Para Aristóteles, la prudencia es una de las grandes virtudes. Eso lo aprendí cuando estudié filosofía, en un curso de Quintín Racionero, quien nos pidió que leyéramos las dos Éticas de Aristóteles y un maravilloso estudio de Pierre Aubenque La prudence chez Aristote (La prudencia en Aristóteles). Esas lecturas confirmaron mi admiración hacia Aristóteles, uno de los filósofos griegos que más tardé en empezar a leer, hacia los veinticinco años.
Ya no recuerdo si Aristóteles consideraba la prudencia (sofrosine en griego) una virtud u otra cosa, pero sí recuerdo que decía que para averiguar qué es la prudencia un buen método era examinar primero cómo son aquellas personas a las que llamamos ‘prudentes’, como Pericles. También recuerdo que decía que la cobardía no era lo opuesto de la valentía, sino de la temeridad. Pero no recuerdo muy bien si la prudencia tenía algún opuesto, quizá fuera también la temeridad, tal vez, simplemente, la imprudencia.
Aunque entonces aprendí qué era la prudencia, creo que tardé todavía algunos años en practicarla, al menos en ciertos aspectos. Gracias a la prudencia he logrado poco a poco moderar algunos de mis defectos, como el ser extremadamente despistado. Esa es la razón que explica por qué he llegado al aeropuerto de Barajas casi cuatro horas antes de que saliera mi vuelo a Hong Kong. Lo he hecho porque sé que es muy frecuente que en último momento me suceda algo imprevisto y desastroso: que olvide el billete, el pasaporte o cualquier otra cosa absolutamente necesaria para un viaje como el que voy a iniciar. También, como decía un escritor inglés en el título de una de sus novelas (quizá Evelyn Waugh), sé que, además de mi torpeza y despiste habitual, siempre ocurre lo inesperado, algún accidente del que yo no sea directamente responsable, como que un suicida haga que se detenga el metro, por ejemplo. Así que en estas ocasiones suelo salir de casa con una anticipación desmesurada.
Creo que la segunda mejor manera de evitar el estrés y la ansiedad es tomártelo todo con calma; la primera consiste en evitar las situaciones que producen estrés y ansiedad. Eso es lo que hago desde hace mucho tiempo y por eso estoy aquí ahora, en el aeropuerto, casi cuatro horas antes de que parta mi vuelo hacia Hong Kong, escribiendo en esta libreta que me regaló hace años mi amiga Karina las primeras impresiones de este viaje a Yunnan.
Cuervo y Mosca me acompañarán en este viaje a Yunnan
NOTA 4 de julio de 2011
El libro al que me refiero en el texto Siempre ocurre lo inesperado, no es de Evelyn Waugh y ni siquiera de un autor inglés, sino de un escritor francés: André Maurois. En ese libro está contenido uno de los cuentos que más me han gustado y que me regaló mi amigo Jordi Torrent hace muchos años en hojas fotocopiadas: La casa.
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