¿Programas o personas?

Rafael Aguilar publicó en su gran blog Filosofía barata una entrada en la que reflexionaba si al votar debemos guiarnos por la persona (el candidato) o por el programa. La reproduzco a continuación:

Sentido de la democracia

filosofía-barata

5 noviembre 2014

El otro día con un amigo, me argumentaba que el no votaría a un partido o a un programa político, sino a las personas. Comentaba que los programas en política son realmente irrealizables y que un partido, que realmente, no esté en el gobierno, nunca conocerá la realidad económica del país y que, de esta forma, es imposible llevar cualquier programa a la práctica.

Al votar a la persona, por lo menos, estarías votando a alguien que tu consideres honrado, alguien que realmente, fuera capaz de llevar a cabo su función.

Bien, la verdad es que no estoy de acuerdo con estas afirmaciones por lo siguiente:

1º Yo no voto a la persona, sino al programa, las personas por una u otra razón pueden cambiar de opinión. Los programas, en cambio, son los que permanecen escritos, son las razones por las que yo voto a un partido político y son sobre esas propuestas, sobre las que voy a pedir cuentas.

Si alguien en su programa, promete el pleno empleo, deberías tener el equipo humano y los mecanismos necesarios para poder llevarlo a cabo y sino lo cumples evidentemente no te volveré a votar.

2 Ante esta primera argumentación, mi amigo la rebatió diciéndome que, realmente, nadie sabía como estaba la situación real de un país hasta que no llegaba al gobierno, y que por tanto era imposible cumplir sus promesas.

Bien estamos en una sociedad, en la que es raro que alguien se dedique a la política sin haber hecho, de ello, su carrera profesional (con lo que también estoy en desacuerdo), realmente son pocos los políticos que vienen de otros sectores que no sean la propia política.

Por lo tanto, cunado yo tengo un trabajo, no puede ser que desconozca los datos más importantes y relevantes de dicho trabajo. Por ejemplo, no puede ser que alguien se presente a presidente del gobierno o quizás de una comunidad autónoma sin saber que es lo que se va a encontrar al llegar.

Es su trabajo, a eso te dedicas, y no puede ser que prepares un programa o un proyecto sin tener los datos de los cuales tienes que partir para llevarlo a cabo.

Es como si yo, presento un presupuesto a un cliente sin saber que trabajo tengo que hacer.

3 Por último, como ya he anticipado antes, creo que la política tiene que ser algo vocacional, que ha de ser un servicio que ofreces a tus vecinos, ciudadanos, etc… Por supuesto que todos los políticos, además, deberían de ser honrados, independientemente del programa o del partido, la honradez debería ser la primera cualidad de cualquier persona que se dedique a política. Si partimos de la base de que me prometes cualquier cosa en el programa, para llevarte mi voto, pero luego no se va a cumplir… ¡poco honrado me parece ya, este principio!

Como conclusión, quiero aclarar que con estas líneas no me interesa crear ningún tipo de polémica, sino simplemente aclarar mi postura por si a alguien le puede servir de algo, a la hora de decidir a quien votar (o no).

[Enlace a Filosofía barata, de Rafael Aguilar]

Tengo cierta sensación de que tal vez yo era ese amigo al que se refiere Rafa, pero no estoy del todo seguro. En cualquier caso, sé que en alguna ocasión he dicho, casi siempre con afán de polemizar y escapar de los lugares comunes, quizá durante una cena o en una charla con amigos con vino de por medio, algo como eso. Así que empecé a contestar a lo que dice Rafa, por alusiones reales o imaginadas, pero me extendí tanto, que me pareció abusar el poner un comentario interminable, así que lo publico aquí:

Muy interesante la entrada. No sé si conozco al amigo que mencionas, yo diría que sí, pero mi opinión, al menos mi opinión en este momento (tengo otras, como Groucho), es que la verdad se encuentra entre los dos extremos. Ni votar exclusivamente a las personas, ni votar exclusivamente a los programas. Intentaré explicarlo.

Un partido político debe tener un programa de gobierno, eso es obvio. Ese programa orienta la acción política de sus miembros y hace que los que pertenecen a ese partido político mantengan más o menos las mismas opiniones. Sin embargo, al margen del programa concreto, que suele elaborarse ya con vistas a unas elecciones, lo que determina el espectro político de un partido son principios mucho más generales.

Esos principios pueden ser: premiar a los más capaces y emprendedores, compensar las desigualdades sociales, garantizar una sanidad pública a todos los ciudadanos, expulsar a los emigrantes, reducir los impuestos, aumentarlos, desarrollar energías alternativas, desarrollar la nuclear, liberalizar el aborto, prohibirlo, legalizar el matrimonio homosexual, oponerse a él, buscar la igualdad, buscar el desarrollo económico, etcétera. Esos principios nos permiten distinguir entre partidos de izquierda y de derechas o progresistas y conservadores, e incluso introducir más matices: socialistas, conservadores, socialdemócratas, liberales, a la izquierda de los socialistas, comunistas, fascistas, etc. Esos principios, por otra parte, también se reflejan de alguna manera en los programas concretos cuando llegan las elecciones.

