En China, que ha sido uno de los pueblos menos religiosos y más alejados de la superstición durante casi toda su historia, a pesar de la influencia del budismo llegado de la India, creían en algo que llamaban Tianming o Mandato del Cielo. Los emperadores y las dinastías caían o se iniciaban si gozaban del mandato del Cielo. Aunque los chinos, pueblo racional y razonable, acabaron convirtiendo ese concepto semi religioso en una especie de formalismo casi laico, de vez en cuando creían que el Cielo manifestaba su disgusto de manera visible para acabar con una dinastía o cambiar el rumbo de sus acciones. Se dice que la dinastía Ming, que empezó abriéndose al mundo exterior e incluso explorándolo y extendiedno la influencia china gracias a las expediciones navales de Zhen He, sin embargo se cerró al exterior cuando el 9 de mayo de 1421 un gran incendio destruyó la Ciudad Prohibida:
Esa noche…cayó un relámpago en lo alto del palacio que había sido construido recientemente por el emperador. El fuego que se inició en el edificio lo envolvió de tal manera que parecía como si dentro se hubieran encendido cien mil antorchas cargadas de aceite y mecha.
El propio trono imperial quedó reducido a cenizas y el emperador Zhu Di se fue al templo a rezar y lamentarse:
El Dios del Cielo está enfadado conmigo, y, por tanto, ha quemado mi palacio, aunque yo no he cometido ninguna mala acción… Quizá se ha cometido alguna trasgresión de la ley ancestral, o alguna perversión de los asuntos de gobierno… Quizá los castigos y los encarcelamientos han sido excesiva o injustamente aplicados a los inocentes… En mi confusión no puedo encontrar la razón.
El comportamiento de este emperador puede parecer irracional, y en cierto modo lo es, pero también es completamente razonable. Cuando uno cree en una entidad divina, llamada Cielo, Tianming, Dios o como se quiera, entonces tiene que creer que hay algún tipo de comunicación con él, y que esa divinidad se manifestará de alguna manera, especialmente en los momentos consagrados a él.
Es evidente para cualquiera que voy a comparar esto con lo que le pasó ayer al Papa Benedicto.
Pleitesía y adoración a un hombre: ¿algún cristiano que haya leído los Evangelios puede creer por un segundo que Jesucristo aceptase esto?
Cuando uno mantiene un rito trasnochado como el de la Iglesia de Roma, que es un verdadero insulto a la inteligencia y una muestra de superstición primitiva, y cree que es el vicario de Dios en la Tierra, tiene que aceptar las consecuencias de su planteamiento. No se puede pedir primero, como hizo Rouco Varela, que no llueva y después, al comprobar la sordera de Dios cuando caen las primeras gotas de lluvia, decir que Dios nos recibe con esta benéfica lluvia (que no cayó durante horas para suavizar los 45º que castigaron a los peregrinos durante horas). Si además, tras días de sequía y de sol implacable, empieza a llover en cuanto Benedicto sale al escenario como una estrella de rock, y si además un vendaval le obliga a interrmpir su discurso y ni siquiera puede ternminarlo. No se pueden presenciar todas estas señalesy hacerse el sordo. Si Dios habla de vez en cuando, siempre que les conviene a los creyentes de este mito incoherente y contradictorio del cristianismo, ahora no se pude mirar hacia otro lado: Dios ha castigado con un sol implacable a sus peregrinos, ha impedido el discurso del Papa, incluso ha estropeado las santas hostias consagradas en su nombre:
«Lombardi precisó que el agua dañó directamente muchas hostias y que algunas capillas fueron precintadas por la policía por seguridad, ante el temor de que puedan derrumbarse y causar daños, por lo que no se pueden sacar las formas, que han quedado asimismo inservibles.»
¿Pero es que hacen falta más señales? Ni un guionista de Hollywood habría podido mostrar de manera más clara lo evidente: a Dios no le gusta el Papa, o la Iglesia, o la demostración de fuerza y dogmatismo, pero es evidente que está en contra y que lo ha mostrado de manera clara. Si queremos jugar al juego de la fe irracional, juguemos hasta el final y aceptemos las consecuencias. La Iglesia constantemente recurre a milagros e intervenciones de Dios para apoyar sus dogmas. Ahora también debe aceptar el mandato del Cielo y saber que algo o mucho debe cambiar.
La alternativa racional y razonable, para la que me temo que los creyentes no están preparados porque son sordos a cualquier cosa que ponga en cuestión su fe, imbuidos del comportamiento de secta o facción, es la conclusión del ateo griego Diágoras de Melos cuando unos ladrones le robaron el cordero que iba a sacrificar a Zeus: «Si Zeus no es capaz de cuidar del propio cordero consagrado a él, me parece que poco va poder cuidar de mí». Una historia semejante se cuenta en la India. O, por decirlo de otra manera, la alternativa inevitable es que Dios, al menos ese dios, no existe.
Sobre el mandato del cielo en China puedes leer este excelente artículo de Ana Aranda: El mandato del Cielo en China
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