La razón de la emoción
Los expertos no se ponen de acuerdo en si nuestro cerebro funciona, desde el punto de vista psicológico, racional o emocionalmente, mediante dos hemisferios o mediante diversos módulos.
La teoría psicológica del hemisferio derecho enfrentado al izquierdo ha sido muy matizada por los científicos en los últimos lustros, tras el entusiasmo inicial, que provocó un montón de teorías simplistas que reducían nuestra vida mental a un contraste o balance entre esos dos hemisferios, uno creativo y otro racional, uno emotivo y otro intelectivo. Esa distinción radical entre dos hemisferios ya no es defendida por ningún científico serio, aunque sigue siendo popular en muchos ambientes poco informados.
En la actualidad los neurólogos, los neurobiólogos evolucionistas y los neuropsicólogos están haciendo interesantísimos descubrimientos acerca de cómo funciona nuestro cerebro, tanto cuando pensamos como cuando sentimos, a no ser que se trate de la misma cosa. No cabe duda de que en los próximos años nos esperan fascinantes descubrimientos.
A la espera de mayores aclaraciones acerca de hemisferios o módulos cerebrales, podemos admitir que existe una cierta diferencia en nuestros procesos mentales entre emoción y razón, pero también una indudable conexión entre ambas cosas. Lo mostró hace años el portugués Antonio Damasio en su fascinante libro El error de Descartes, en el que insistió en la importancia de las emociones para tomar decisiones racionales. Por su parte, Daniel Kahneman en Pensar rápido, pensar despacio, propone distinguir entre Sistema 1 (más instintivo) y Sistema 2 (más analítico), pero aclarando que son dos maneras de pensar que no tienen por qué corresponderse con partes concretas del cerebro.
Mi opinión es que la dicotomía clásica entre razón y emoción es falsa, o al menos incorrecta en muchos detalles. Y llena de contradicciones.
Siempre me ha llamado la atención, por ejemplo, que quienes se refieren constantemente al “corazón” como guía de la conducta se acaban mostrando extraordinariamente intelectualistas y que una de las más interesantes paradojas del pensamiento mágico y espiritual es su exagerado materialismo (Cuando el mundo espiritual nos habla).
En el lado contrario, muchos de los que recomiendan guiarse por la razón desencarnada, en realidad se dejan llevar por sus emociones tanto como sus rivales emocionales. Ellos también son dominados por emociones a menudo muy mediocres, como las que hacen que alguien se muestre insensible ante la muerte y el sufrimiento ajeno, o que incluso disfrute con ello. Los ejemplos son evidentes: Hitler, Lenin, Mao, Stalin… todos ellos muy científicos y razonadores en la construcción de sus crímenes. Pero todos irracionales y altamente emocionales en su deseo criminal de liquidar a cualquiera que no siga sus preceptos.
La razón fría y calculadora es, en mi opinión, un tipo de emoción, excepto, quizá, en el caso extremo de los psicópatas.
La conclusión más razonable, me parece, es que, en la mayoría de las situaciones, ni la razón trabaja sin emoción ni la emoción trabaja sin razones.
Una vez planteado de esta forma el dilema, vale la pena llamar la atención acerca de nuestra costumbre, a menudo exagerada, de superponer nuestras emociones, entendidas aquí como nuestros amores y nuestras fobias, a cualquier posible razonamiento. Hace tiempo leí que en una universidad de Estados Unidos habían comprobado que los votantes que estaban convencidos de la verdad de una ideología eran literalmente incapaces de escuchar cualquier razonamiento de sus rivales. No es que se taparan los oídos o que fingieran no escuchar, es que eran inmunes a cualquier razonamiento que procediera de alguien a quien consideraran un enemigo u opositor.
Las pruebas se hicieron con votantes partidarios de John Kerry, el candidato demócrata a la presidencia del gobierno, y votantes que preferían a George W.Bush, el presidente y candidato republicano a un segundo mandato.
La sorpresa fue que no es que a los votantes de Kerry les desagradasen las opiniones de Bush, sino que, antes incluso de escucharlas, solo con ver el rostro el candidato demócrata, se activaba en su cerebrouna zona que tiene relación con sentimientos de rechazo como el odio, el asco y el miedo. Lo mismo sucedía entre los votantes de Bush cuando veían a Kerry.
Sin embargo, cuando una persona veía a su candidato, se activaba un área cerebral relacionada con el razonamiento: ahora sí estaba dispuesto a reflexionar acerca de lo que iba a escuchar.
Es un descubrimiento llamativo, porque mostró que aunque la emoción determina nuestra simpatía o rechazo, la razón se activa mucho mejor para dotar de sentido al odio y encontrar mil y un argumentos muy bien construidos con los que derribar al enemigo detestado. Sin embargo, cuando se trata de alguien hacia el que sentimos simpatía y amor, lo que sucede es que adormecemos o anestesiamos nuestra capacidad de razonar.
Lo expliqué con más detalle en La ciencia confirma el pensamiento no alternante, así que aquí sólo citaré una conclusión evidente:
“Si alguien, ante la simple visión de un político, siente irritación, alergia o ira incontenible, sus opiniones acerca de cualquier cosa que diga ese político no resultarán muy fiables”.
Continúa en El asco como categoría moral
[Publicado por primera vez en Divertinajes el 17 de octubre de 2012]