Ahora bien, pensar en el programa como un contrato con los electores no creo que sea muy sensato, porque es imposible llevarlo a la práctica. Como dice tu amigo, y como digo yo mismo, a pesar de lo que sostienes tú y apoya Tocapelotas, los aspectos reales de la situación política y económica en un momento concreto sólo los conoce el partido y en concreto los dirigentes que gobiernan en un país. Y yo diría más: ni siquiera ellos conocen toda la situación y menos las variables que van surgiendo día a día. Porque esas condiciones van cambiando de hora en hora y de mes en mes: alianzas, intereses cruzados, exigencias de los socios, previsiones reales de la deuda, estado real de la economía, fluctuaciones del mercado, alianzas que se necesitan para aprobar leyes o incluso para gobernar… 

Tampoco estoy de acuerdo con ese conocimiento de la situación que por fuerza debe tener un político. Tú pones el ejemplo de tu trabajo. Pondré yo el del mío. Yo he sido guionista y director de programas y como tal puedo prometer, antes de poner en marcha un proyecto, que voy a intentar hacerlo bien y que además tenga audiencia, pero te aseguro que el resultado es imprevisible: a veces ha funcionado un programa que parecía condenado al fracaso y en otras ha fracasado el programa que lo tenía todo para triunfar. Orson Welles decía que antes de ir al plató hacía mil y un planes de grabación y que al llegar allí hacía algo completamente diferente, porque no es lo mismo imaginar que ver, anticipar un problema que enfrentarse a él. Hacer que funcione un país es infinitamente más complicado que hacer que funcione un programa de televisión. Las variables superan con mucho a las de la previsión meteorológica, insisto. 

Eso no quiere decir que no haya maneras de mejorar una situación y que algunas funcionen, ni que no haya que hacer propuestas y buscar nuevas vías, todo lo contrario. Ahí está el ejemplo de los países nórdicos y Alemania (e incluso Gran Bretaña o Japón, a pesar de las crisis), pero casi todas esas maneras se basan en un trabajo continuado a lo largo de años y décadas, y en un tipo de sociedad determinada, no en una solución mágica que funcionará ya en los próximos cuatro años, que es el horizonte que suelen prometer todos los partidos. El trabajo previo, como el de Welles antes de ir al plató, muchas veces también ayuda a improvisar y a tomar otras decisiones, que no se pudieron prever, pero no es una garantía de éxito.

Pero, incluso aunque se pudieran conocer todos esos condicionantes, me parece que plantear la hipótesis de que un partido prometa el pleno empleo y se le castigue porque no cumple esa promesa, es absurdo. Nadie debería votar o confiar en un partido que promete el pleno empleo, sencillamente porque es imposible saber cómo se consigue el pleno empleo. Si alguien lo supiera, no tendríamos partidos que se turnan en el poder, sino un partido que ganaría elección tras elección. ¿Qué partido no querría conseguir el pleno empleo?

La economía se considera en filosofía de la ciencia como una ciencia blanda, muy lejos de ciencias como la matemática, la física o incluso la estadística (que es muy precisa, otra cosa es cómo se interprete). La economía, para algunos está junto a ciencias tan poco fiables (en tanto que ciencias) como la antropología o la metafísica, mientras que para otros, entre ellos Karl Popper e incluso economistas de prestigio, está bordeando el terreno de la astrología.

Todos los partidos que están en la oposición dicen por sistema que van a solucionar todos los problemas, pero otra cosa es que lo consigan cuando llegan al poder. ¿Les faltaba información?, ¿mintieron a propósito? ¿Mintió Hollande en las últimas elecciones francesas, mintió Renzi en las italianas, mintió Rajoy en las españolas? Ninguno ha cumplido sus estupendas promesas. 

