El sello de cera de Lácides
Numenio nos cuenta una divertida anécdota del sucesor inmediato de Arcesilao en la Academia platónica, Lácides, que fue escolarca o director desde el 242 al 216 a. C.
Dice Numenio que Lácides era tan tacaño que se encargaba él mismo de abrir y cerrar su despensa para no dejarla en manos de sus esclavos. A fin de detectar cualquier robo, cerraba con llave la despensa y después ponía sobre la cerradura un sello de cera que marcaba con su anillo. A continuación, por un pequeño hueco, arrojaba el anillo dentro de la despensa. Finalmente, guardaba la llave en un escritorio cóncavo.
Los esclavos se dieron cuenta de esta costumbre y, en cuanto Lácides se ausentaba, rompían el sello de cera de la cerradura, abrían la despensa con la llave que estaba en el escritorio, comían y bebían a su gusto y, una vez saciados, cerraban la despensa, ponían un nuevo sello de cera marcado con el anillo, echaban dentro de la despensa el anillo por el hueco y volvían a dejar la llave en el escritorio.
Así que, dice Numenio, cuando Lácides descubría las vasijas de comida y bebida vacías (¡a pesar de estar la despensa sellada con su marca!), pensaba que aquello era una prueba de que la realidad era incomprensible , como aseguraba Arcesilao. Y, por eso, decía a su maestro que «ninguna sensación visual ni auditiva es evidente ni sana».
En una ocasión llevó a un familiar a su casa, y le dijo que la epojé o suspensión del juicio que proponían los escépticos y Arcesilao podía ser reforzada por la intervención de lo sobrenatural, y para demostrárselo le contó lo que pasaba en su despensa:
“¿Qué podría decir ahora Zenón el estoico ante una incomprensibilidad tan totalmente manifiesta como la que en estas circunstancias me ha acontecido? Porque yo lo he cerrado con mis propias manos, yo mismo lo he sellado y yo mismo he lanzado el anillo en el interior, pero al volver, cuando abro, veo el anillo dentro, pero no lo demás. ¿Cómo no tendré con justicia que dudar de los hechos empíricos? Porque tampoco diré que alguien haya venido a robar estas cosas, puesto que el anillo se encontraba dentro”.
El familiar, sin embargo, enseguida dedujo lo que había sucedido y le sacó de su error, lo que hizo que Lácides pensara que había estado filosofando en vano.
La anécdota continúa con más enredos, como en una comedia bufa de amos y criados, porque después Lácides se vuelve estoico y cambia de método, pero los esclavos también cambian de estratagema y aprenden las ideas de los escépticos académicos, con lo que en la casa de Lácides, en definitiva, se reproduce la lucha entre el escéptico Arcesilao y el estoico Zenón.
En cualquier caso, aunque al parecer Lácides recogió por escrito las ideas de su maestro, Arcesilao, textos
lamentablemente perdidos, después adoptó doctrinas diferentes, quién sabe si debido a la chusca historia doméstica que nos cuenta Numenio.
(Sabios ignorantes y felices, “El sello de cera de Lácides”)
La anécdota tiene otro detalle muy interesante que no he contado en el libro. Parece que por alguna razón Lácides cambió de método, tal vez porque se lo recomendó aquel familiar al que le contó su historia. Decidió que partir de entonces no dejaría la llave en su escritorio, sino que la llevaría siempre consigo. Pero entonces los esclavos lo que hacían era romper el sello y comerse los víveres, sin volver a cerrar la caja, o cerrándola con un sello parecido al de Lácides. Cuando Lácides les acusaba de robarle, ellos le preguntaban que cómo podía asegurar que había cerrado y sellado la caja y que aquel sello roto o similar no era el que había puesto. ¿Y si su memoria le engañaba? Al fin y al cabo, la memoria, decían, es otra forma de opinión, pues no existe ninguna certeza de que recordemos algo que en realidad no ha sucedido.
Hankinson supone que Lácides pudo haber argumentado que las huellas de la memoria son similares a las impresiones, pero que no todos los recuerdos aparentes son genuinos ni precisos, y que no hay ninguna característica interna que nos permita distinguir un recuerdo verdadero de uno falso, ni tampoco una manera externa de distinguirlos. Hankinson concluye que Lácides merece un reconocimiento como precursor al señalar la importancia del asunto de la memoria en la epistemología y la filosofía de la mente, pues el escepticismo acerca de la memoria “es el escepticismo más poderoso de todos”, como ya señaló David Hume, pues nos hace dudar de nuestra propia identidad. Hankinson asegura que no se conoce ningún pensador anterior a Lácides que desconfiara de manera explícita del testimonio de la memoria. Parece una afirmación arriesgada, que habrá que investigar.
En definitiva, a pesar de la chusca historia del sello de cera, Lácides se ha ganado un lugar en la historia de la filosofía, la epistemología y la ciencia, pues hoy sabemos que es frecuente que inventemos recuerdos, a pesar de que nos parezcan absolutamente verdaderos, como mostró de manera brillante la investigadora Elizabeth Loftus: eso lo conté hace tiempo en Los falsos recuerdos.
Acerca del libro de Hankinson: The Skeptics
Descubre a los escépticos de Grecia y Roma.
Ariel editorial
568 páginas
Sabios ignorantes y felices: lo que los antiguos escépticos nos enseñan