El asco como categoría moral

Sentir no disgusto, ni desprecio, ni rechazo, sino asco hacia los políticos con los que no coincidimos ideológicamente es una expresión muy inquietante, que señala el momento en el que empezamos a pensar en los demás no como si fueran personas con ideas diferentes, sino como si se tratara de bichos repugnantes. El asco convertido en categoría política o moral es una emoción inquietante. No solo es un sentimiento y un pensamiento simplista, sino que lo encontramos junto a la justificación de los peores crímenes, desde la tortura al exterminio.

Cualquiera puede sentir una reacción instintiva de asco hacia alguien, pero, si sucede tal cosa, lo mejor que puede hacer es guardársela y no difundirla, y mucho menos presumir de ello, y menos creer que esa emoción o sentimiento le convierte en moral o políticamente superior. Porque le convierte en lo contrario.

Es un sentimiento mezquino y peligroso, a veces inevitable (supongo) pero no es, desde luego, algo de lo que presumir o que difundir. Se le puede comentar a un amigo en una cafetería, pero no se debería hacer de manera pública, en artículos o en redes sociales. Somos responsables de nuestras acciones y nuestras palabras cuando solo sirven para envenenar cualquier discusión, y más en tiempos como estos, en los que el radicalismo empieza a apoderarse del debate político.

Blackburn-ruling pasions

El filósofo británico Simon Blackburn analiza en Ruling Pasions cómo es posible que una cuestión de gusto, como lo es el asco, se convierta con tanta facilidad en una categoría moral e ideológica.

Un enólogo puede sentir un cierto desprecio hacia quienes no son capaces de apreciar la diferencia entre un vino delicioso y un vino vulgar. Pero algunos enólogos van más allá y consideran que no se trata sólo de una cuestión de gusto, sino también de una deficiencia personal, como si esa persona que es incapaz de apreciar el buen vino estuviera incompleta, como si sufriera una deficiencia que va más allá de su imperfecto conocimiento acerca de lo que es un buen vino.

Luis García Severiano, enólogo

Tribulat Bonhomet, el asesino de cisnes

Del mismo modo, cuando en las calles de París se enfrentaban a puñetazos los wagnerianos y los antiwagnerianos, como nos cuenta Villiers de l’Isle Adam en La extraña historia del Doctor Bonhomet, no se trataba sólo de dirimir cuestiones puramente musicales, sino también ideológicas y morales. Odiar o amar a Wagner significaba muchas más cosas más allá de lo meramente musical, algo que quizá podría resultar comprensible (que no justificable) hoy en día, por la actitud de los herederos de Wagner y por el uso que se hizo de su música durante el nazismo, pero que en el París del siglo XIX no tenía el más mínimo sentido.

En la música, en la pintura, en la gastronomía, en el cine y en muchos otros terrenos es frecuente añadir a las cuestiones de gusto ciertas connotaciones que conectan de manera arbitraria el sentimiento de asco con la opinión política, como ya expliqué al examinar el caso de los votantes de Bush y Kerry (La razón de la emoción).

El tema es complejo e interesante, pero examinaré solo un ejemplo sencillo.

El asco de los privilegiados

Las clases privilegiadas de la sociedad han sentido casi siempre algo casi muy semejante al asco cuando se relacionaban con los pobres, o simplemente con los trabajadores. Los aristócratas sentían asco al relacionarse con burgueses; los gentiles al tratar con los judíos, los payos al relacionarse con los gitanos. No se trataba tan sólo de opiniones acerca de personas diferentes, sino de un rechazo instintivo que se acercaba al disgusto que podemos sentir hacia una comida que nos da asco o hacia un lugar sucio y pringoso.

Recordaré un ejemplo llamativo, inmortalizado por Edgar Morin y Jean Rouch en 1961, en su película Crónica de un verano, película que creó, o al menos popularizó el género del cinema verité, no en vano su segundo título era: “Una experiencia de cinema verité”, es decir, de “cine verdad”.

En el cinema verité se persigue mostrar la realidad de una manera diferente a como lo hacen otras corrientes realistas: no se intenta mostrar la realidad tal cual es, como lo haría, por ejemplo una cámara oculta, sino que  en todo momento es evidente la presencia de la cámara. Los protagonistas saben que están siendo grabados, por lo que sus reacciones nunca serán  por completo espontáneas. Sin embargo, esas reacciones son también una realidad: la de personas que saben que están siendo grabadas. El lector ya habrá caído en la cuenta de que la actualización del cinema verité son programas televisivos como Gran Hermano o Supervivientes.

Edgar Morin y Jean Rouch
Edgar Morin y Jean Rouch

En este fragmento de Crónica de un verano asistimos a una conversación más espontánea ( en la que los participantes son menos conscientes de la presencia de la cámara) que en otras partes de la película. Las personas que participan se disponen a hablar acerca de la situación política en África, pero antes de comenzar, a los postres de una comida, mantienen una charla distendida y olvidan por un momento que allí está la cámara. La protagonista de este fragmento es una mujer francesa, que no es aristócrata, sino burguesa, que no es conservadora, sino muy progresista, y que no es racista… o al menos eso asegura ella. Veámoslo.

Es evidente que esta mujer, que no siente atracción sexual y que tampoco se casaría con un negro, no se consideraba a sí misma racista, como ella misma repite varias veces, y es probable que tampoco admitiera que se calificara como “asco” lo que sentía al pensar en tener relaciones sexuales con un negro. Sin embargo, vista hoy en día la escena, se me ocurren pocas maneras de describir su actitud que no incluyan palabras como “racismo” o “asco”.

La anterior es una primera aproximación a un asunto que me interesa: la manera en la que interiorizamos nuestro rechazo hacia aquello con lo que no estamos familiarizados o que nos disgusta desde el punto de vista ideológico, político o social, un rechazo que expresamos en forma de reacciones viscerales como el asco o el miedo. Y por otra parte, la facilidad para asociar esas reacciones viscerales con opiniones que creemos objetivas y desprejuiciadas.

[Publicado por primera vez en Divertinajes el 17 de octubre de 2012]


Comentario en 2020: Recupero aquí este artículo de 2012 al observar de nuevo cómo en el debate político cada vez más personas  se aficionan a usar el asco como categoría moral o política. Personas a las que les dan asco sus enemigos, que sienten asco ante éste o aquél político o ante éste o aquél periodista, manifestante u opinador.

Comentario en 2021: todo sigue igual o peor a lo que dije en 2020 (y en 2012)

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