El presente crea el pasado

En cierto modo, se puede decir que la visión de la historia de Tucídides es más la del que mira desde el presente hacia atrás, que de quien mira desde el pasado hacia su propio presente.

«La reconstrucción que Tucídides intenta del pasado homérico no se basa en un análisis objetivo de las condiciones de aquella época, sino que aplica circunstancias sólo válidas para la Atenas del siglo V» (Alsina, 117).

Es decir, es el presente, la Atenas del siglo V antes de nuestra era, lo que determina para Tucídides, al menos en cierto modo, cómo ha sido el pasado.

Se trata, por supuesto, de un rasgo casi inevitable en cualquier historiador, pues, como decía Borges, somos nosotros quienes creamos a nuestro precursores, eligiendo  a aquellos que nos gustan o nos interesan (o nos resultan útiles), sacándolos del olvido, pero dejando, al mismo tiempo, en el silencio a muchos otros. Y también leyendo a esos precursores de una manera nueva, como quizá nunca antes se habían leído.

Quien se dé una vuelta por las hemerotecas del pasado o rebusque en los catálogos de las editoriales de hace cincuenta, cien o doscientos años, descubrirá a un buen número de ilustres desconocidos… Desconocidos para nosotros, pero que en su época eran los autores más leídos. Muchos hechos históricos casi habrían desaparecido de la memoria si no jugasen un papel importante en la justificación del presente. Pensemos en la resistencia de la fortaleza judía de Masada en tiempos de Roma: durante siglos fue olvidada, pero ese pequeño hecho histórico se recuperó cuando los judíos regresaron a Palestina, porque era un buen mito para un estado que vivía en una guerra permanente. Cualquier batalla que haya dado origen a una nación es, por supuesto, recordada por su carácter fundacional, pero otras batallas que fueron trascendentales en su momento, por ejemplo porque significaron la desaparición de un reino del que ya no se volvió a hablar, han quedado enterradas en las arenas del tiempo, casi siempre de manera literal.

Hitler:
Hitler: «Perdóname, camarada, pero es una oportunidad TAN buena!

Aquí podemos recordar de nuevo aquella frase de Alexeiev (si recuerdo bien,) que decía que en los tiempos de Stalin la tarea más difícil para los historiadores no era predecir el futuro, sino predecir el pasado, es decir, teniendo en cuenta los caprichosos cambios de humor del dictador o su necesidad de eliminar no sólo físicamente, sino también de los libros de historia, a sus rivales. Un ejemplo curioso de esta reescritura fue uno de los principios de la estrategia militar de Stalin: el uso del engaño y la sorpresa, que era en su opinión un aspecto absolutamente fundamental. Cuando Hitler rompió el pacto entre nazis y comunistas e invadió la Unión Soviética de manera sorpresiva, la invasión dejó a Stalin tan atónito (a pesar de que el espía  Sorge había avisado de la invasión e incluso de la fecha exacta), que sufrió un colapso nervioso que le impidió reaccionar durante dos semanas. A partir de ese momento, el concepto de engaño y sorpresa en los libros de estrategia militar fue relegado a un papel absolutamente secundario y se prohibió hablar siquiera de esa estratagema, que antes había sido tan querida por Stalin, hasta la muerte del dictador en 1953.

Nosotros creamos a nuestros precursores, dijo Borges. Clic para tuitear Lo anterior, por cierto, me recuerda una investigación que no llegué a terminar: la comparación entre los índices analíticos de libros de diferentes épocas: al hacerlo descubres que hay palabras que aparecen en unos y están ausentes en otros. Digamos (es un ejemplo inventado) que la palabra «fraternidad» no aparecía nunca antes de 1789, o que la palabra «experimento» no aparecía apenas antes de 1650. No es que las palabras no aparezcan en esos libros, tal vez sí tal vez no, el asunto clave es que no aparecen en los índices analíticos. Este tipo de comparaciones nos permite hacer un retrato de una época a veces más certero que atender a los grandes rasgos. Se podría comparar con la atención al detalle de Sherlock Holmes o de Giovanni Morelli, que cuento en No tan elemental.

Lo mismo, sin duda se puede aplicar a Tucídides cuando lee y selecciona pasajes o ideas de la Ilíada: su lectura no es la misma que la de Heródoto, porque las preocupaciones de su época tampoco son las mismas. Heródoto acogerá con interés los pasajes en los que se señala el conflicto entre los griegos y una potencia extranjera (Troya) porque le inquieta el conflicto entre griegos y persas; Tucídides tal vez atienda a los momentos en los que los griegos disputan entre sí, porque en su tiempo el asunto inquietante era la guerra entre griegos y griegos.

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[El texto en otro color ha sido añadido en 2016]

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