El libro en blanco
Los libros que contiene esta biblioteca imposible no son fáciles de encontrar. Muchos hay que buscarlos entre los fragmentos de libros desaparecidos, algunos en el interior de otros libros y otros en librerías y bibliotecas que nadie visita. También se pueden encontrar en un lugar en el que resulta difícil pensar que pueda esconderse un libro: el interior de nuestro cerebro. Muchos investigadores y filósofos están de acuerdo en la existencia de ese libro, pero discuten acerca de si sus páginas están en blanco o si hay algo escrito en ellas.
El cerebro humano es una de las estructuras más extrañas que se conocen; para intentar entender cómo funciona, se ha comparado con las cosas más complejas que han existido en cada época. Charles Sherrington propuso la metáfora del telar:
“El cerebro puede compararse a un telar mágico en el que millones de centelleantes lanzaderas entretejen una evanescente estructura.”
Otras metáforas han sido la centralita de teléfonos, un hormiguero en constante movimiento, el universo con sus galaxias, estrellas y planetas o el comienzo de La pasión según San Mateo, de Bach, que me parece una de las más acertadas, como se puede comprobar a continuación.
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Coros y Orquesta Bach de Munich dirigidos por Karl Richter
En los últimos años, la comparación habitual para el cerebro son los ordenadores y la red mundial de Internet.
No ha sido muy frecuente comparar el cerebro con un libro, a pesar de que la vida humana sí ha sido equiparada con una obra de teatro (teatrum mundi). Pero lo más semejante a una analogía entre un libro y el cerebro tal vez sea lo que Aristóteles dijo en Acerca del alma: que la mente de un recién nacido es una tabula rasa, una tablilla de madera raspada o de cera tierna, que debe ser escrita mediante el aprendizaje, la percepción y la experiencia del mundo externo.
El filósofo persa Avicena (Ibn Sina) recuperó la metáfora en su cuento El filósofo autodidacto, en el que un niño que vive solo en una isla se educa a sí mismo, pero fue Abentofail (Ibn Tufayl) quien popularizó la idea en Oriente y Occidente con una novela en la que conservó el título de su predecesor: El filósofo autodidacto. También Baltasar Gracián contó la misma historia en El criticón, al parecer inspirándose en una fuente común a todos ellos: Historia del ídolo y del rey y de su hija.
Pero quien estableció definitivamente la metáfora de la mente como un libro en blanco cuyas páginas se escriben con la experiencia fue John Locke:
“Supongamos entonces que la mente sea, como decimos, papel blanco, ausente de todos los símbolos y de todas las ideas; ¿cómo es que se llena de ellos? ¿De dónde le llega esa inmensa colección que la activa e ilimitada inclinación humana ha pintado en ella con una variedad casi infinita? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia, en la que se funda todo nuestro conocimiento y de la que, en última instancia, todo él se deriva.”
La mente como un libro en blanco era la metáfora favorita del empirismo, que ahora es llamado empirismo ingenuo, ya que la idea de la tabula rasa no goza de muy buena prensa y ha sido contestada a menudo, desde Descartes y sus ideas innatas (que son anteriores a Locke) hasta Noam Chomsky, Gary Marcus o Steven Pinker.
Contra la tablilla en blanco
El lingüista Noam Chomsky niega que el cerebro sea una tablilla en blanco y afirma que, ya desde nuestro nacimiento, contiene una gramática innata. Se trataría de una Gramática Universal, común a todos los idiomas conocidos. Muchos lingüistas intentan averiguar cuáles son las reglas escritas en ese volumen de gramática, suponemos que no muy extenso, que contiene nuestra mente.
Hace pocos años, Steven Pinker causó mucho revuelo al asegurar que nuestro cerebro no sólo contiene la Gramática Universal de Chomsky, sino también un completo Manual de Instrucciones. El problema, dice Pinker, es que no todos los cerebros almacenan los mismos manuales de instrucciones. De este modo se ha reavivado la periódica polémica entre los partidarios del determinismo genético (somos esclavos de nuestra biología) y los del determinismo cultural (somos esclavos de la educación).
En una posición intermedia, el neurólogo Gary Marcus ha puesto en cuestión en su libro Kluge (Apaño) que la tablilla mental esté tan vacía como pensaba Aristóteles:
“La organización inicial del cerebro no depende tanto de la experiencia. La naturaleza provee el primer borrador, el cual es revisado luego por la experiencia.”
He dicho que la de Marcus es una posición intermedia porque él no dice que estemos determinados por ese borrador (First Draft) que albergamos en nuestro cerebro: Marcus aclara que innato no significa que no se pueda modificar, sino que existe al nacer.
Por su parte, el psicólogo Jonathan Haidt ha intentado averiguar qué palabras o que conceptos contiene ese borrador de la mente, y ha sugerido que allí están escritos los cinco pilares de la moralidad: “daño y cuidado”, “igualdad y reciprocidad”, “lealtad de grupo”, autoridad y respeto” y “pureza y santidad”.
Esos cinco conceptos explican en gran parte, según Haidt, las semejanzas y las diferencias entre el pensamiento conservador y el progresista: todos los siguen, aunque no los interpretan del mismo modo. Así, los conservadores aplican la pureza y santidad a la virginidad o a la religión, mientras que los progresistas aplican la santidad al planeta Tierra y la pureza a los alimentos llamados naturales o ecológicos.
El problema es averiguar cómo están escritos esos conceptos en nuestro cerebro. Resulta difícil imaginar un libro con hojas, líneas y palabras alojado entre nuestras neuronas, pero también parece difícil creer que ideas complejas como las que menciona Haidt puedan almacenarse y trasmitirse de generación en generación sin que sean, en cierto modo, un lenguaje.
Algunos buscan la respuesta a este enigma en una teoría propuesta por Richard Dawkins a finales del siglo pasado en El gen egoísta: los memes o unidades de trasmisión cultural. Los memes son “replicadores” que hacen copias de sí mismos, como los genes. Una molécula de ADN puede replicarse y dar lugar a dos moléculas de ADN idénticas a la original y, del mismo modo, dice Dawkins, los memes perviven saltando de un cerebro a otro:
“Ejemplos de memes son: tonadas o sones, ideas, consignas, modas en cuanto a vestimenta, formas de fabricar vasijas o de construir arcos.”
La memética o ciencia de los memes es por el momento sólo una hipótesis más o menos ingeniosa, y son muchos sus detractores, casi tantos como sus adoradores. Pero, si lograra confirmarse, no estaríamos lejos de poder leer, por fin, alguno de esos libros que tal vez se alojan en nuestro cerebro.
LA BIBLIOTECA IMPOSIBLE
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