Zhuang visita la caverna de Platón | Zhuangzi 4
»Algunos hombres poseen talento para ser mandarines; otros, por su recto proceder pueden servir de ejemplo a toda una comarca, y aun encontrarás quienes por su virtud pueden ganarse la benevolencia de un príncipe y la confianza de un estado entero. Todos ellos se tienen en alta estima, en todo semejantes a aquel gorrión (que se burlaba del gigantesco pájaro Peng).
»Song Rong zi no pudo menos de hacer mofa de ellos. Song Rong zi ni tomaba ánimos por recibir aplauso general ni se sumía en la tristeza por recibir oprobio general. Sabía muy bien fijar los límites que separan el yo interior del mundo externo, y distinguir dónde está la honra y dónde el deshonor. ¡Eso era todo lo que sabía hacer! No se afanaba buscando renombre. Aunque era así, nada dejó establecido.
»Lie zi viajaba cabalgando el viento, con suma ligereza y gran habilidad. Al cabo de quince días estaba de vuelta. No se afanaba en buscar la felicidad. Con todo, y aunque no necesitara caminar, Lie zi al final seguía dependiendo de algo.
»A quien es capaz de acomodarse a las leyes del Cielo y de la Tierra para dominar las mutaciones de las seis energías cósmicas y poder viajar por el espacio sin límites, ¿necesita todavía depender de algo?
»Por eso se dice: «El hombre perfecto no tiene yo, el hombre espiritual no tiene éxito, los grandes sabios no tienen nombre».
¿Qué tipo de relativista era Zhuang Zi?
En los capítulos anteriores he hablado del relativismo aplicado a los sistemas de referencia, por ejemplo en relación con el principio de relatividad de Galileo y la teoría de la relatividad de Einstein; también de lo que se podría llamar relativismo existencial y perceptual: cada animal o persona percibe el mundo de manera diferente. De manera especial he hablado del relativismo moral, antropológico o cultural, que sostiene que no podemos juzgar un sistema de creencias ajeno al nuestro. En este último sentido he intentado distinguir, por un lado, entre la tolerancia y el verdadero diálogo, tal como podían defenderlo Montaigne o Diderot; y por otro lado, la falsa tolerancia y el diálogo inexistente del relativismo cultural, que no habla ni escucha a las personas de otras culturas, sino que acepta la validez de lo que dicen simplemente porque ha sido dicho desde otra cultura.
¿Y qué pensaría de todo esto Zhuang zi?
Me gusta creer que Zhuang pensaría lo mismo que nosotros tres (Diderot, Montaigne y yo mismo). Al menos eso es lo que me parece detectar en los primeros pasajes de su libro, cuando se burla de los «animalejos» que creen conocerlo todo y viven, sin saberlo, en una miserable charca.
Zhuang menciona a un tal Song Rong zi, que no cometía los errores de esos sabios presuntuosos. Alguien que, a pesar de ser mejor que los sabios o príncipes, no se preocupaba de parecerlo ni de buscar renombre. También menciona a un tal Lie zi, que era casi perfecto y podía volar, pero que dependía también de algo, el aire que lo sostenía, como le sucede al inmenso pájaro Peng. Lie zi es un sabio que ha dado nombre al tercer libro del taoísmo, el Lie zi. Durante mucho tiempo, al menos a partir de los críticos del siglo XIX, se pensó que el Liezi que conservamos era una falsificación tardía, pero ahora se suele pensar que es auténtico, al menos en parte.
De Song Rongzi, o Song Xing, un filósofo célebre por su desprendimiento de las cosas, o al menos de las vanidades del mundo, como diría el Eclesiastés, habrá ocasión de hablar más adelante, cuando comente el capítulo 33 del Zhuangzi. Aquí sólo quiero recordar que Zhuangzi ridiculiza al insecto que cree que su pequeño mundo es el mundo, y al sabio que se cree mejor que el insecto, pero no dice que todo sea igual. El pez Kun o el sabio conocen un mundo más amplio que el del insecto, pero están aún lejos del mundo o de la manera de vivir que sí conoce Song Rong zi. Desde este punto de vista, Zhuang no parece compatible con un relativismo cultural que sostiene que no hay posibilidad de comparación: al contrario, él compara a los presuntuosos funcionarios con alguien que sabe más que ellos pero presume menos.
El texto citado aquí termina con una frase que se parece mucho a las que podemos encontrar en el Laozi (Tao Te King):
«El hombre perfecto no tiene yo, el hombre espiritual no tiene éxito, los grandes sabios no tienen nombre.»
De este asunto del sabio anónimo hablaré más adelante, pero ahora quiero referirme a otro parentesco intelectual de Zhuang zi. El que le une a Platón.
El mito de la caverna y Zhuang zi
A menudo se han comparado las ideas de Zhuang con las que expone Platón en un célebre pasaje de La República: el mito de la caverna.
Quienes no conozcan el mito o no hayan leído el original de Platón, pueden leerlo con este enlace: El mito de la caverna. Creo que conviene leerlo de nuevo, aunque ya se conozca, pues siempre se descubre algo nuevo.
La caverna de Platón ha inspirado a lo largo de la historia muchas variantes, como el mundo de Planilandia o Flatland; un bello cuento de Lovecraft llamado Polaris; otro que escribió Cortázar inspirado en aquél, La noche boca arriba, o la caverna virtual de Rudy Rucker. Su último ejemplo es la película Matrix.
La fábula de la mariposa de Zhuang es otra manera de expresar este mito: soñamos que somos una mariposa, pero tal vez seamos un ser humano soñado por una mariposa. El mundo de Matrix es la mariposa cibernética o digital de Zhuang zi. Más adelante conoceremos mejor a esta mariposa.
En este momento sólo quiero mencionar una coincidencia entre Zhuang y Platón: el limitado mundo que ven la cigarra y la tortolilla que se burlan del pájaro Peng es semejante al limitado mundo que ven los prisioneros de la caverna de Platón. Los prisioneros, la cigarra y la tortolilla, viven en un mundo mucho mayor que aquel que son capaces de percibir. Ni siquiera conocen los límites de su mundo.
Del mismo modo que la cigarra y la tortolilla se ríen del pájaro Peng, así los prisioneros se burlan y acaban asesinando al compañero que consigue liberarse y ver el mundo real. Ellos no creen que exista un mundo real mayor que el que perciben en las sombras de la pared, del mismo modo que el insecto que muere al atardecer no creerá que existe la luna.
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