¿Tiene creencias un tostador de pan?

El mayor defecto de toda la refutación de Searle es que no es fácil saber a qué o a quiénes va dirigida. Tras aparentar enfrentarse a cualquier defensor tibio, moderado o radical de la inteligencia de las máquinas, finalmente sólo refuta -si es que lo hace- a Marvin Minsky y a quienes dicen que un tostador tiene creencias.

Esta no es una conclusión mía, sino del propio Searle. Así, en “¿Pueden los computadores pensar?”, dice, a pesar del prometedor título, que su refutación no responde a la pregunta ¿Puede pensar una máquina?, pues podemos entender que el ser humano es una máquina de carne.

Tampoco responde a la pregunta ¿Podría una máquina hecha por los humanos pensar?, pues ello podría suceder si tal máquina fuese una reproducción molécula por molécula del cerebro humano (o de un ser humano completo).

La refutación, continúa Searle, tampoco sirve para la pregunta: ¿Puede pensar un computador digital?, ya que “trivialmente cualquier cosa puede describirse como si fuera un computador digital”, incluso un cerebro humano.

¿Cuál es entonces la pregunta que Searle se considera capacitado para responder?

La pregunta es

¿Es suficiente, o constitutivo de pensar el instanciar o llevar a cabo el programa correcto, con los imputs y outputs correctos?”

La respuesta a esta pregunta es obvia para Searle: “No”.

La pregunta finalmente elegida por Searle contiene, sin embargo, la habitual ambigüedad ‘searleiana’.

En primer lugar, hay que admitir que no es necesario adoptar el innatismo cartesiano para aceptar que la forma en que el cerebro humano, en conexión con el sistema nervioso y los sentidos, interactúa con el medio es diferente de la forma en que lo hace el cerebro de un primate o el de una abeja.

(Acerca de la variación de la percepción del instante en los diferentes animales, que hace que unos perciban como inmóvil lo que otros perciben en movimiento, ver Bertalanffy, 1987).

También podemos aceptar que las capacidades de un cerebro humano normal previas a su interacción con el mundo son sin duda debidas a la evolución.

(Acerca de la conversión de los a príori kantianos en a posteriori evolutivos, ver Lorenz y otros autores: La evolución del pensamiento).

Podemos aceptar o negar que, junto a las características tradicionalmente atribuidas al cerebro humano, y que hay que suponer de algún modo inscritas en el ADN, el cerebro posea, además, una gramática universal, tal como sugiere Chomsky, pero parece difícil considerar al cerebro humano como una simple tabula rasa que se crea literalmente a partir de las impresiones. Si se supusiera tal cosa, no se entendería por qué no les sucede lo mismo a las mesas, a las piedras, o a las tablillas de cera.

Es discutible hasta que punto una persona se crea a sí misma a través de sus impresiones, pero lo que resulta evidente es que, para que las impresiones creen algo, antes ha de existir una estructura capaz de recibir, almacenar y ordenar tales impresiones. Ya se han examinado antes algunas de las condiciones previas que el cerebro impone a la realidad: el umbral por debajo del cual no existe estimulación y la percepción del mundo “a dieciocho imágenes por segundo”.

No es este lugar para desarrollar la controvertida cuestión de la relación entre la teoría y la observación, pero es algo cuya importancia no puede ser despreciada.

También podría añadirse la distinción entre mensaje y ruido de fondo,  que en el terreno puramente fonémico es más importante de lo que quizá parece a simple vista: como señala Bloomfield, “para un alemán que no haya estudiado inglés minuciosamente” no hay diferencia alguna entre las formas ‘bag’ y ‘back’, porque la diferencia entre ambas palabras “es una de las diferencias acústicas que ha aprendido a no tener en cuenta” (en este caso, quizá se podría hablar más de umbral que de ruido de fondo, porque para el hablante alemán lo que diferencia bag de back  ni siquiera existe como ruido de fondo).

Un cerebro que cumple estos requisitos, y otros no enumerados aquí, es el de una persona sana en condiciones normales. No hay necesidad de forzar mucho el argumento para considerar que un cerebro que funciona normalmente, es decir, cuyo funcionamiento coincide con la media estadística en lo que a umbrales, reconocimiento de patrones, etcétera, se refiere, está “llevando a cabo el programa correcto”. El programa inscrito en el genotipo de su especie a través de siglos de evolución y el desarrollado en su fenotipo particular por la educación y el aprendizaje no biológico. Este programa puede ser alterado en un cerebro enfermo o sometido a alucinógenos o anestesia, ya sea local o general, Ahora bien, inclusa un cerebro que percibe y opera de manera anómala está en cierto modo llevando a cabo “el programa correcto. Es decir, percibe la realidad a partir de las nuevas condiciones impuestas a sus órganos de percepción y raciocinio (esto quizá no sea aplicable a algunos esquizofrénicos).

2023. Estos argumentos, por si no queda claro por el texto, se refieren a la afirmación de Searle de que “No es suficiente o constitutivo de pensar el instanciar o llevar a cabo el programa correcto, con los imputs y outputs correctos”. En primer lugar, entendida la afirmación sin más, es una conclusión muy modesta para una promesa tan ambiciosa de Searle: negar que las máquinas puedan pensar. Es casi como decir: “Pensar significa algo más que instanciar o llevar a cabo el programa correcto y, tras acumular muchos argumentos, he llegado a la conclusión de que las máquinas sólo instancian o llevan cabo el programa correcto. Y, por lo tanto, concluyo que las máquinas no piensan”. Eso en primer lugar. Es decir, esperábamos algo más. En segundo lugar, lo que discuto en los últimos párrafos es la definición de “programa”, que tal vez no es demasiado difícil aplicar a nuestro programa biológico, es decir, a las instrucciones codificadas en nuestro ADN (y tal vez en el ARN). Pero de eso ya hablé entonces, como se puede ver a continuación.

En la argumentación anterior he usado con flexibilidad la frase de Searle “instanciar el programa correcto”. Puede parecer, por ello, que afirmo que pensar sea simplemente instanciar un programa con los imputs y outputs correctos, pero no es así. Lo que quiero mostrar es que es tan legítimo o arbitrario definir a un ser humano como un “computador digital” (cosa que Searle acepta), como definirlo como algo que instancia un programa. Como diría el propio Searle: “de un modo trivial” también un cerebro instancia un programa. En mi opinión, el llevar a cabo o no un programa correctamente (y no “el programa correcto”) ni afirma ni niega el comportamiento consciente, inteligente o intencional.

Para describir una partida de ajedrez basta con describir las piezas, el tablero y los sucesivos movimientos de las piezas en función de los números obtenidos al lanzar ­los dados. Ello no significa que “jugar una partida de ajedrez” consista en esa descripción, pero tampoco se puede jugar una partida de ajedrez sin tener en cuenta tales componentes. Lo mismo sucede con el argumento de Searle: llevar a cabo un programa con los imputs y outputs correctos no significa pensar, pero tal vez no sea posible la emergencia del pensamiento sin la estructura subyacente del “programa”.

Lo que hace Searle, en definitiva, al decir que esa es la pregunta a la que su argumentación responde negativamente, es refutar, nuevamente, a Minsky (“un termostato piensa”), pero eso significa  reducir  las diversas  posturas  en  Inteligencia Artificial a la afirmación: “Un reloj que marca la hora con precisión es un aparato inteligente”.

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