Los viciosos estamos condenados a fumar. No podemos drogarnos tranquilamente, beber alcohol, bailar, ligar y todo lo demás sin fumar.
Si nos quejamos del humo, somos unos represores: no dejamos que los demás disfruten. Que disfruten ellos sí, pero ¿por qué nosotros no podemos disfrutar también?
No se sabe. No hay respuesta.
Es evidente que quien fuma abusa de los que no fuman: les quita el aire, les obliga a respirar humo, pero eso, parece, no es represión, no es abuso.
Los fumadores no se plantean dudar de lo establecido. Ni siquiera se dan cuenta de que están forzando a los demás, perjudicando el placer ajeno. Es algo que salta a la vista, pero los fumadores no piensan en las personas, sino en tópicos: fumar es rebelde, fumar es libertad, prohibir fumar es represor, es yanki, americano. Olvidan que en el país de la libertad y la tolerancia, Holanda, se ha prohibido fumar en las discotecas.
¿Por qué? ¿Un intolerable ataque a la libertad?
No, una defensa de la libertad. De la libertad de los que no fuman.
Esta es una de esas cosas en las que muchas personas progresistas («de izquierdas») se comportan como los peores reaccionarios: imponen sus humos a los demás y además dicen que son ellos los perseguidos. Es como aquel policía que dijo que él no pegó al manifestante, sino que el manifestante puso su cabeza debajo de su porra.
(Publicado en Seingalt, diario secreto el lunes 5 de julio de 2004)
Comentario en 2015
En los comentarios publicado en 2004 se puede ver que entonces todavía se discutían cosas que hoy ya nos parecen evidentes e indiscutibles. Se trata sin duda de un efecto de lo que el filósofo cubano llamaba «la suavidad de las costumbres». Espero que en el futuro lo que ahora se aplica al tabaco se aplique también al humo de los automóviles.
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