Francois Hollande

Tal vez sí mintieron hasta cierto punto, pero probablemente no a conciencia. Es posible que pensaran: «Voy a decir que todo se puede arreglar sin contrapartidas dolorosas y después ya veremos cómo lo hacemos». Porque tal vez esa es la única manera de ganar las elecciones y ese político y ese partido consideran, como es natural, que ellos lo harán mejor que sus rivales. Además, un político puede confiar en que tiene ciertas recetas que quizá reactiven la economía y después descubrir que eso no sucede, o bien porque las cosas han cambiado o bien porque las cosas son demasiado complejas, o bien porque, sencillamente, la idea era muy mala. Insisto en que las cosas económicas son extremadamente complejas. En este sentido, creo que es muy recomendable el libro del premio Nobel de economía Daniel Kahneman Pensar rápido, pensar despacio. Lo curioso es que Kahneman es psicólogo y no economista, pero ganó el Nobel porque mostró lo poco fiables que somos cuando tomamos decisiones en situaciones de incertidumbre. Y en economía todas las situaciones son de incertidumbre.

groucho_marx1_2En cuanto a la política ni siquiera es una ciencia, sino como mucho un arte. Una buena definición quizá sea la de Groucho de la imagen o aquella de que «la política es el arte de lo posible». O esta de Aristóteles

“Las cosas nobles y justas que son objeto de la política presentan tales diferencias y desviaciones, que parecen existir sólo por convención y no por naturaleza. Por ello, hemos de contentarnos con mostrar la verdad de un modo tosco y esquemático… porque es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada materia en la medida en que lo admite la naturaleza del asunto”

Dados todos los condicionantes anteriores, cualquier elector que ante un programa y unas promesas, no ya irrealizables sino «imprometibles», vota a un partido que las sostiene, está cometiendo un pecado no ya de ingenuidad, sino de irresponsabilidad.

Y es por eso, precisamente, por lo que las personas son importantes y es por eso que las personas determinan en realidad nuestro voto, al menos el voto de quienes están dispuestos a cambiar de opinión (hay quienes votan al mismo partido pase lo que pase): ciertos candidatos, de una manera inevitablemente subjetiva, nos transmiten más confianza que otras. En ocasiones, el simple atractivo físico o intelectual es ya suficiente, como parece ser el caso reciente de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias. A veces, junto a ese atractivo, se une una sensación, que es la realmente importante, por muy subjetiva que sea, de que ese hombre o esa mujer, cuando las cosas quizá se tuerzan y no sean tan fáciles como estaba previsto serán capaces de reaccionar y enderezar o cambiar el rumbo. O tal vez nos transmiten la sensación de honestidad, de preparación, de trabajo duro, o al menos la de sensatez. Quizá lo que nos asustan son los cambios, y esa es una razón que mueve el voto conservador, excepto en situaciones de crisis, donde una cara nueva puede ofrecer ciertos atractivos emocionales e intelectuales, incluso a votantes que se sitúan en el otro extremo del espectro político. Por poner un ejemplo, yo habría votado casi con entusiasmo a Josep Borrell para presidente del gobierno, pero en ningún caso habría votado a Joaquín Almunia, que fue colocado de manera fraudulenta en lugar de Borrell por el aparato del Partido Socialista.

Sea como sea, una persona al frente de un partido determinado no es sólo una persona, y supongo que a eso quería apuntar tu amigo. Es una persona que en principio se identifica con el programa y sobre todo con esos principios generales de ese partido. Pero los programas cambian, a veces en la misma carrera electoral y a pesar de eso, quienes depositan su confianza en una persona, quizá impulsivamente, claro, quizá intuitivamente y sin la suficiente reflexión, siguen confiando en esa persona, porque les trasmite confianza o seguridad. Un ejemplo reciente lo tenemos en las propuestas de Podemos, que han ido cambiando con el paso de los meses y, sin embargo, sus seguidores por regla general no han dejado de confiar en Pablo Iglesias. Sin embargo, en el lado del PSOE y el PP está claro que la exigencia de los votantes no es tanto acerca del programa, ni siquiera tal vez acerca de una persona en concreto, sino la exigencia de medidas creíbles para perseguir y castigar la corrupción. Hoy en día, al votante del PP lo que más le retrae de votarlo no es que le guste o no el programa o el candidato, sino la indignación por la corrupción, y por eso busca o caras nuevas que le parezcan fiables o medidas anticorrupción convincentes.

Con esto quiero decir que las razones por las que votamos a uno u otro partido son una mezcla de muchos factores, a veces casi inconscientes: en un caso nos importa mucho la persona (por ejemplo, si se trata de elecciones para un alcalde, donde la personalidad puede llegar a ser fundamental), en otros casos nos seduce un programa con nuevas propuestas que nos gustan, en otros casos lo que inclina la balanza son las promesas de hacer una política nueva o de atajar la corrupción. En ciertos casos, nos impide o nos impulsa votar a un partido una propuesta concreta: en un momento dado consideré que no podía votar al PSOE por su implicación con el terrorismo de estado (el GAL), y tampoco podría votar a ningún partido que minimice, justifique o apoye el terrorismo de ETA. Borrel nunca justificó el GAL (a pesar de que le forzaron a hacerse una foto cerca de los acusados) pero Almunia sí. Razón suficiente para mí para votar a uno u otro, a pesar de pertenecer al mismo partido y tener más o menos el mismo programa.

