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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

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Un menú epicúreo
Últimas conclusiones acerca de Tucídides|| 35
Sócrates y los filósofos discutidores
Algunas opiniones acerca de Tucídides y la guerra entre Esparta y Atenas || 34
Sacro y profano CUADERNO DE VENECIA
¿Inventó Coca-Cola la felicidad?
El buenánimo de Demócrito y los peligros de la envidia
Es más fácil ver que escuchar
¿Ataca Tucídides a Pericles? || 33

Las acciones y sus efectos

Hemos visto que los seres humanos llevamos a cabo acciones y que estas acciones pueden ser físicas o mentales. Es fácil aceptar que las acciones físicas producen efectos perceptibles: si levantamos un techo contra la lluvia, no nos mojaremos cuando vengan las lluvias; si le damos una patada a una roca, sentiremos dolor.

Cuando se trata de las acciones mentales de una persona, los efectos no se pueden observar con tanta facilidad. Precisamente porque para que esos efectos puedan ser percibidos por otras personas tiene que tratarse de efectos físicos, con lo que penetramos de nuevo en el terreno de las acciones físicas.

Si yo le digo a un amigo: “Tráeme la carpeta, por favor», y mi amigo me trae la carpeta, estoy uniendo una acción mental con una acción física. Es decir, una acción mental está teniendo efectos físicos.

La acción mental no es la frase que yo pronunció: “Tráeme la carpeta, por favor”. Esa frase es el efecto físico que traduce una acción mental previa. La acción mental originaria es el pensamiento, intención o deseo de que mi amigo me traiga la carpeta, y mi consecuente intención o deseo de emitir la frase: “Tráeme la carpeta, por favor”.

Se podría decir que ha habido una primera acción mental, el deseo de tener la carpeta, que ha producido otra acción mental, el deseo de pedir a mi amigo que me traiga la carpeta. Esta acción, a su vez, ha producido una acción física: la emisión de la frase “Tráeme la carpeta, por favor”. Esta última acción, finalmente, ha producido una segunda acción física: mi amigo me ha traído la carpeta.

Podríamos añadir unas cuantas acciones más, con lo que la cosa se volvería cada vez más enrevesada. Por ejemplo: la acción mental producida por mi frase en el cerebro de mi amigo, y la subsiguiente acción mental que es su intención de traerme la carpeta.

Pero no pretendo hacer una descripción exhaustiva de todas las acciones físicas y mentales necesarias para que un amigo te traiga una carpeta. El resultado de tal empresa sería una enumeración inmensa: el inventario de acciones resultaría abrumador. De hecho, habrá quien opine que esta lista no tendría fin, con lo que se daría la paradoja de que una serie de acciones que tiene un principio y un fin en el tiempo requiere una cantidad infinita de acciones intermedias. Y no sólo eso: una acción puede ser realizada en un tiempo finito, pero requiere de un tiempo infinito para ser contada o descrita en todos sus detalles. Todo esto recuerda las famosas paradojas de Zenón, la de la flecha, y la de Aquiles y la tortuga, por ejemplo.

Nos hemos adentrado en un tema complejo, el de las acciones físicas y mentales y sus efectos. Sin embargo, sólo pretendo por ahora sembrar algunas ideas y conceptos. Declaro, ya antes de proseguir, que dejaré esta cuestión suspendida en el aire, sin dar una solución o balance final. Si hablo de este asunto es porque tiene y tendrá una constante relación con la doctrina de la acumulación kármica. No puedo ofrecer todo ya digerido al lector, y tampoco puedo ocultar que hay ciertas preguntas para las que no tengo una respuesta clara. Si esas cuestiones juegan algún papel en la cuestión global (la acumulación kármica) conviene exponerlas.

De modo que no se inquiete el lector ni tema perderse en laberintos: aquí se plantean cuestiones importantes desde distintas perspectivas, y no sólo desde la que yo adopto en esta breve investigación, que habría que llamar Intento, para recuperar el sentido original de la palabra Ensayo. De cada lector dependerá que las semillas de estas intuiciones germinen y produzcan un árbol conceptual vigoroso o tan solo un triste arbusto. No se tome lo anterior como inmodestia o presunción: pocas de las ideas de las que hablo, si acaso alguna, me pertenecen.

Cierro ahora este nuevo paréntesis y vuelvo a las acciones físicas y mentales. ¿Se acuerda el lector de dónde nos habíamos quedado?. ¿Sí?. Esa es una buena señal. Ahora puedo repetir lo expuesto, confiando en que lo ya dicho suene distinto, debido, precisamente, a esos paréntesis e incisos que a lo mejor parecían innecesarios.

Continúa en La percepción de las acciones mentales


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