La vida o el arte

En otra ocasión propuse a los lectores responder a un célebre dilema: ¿qué salvarías en el incendio de un museo, el ejemplar único de la más extraordinaria obra de arte o al portero del museo? Para facilitar las cosas, sugerí elegir entre una obra maestra y un perro.

No voy a ocultar que ya sabía que la mayoría de los lectores elegirían salvar al perro. En un pequeño debate que se generó en mi página de Facebook, todos los que contestaron eligieron al perro.

Parece, por lo tanto, que se trata de un problema muy poco problemático, aunque, como ya conté en el artículo anterior, en una entrevista a intelectuales colombianos se produjo una leve mayoría a favor de salvar el cuadro, mientras que las llamadas “reinas de la belleza” prefirieron el perro (las respuestas en Escritores contestan preguntas de reina).

El resultado anterior no nos permite concluir que los intelectuales son unos desalmados, porque hay que tener en cuenta que de las reinas de la belleza se espera que luzcan hermosas y digan siempre lo más conveniente, mientras que en el caso de los intelectuales apenas importa su aspecto físico y se espera que respondan cualquier cosa, excepto lo que respondería cualquier otra persona.

Hay excepciones, por supuesto, como algunas mises que opinan de política y causan polémica, como recientemente Cilou Annys, Miss Bélgica, cuando apareció en la portada de una revista junto al líder independentista flamenco Bart de Wever, que cortaba su cinta por la palabra “Bélgica”.

Para demostrar que los intelectuales siempre intentan responder algo inesperado y ocurrente, y considerando intelectuales a los artistas e incluso a los pintores (esto último sé que algunos intelectuales no lo aceptarían), podemos recordar la respuesta que dieron Jean Cocteau y Salvador Dalí al dilema del Museo del Prado, no preocupándose ni por el perro ni por el cuadro:

La anécdota ha recibido diversas versiones, como prueba el que en otra ocasión no sea Cocteau quien acompaña a Dalí, sino André Malraux:

Los intelectuales, los artistas y todos los que se mueven en el mundo de la alta o incluso de la media cultura a menudo dejan deslizarse en sus respuestas ingeniosas algún tipo de juicio que puede parecer cruel a los ciudadanos normales, que no se sienten obligados a ser ingeniosos y que responden lo que Dios les da a entender, y a veces incluso lo que piensan. Sin embargo, mi intención en estos paseos por la línea de sombra es mostrar que las cosas nunca son tan sencillas como parecen y que la respuesta de los artistas no es tan inocua, mientras que la del ciudadano común tampoco es tan fiable y sincera.

Hablo de estos asuntos en otros artículos, pero ahora me permitiré preguntar algo a los lectores que decidieron salvar al perro, muchos de ellos porque “ante todo está un ser vivo” o porque “lo primero es la vida”. Les pregunto ahora: si la elección fuera salvar una obra de arte o a una rata, ¿salvarían también a la rata? Y si todavía persisten en inclinarse por los seres vivos: ¿y si se tratara de una cucaracha?

A pesar de que se refieren a asuntos muy diferentes, el lector reconocerá cierta similitud de estilo entre estas preguntas que le he hecho y aquel diálogo clásico que se atribuye a  Groucho Marx, pero también al físico Richard Feynman. Groucho, o Feynman, estaba charlando una vez con una atractiva mujer y le dijo:

— Si le diera un millón de dólares, ¿se acostaría conmigo?
— Bueno… un millón de dólares es mucho dinero, y usted es bastante atractivo… creo que al menos lo consideraría.
— El caso es que no tengo un millón de dólares… ¿se acostaría conmigo por 10 dólares?
— ¡Pero bueno! – contesta la mujer indignada – ¿por quién me ha tomado?
— Pensaba que eso ya estaba claro y que ahora solamente estábamos discutiendo el precio.

Aplicado lo anterior a nuestro dilema del museo: hay que salvar a un ser vivo antes que cualquier otra cosa, de acuerdo, pero ¿a partir de qué tamaño? ¿Sigue siendo un ser vivo salvable una cucaracha? ¿O en ese caso su condición de ser vivo ya no nos importa tanto?

Con este pequeño dilema, que no es una trampa, sino un primer paso hacia el otro lado de la línea de sombra, dejo al lector.

[Publicado en 2012 en Divertinajes]

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