Pansiquismo o evolución
La discusión en torno a la inteligencia de las maquinas no es tan sencilla, o es más compleja incluso, que la discusión en torno a la inteligencia de las plantas, de las abejas, de las hormigas o de los primates y delfines. La lectura de los libros de Maeterlinck, por ejemplo, puede convertir en difusas fronteras que antes parecían muy claras acerca de la inteligencia de los insectos. Ello puede situarnos ante dos opciones: hacer de la inteligencia algo universal, adoptando algún tipo de pansiquismo incapaz de explicar las diferencias (pues todo tendría inteligencia o conciencia), o insistir en el carácter evolutivo de la inteligencia humana, más que en el cualitativo.
De una u otra manera, al pensar en la inteligencia de las plantas no nos hallamos en una situación muy diferente de aquella que se refiere a la inteligencia de los termostatos. Lo que discutimos en ambos casos es si algo que conocemos y definimos sin mucha dificultad además merece o no el nombre de inteligencia, o el de actitud intencional.
Pero en el caso de los ordenadores, nos hallamos en una situación radicalmente distinta: estamos hablando no sólo de algo pasado y presente, sino de algo futuro, de algo que aun no existe. En definitiva, de algo que evoluciona. Y evoluciona muy rápidamente, por lo que no podemos decir “una máquina ‘inteligente’ (un computador) es esto y aquello, y hace esto y aquello y siempre será así”, cosa que si podemos decir de un termostato o de una abeja (aunque en el caso de las abejas podríamos descubrir en el futuro que hacen cosas que actualmente ignoramos).
Searle afirma sin dudarlo que su refutación no tiene nada que ver con cualquier estado pasado presente o futuro de los ordenadores, sino que vale para cualquier ordenador imaginable. La apuesta no es tan arriesgada para Searle, puesto que añade que si un ordenador llegara a pensar, ello no significaría que los ordenadores piensan, sino que tal ordenador ya no sería un ordenador. Podemos, quizá, aceptar ese argumento referido a una abeja: si a partir del diminuto cuerpo de una abeja creásemos un ser pensante, añadiendo poco a poco partes orgánicas al cuerpo del insecto, sería posible hasta cierto punto decir que la abeja es el ‘motor* de ese ser pensante, pero, ciertamente, sería muy difícil decir que la abeja ‘piensa’ . En el caso de un ordenador, la cuestión se plantea de manera muy diferente. Los ordenadores no son dados al ser humano por la naturaleza, como pueden serlo las abejas, sino que es el ser humano quien, al crearlos, los define y redefine.
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