La percepción de las acciones mentales

Ya hemos visto que las personas llevan a cabo acciones físicas y mentales. Las acciones físicas y sus efectos físicos pueden ser observados fácilmente. Las mentales sólo pueden ser observadas si producen efectos físicos.

Aquí alguien dirá:

«Si las acciones físicas son las únicas que pueden ser observadas, ¿qué es lo que nos permite hablar de acciones mentales que no podemos observar?»

La respuesta es:

«Nuestra propia experiencia íntima, la observación interna o introspección».

Ya sé que ésta no es una respuesta muy convincente. Los psicólogos conductistas la rechazarían de plano y dirían que sólo se puede hablar de los comportamientos observables para cualquier persona.

La psicología conductista ha dominado durante varios decenios sobre sus rivales y parece claro que hubo buenas y sólidas razones para ese éxito. Durante los años del predominio conductista no estaba permitido (era sencillamente mentalista, místico o estúpido) decir que Juan ha hecho tal o cual cosa porque deseaba hacerla, o que ha matado a Pedro porque le odiaba. Lo único que se podía decir es que Juan ha hecho tal o cual cosa porque ha recibido éste o aquél estímulo. Si no se conocen los estímulos, tan sólo se podrá describir la acción realizada por Juan; si se conocen esos estímulos, habrá que volver a someter a Juan de nuevo a esos estímulos y comprobar si su reacción es la misma. Es decir, habrá que poner a Juan en la misma situación para que haga tal o cual cosa… o habrá que dejar que vuelva  a matar a Pedro. Por el último  ejemplo, ya se puede intuir que no siempre es fácil replicar una misma situación y unos mismos efectos.

En resumen, para el conductismo o behaviorismo, sólo existen acciones físicas, o comportamientos observables, entre los que se incluyen las explicaciones que el propio Juan nos ofrece de las razones que le llevaron a hacer eso que hizo. Estas explicaciones han de ser tomadas en sí mismas, en su carácter puramente físico, es decir, como expresiones verbales o escritas, no en cuanto que remitan a algo mental que pretenden expresar o desvelar. Esa es la postura conductista.

Actualmente [1992], sin embargo, la psicología conductista se halla en franca decadencia y va perdiendo uno tras otro los territorios conquistados tras dura lucha con las psicologías mentalistas. Una de las razones de su declive puede ser, como acabamos de ver con el doble asesinato de Pedro, que es casi imposible repetir en un laboratorio los estímulos recibidos por una persona… incluso si los ha recibido en ese laboratorio. Si aceptamos que eso fuera posible, todavía nos queda una dificultad: el sujeto ya no es el mismo cuando recibe por primera vez un estímulo y al recibirlo en ocasiones sucesivas. Lo más curioso del asunto es que, quienes se molesten en leer las investigaciones de Pavlov, descubrirán que ni siquiera el perro de Paulov, símbolo del conductismo, era un conductista estricto: un mismo perro, nos dice el propio Pavlov, reacciona de distinta manera incluso ante un mismo estímuloUna de las razones para que esto suceda es sin duda que ningún perro puede recibir un estímulo dos veces por primera vez: la repetición del estímulo encontrará a un perro diferente, puesto que ya conoce ese estímulo.

Sean cuales sean las razones de la derrota del conductismo, ahora domina la llamada psicología cognitiva, que dice que el ser humano no es un sujeto de laboratorio conductista, puesto que no se somete pasivamente a los estímulos, sino que es un buscador activo de información y de estímulos, por lo que, a menudo, importa más la autoestimulación que los estímulos puramente externos o no buscados. La psicología cognitiva, en consecuencia, recupera algunas de las ideas de las psicologías mentalistas, aunque vestidas con ropas nuevas y menos llamativas, gracias a la labor realizada durante años por el sobrio sastre conductista. No voy a detenerme a examinar los méritos y deméritos de la psicología cognitiva; tan sólo he querido dejar claro que ya no es tan escandaloso hablar de deseos e intenciones: la intencionalidad es hoy en día [1992] uno de los asuntos que más interesa a los investigadores.

Continúa en Los efectos físicos de las acciones y deseos


[Escrito en 1992, publicado en 1997. Revisado en 2020]

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