En cualquier caso, la persona, el candidato, no sale de la nada por regla general, sino que pertenece a un partido, o al menos a una corriente política, a un movimiento ciudadano y, en consecuencia, comparte más o menos los principios e ideas de ese partido, así como el programa. No creo que tu amigo quisiera decir que daba igual quien fuera la persona, o tal vez sí  lo quería decir, pero, aunque coincido en parte las ideas de tu amigo, yo personalmente desconfió mucho de las personas surgidas de la nada, necesito referencias, información, saber qué opina, qué ha hecho, quiénes son sus amigos, sus socios, su partido, qué propuestas ha lanzado, etcétera.

Para mí, por otra parte, una piedra de toque importante para juzgar a los políticos y para decidir mi voto son precisamente los programas y las propuestas electorales, pero por vía negativa: si veo que proponen ciertas cosas que son imposibles de prometer, como el pleno empleo que dices, empiezo a desconfiar y me da la impresión de que estoy ante un demagogo. Prefiero a un político que me presente las dificultades y soluciones a las que hay que enfrentarse, quizá no perfectas y definitivas pero sí creíbles, al menos en cuanto a intención. Me gustaba una cosa que dijo Adolfo Suárez en su ocaso político, cuando pasó de 160 a 2 diputados (él y Rodríguez Sahagún): un político no tiene que hacer lo que quiere la gente ni cambiar su programa en función de la opinión estadística; es obvio que debe escuchar a la sociedad y detectar las preocupaciones, pero un político no tiene que decir lo que la gente quiere escuchar, sino que debe proponer ideas en las que cree y que considera que serán buenas para la sociedad, y son los votantes los que deben decidir si les gustan esas ideas y juzgarlo por ellas y por cómo las ha llevado a cabo. A veces, añado yo (pero creo que en la línea de lo que dijo Suárez), no puede llevar a cabo su programa, por lo que los electores deberán juzgar si ha hecho bien al no llevarlo a cabo, y si ha reaccionado bien ante situaciones imprevistas. Por terminar con Suárez, a quien nunca voté (o quizá sí en esos dos diputados casi finales, no lo recuerdo), nunca tuvo un programa claro, pero siempre supo reaccionar con bastante agudeza y entereza a situaciones verdaderamente imprevisibles e inesperadas, incluido un golpe de estado.

 Otra cosa es que existen ciertas propuestas concretas que sí son perfectamente realizables: legalización del matrimonio homosexual, salida del euro, no pagar la deuda, sí pagar la deuda, pagar la deuda pero auditarla y buscar responsabilidades, privatizar empresas públicas, nacionalizar empresas privadas… Bien, esas son propuestas claras, aunque los efectos de unas u otras pueden ser muy diversos y en ciertos casos imprevisibles. Pero prometer el pleno empleo sin más, creo que eso sí sería engañar al votante. Es una estafa, no por cumplirlo o no, sino por prometerlo.

En cuanto a lo de que la política sea vocacional, supongo que es una característica que en ciertos casos se puede dar, más allá del hecho de que resulta difícil definir qué es lo «vocacional» y cómo cada cual cree que se puede mejorar la vida de los vecinos, de los ciudadanos y de la sociedad. Y claro, Los políticos deberían ser honrados, pero eso no está en el genoma de nadie, así que creo que lo más importante es establecer mecanismos que permitan detectar la trampa y el engaño. Leyes que persigan la corrupción, instituciones y poderes que sirvan de contrapeso y denuncia (jueces, prensa, tribunales independientes); pero no entiendo muy bien tú planteamiento; es decir: ¿crees que cualquier político que no sea honrado al ver que «la política es sólo para honrados» diría: «Ah, bueno, yo pensaba que también era para mangantes y ladrones, y como yo soy un mangante y un ladrón, pues me voy a dedicar a otra cosa?».

Es evidente que todos somos posibles víctimas de la corrupción y de la tentación, de hacer favores a los amigos, de creer que nos merecemos nosotros o los nuestros una recompensa por nuestros esfuerzos. Pensar que sólo con quererlo o declararlo uno no sea corruptible es ir más allá de la ingenuidad. Mi opinión personal es que el mundo de los ordenadores, el Big Data y los datos masivos, la transparencia bancaria, el cierre de los paraísos fiscales y otras medidas son lo que puede poner límites a la corrupción, no el pedir el carné de «incorruptible» a nadie, cosa imposible. Por otra parte, creo que otra cosa que me causa desconfianza es que alguien presuma de que puede acabar para siempre con la corrupción y de que su partido y sus candidatos no son corruptibles, que son de alguna manera «puros»: recordemos que el PP ganó varias elecciones diciendo reiteradamente que el PSOE era el «partido de la corrupción» y que ellos eran muy honrados.

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CUADERNO DE POLÍTICA

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