paralelo en el que resolver otros problemas, probablemente imaginarios o puramente lingüísticos (como diría Wittgenstein).

Es cierto, como hemos visto en las entradas anteriores, que Goethe hace un gran esfuerzo para encontrar similitudes con Kant, probablemente al darse cuenta de que el filósofo de Königsberg se había convertido en una referencia indiscutible (y no discutible), y que quien se oponía a él corría el riesgo de ser tratado de ignorante. Por eso, busca las coincidencias y mira hacia otro lado para no ver las diferencias, como señala Alfonso Reyes de nuevo:

“Espiga en Kant lo que le conviene. No se para a considerar el abismo que media entre su sentimiento de la naturaleza y la concepción kantiana: negación de lo sensible, rebajamiento de lo natural a un extremo que Goethe jamás admitiría, aun cuando creyera también en la superioridad absoluta de la libertad humana y de la voluntad moral”.

Finalmente, añade Reyes esta opinión de Schiller, entusiasta kantiano que finalmente renunció a convertir a su amigo Goethe a la nueva filosofía:

Schiller, aún no ganado completamente al criticismo, considera imposible que Kant convenza realmente al autor del Werther, y escribe a Koerner que Goethe transforma sus lecturas kantianas de un modo de veras extraño: “Su filosofía es demasiado material.”

Finalmente, otra cita de Goethe acerca del curioso método kantiano:

“Al tratar de penetrar en la filosofía de Kant, o al menos aplicarla lo mejor que pude, a menudo tuve la impresión de que este buen hombre tenía un manera pícaramente irónica de trabajar: a veces parecía decidido a poner los límites más estrechos a nuestra capacidad de saber cosas y, a veces, con con un gesto casual, señaló más allá de los límites que él mismo se había fijado.”

Proximamente: Goethe y Fichte

Goethe y los idealistas alemanes

Investigación acerca de la relación entre Johann Wolfgan Goethe y los filósofos idealistas: Kant, Hegel, Fichte, Schelling, Schiller, Schopenhauer y el poeta Holderlin. Escrito hacia 1991.
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La relación de Goethe con los más importantes representantes del idealismo alemán: Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Schiller, Holderlin y Schopenhauer.
Influencia de Kant en Goethe
Kant no hizo nunca caso de mí, pese a seguir yo por mi propio impulso un camino paralelo al suyo.
Semejanzas entre las ideas de Kant y las de Goethe
Paseando por los jardines públicos de Palermo, se me ocurrió de pronto que en el órgano de la planta que solemos llamar la hoja se ubica el verdadero Proteus, que puede esconderse o revelarse en todas las formas vegetales. De principio a fin, la planta no es más que hoja.

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