La línea de sombra,  nacionalismo e identidad

¿Bichos en política?

La diferencia más clara entre animales y bichos es que a los  animales hay que tratarlos más o menos bien, incluso muy bien si son nuestras mascotas, mientras que a los bichos se los puede aplastar. Por eso, cuando queremos matar, liquidar, destruir a un enemigo, lo primero que hacemos es convertirlo en un bicho. ¿Cree el lector que exagero?

No, no exagero. Ese ha sido el método gracias al cual hemos podido liquidar a nuestros enemigos sin remordimientos, al menos durante los últimos cinco mil años. En textos sumerios, egipcios o chinos de la época zhou, descubrimos que ya se habla de los enemigos como si se tratara de bichos, no de seres humanos.

En otras ocasiones, la deshumanización del enemigo, o incluso del amigo, de los antiguos aliados o de los rivales en la lucha por el poder no recurre a los bichos, sino a entes inferiores, como las malas hierbas. Así lo hizo Mao Zedong cuando, tras la campaña de las Cien Flores, que parecía una amorosa invitación a los disidentes para que manifestaran su opinión y se abrieran «cien flores y compitieran cien escuelas», decidió liquidarlos, y entonces proclamó: «Hay que arrancar las malas hierbas».

Y las malas hierbas fueron arrancadas sin piedad, porque, ¿quién se va a preocupar por unas malas hierbas?

Es lo que se llama la “deshumanización del enemigo”, que se práctica todavía en todos los ejércitos del mundo. Los enemigos son bichos, o si se prefiere bultos indeterminados. La táctica ha sido empleada por los colonialistas, los imperialistas, los nacionalistas y los nazis, los fascistas, los comunistas y cualquier otro grupo o ideología que haya tenido que enfrentarse al fastidioso problema de eliminar a todos esos seres humanos que no comparten sus ideas. Es difícil matar seres humanos fríamente, pero no lo es tanto si se trata de eliminar a bichos repugnantes, a cucarachas, a gusanos, a insectos, a ratas, a «bestias, hienas o víboras», como escribió uno de los últimos presidentes de la Generalitat de Cataluña.

Cuando, como sucede últimamente, empezamos a escuchar a los políticos calificando a sus rivales como bichos o ratas, y cuando esas caracterizaciones las empiezan a usar periodistas, tertulianos o personas que hasta hace poco eran sensatas y civilizadas, y además lo hacen de manera pública, en las redes sociales, y no en conversaciones de taberna, creo que debemos empezar a preocuparnos.



NACIONALISMO E IDENTIDAD

 


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