Elogio del egocentrismo

Hace unos años (en 1997), publiqué como Pórtico del numero 4 de mi revista Esklepsis esta deliciosa defensa del egocentrismo:

 

ELOGIO DEL EGOCENTRISMO
Raymond Smullyan

Siempre me ha molestado el gran prejuicio que hay contra el egocentrismo.
¿A qué se debe? ¿es fruto de que se nos ha enseñado que no debemos ser egocéntricos? ¿tenemos celos de quien carece de esta inhibición? Es evidente que existe egocentrismo y egocentrismo. Como a la mayoría, me molesta el tipo de egocentrismo poco amoroso y pesimista con el que en ocasiones nos solemos topar… Creo que se ha de establecer una clara distinción entre el egotismo, en el sentido de ‘amor a sí mismo’, y lo que podríamos denominar ego-asertividad. Siempre he odiado a la gente ego-asertiva, mientras que amo a la gente que se ama a sí misma. Las personas ego-asertivas suelen tener mucho poder a la hora de dirigir y manipular a otras personas, por lo que no es extraño que no nos gusten. Pero una persona que es puramente egocéntrica, normalmente se contenta con alabarse a sí mismo y no considera necesario despreciar a los demás. Alguien me dijo una vez: «Creo que una persona ego-asertiva necesita de los demás, aunque sólo sea para afirmar su ego contra ellos, mientras que una persona egocéntrica sencillamente no necesita de los demás para nada». Estoy de acuerdo con la primera parte de esta afirmación, pero tengo dudas respecto a la segunda parte. Yo diría que una persona verdaderamente egocéntrica (en el mejor sentido de la palabra) necesita a otros. Tomádme como ejemplo; sin otras personas a mi alrededor ¿a quién impresionaría?
También me molestan mucho los sentimientos de vergüenza y culpa que las personas tienen con respecto a su egocentrismo…
Me gustaría hablar ahora un poco sobre mis supuesto ‘egotismo’ y luego sobre el ‘egotismo’ de los demás.
Una vez, en un estado de felicidad, hice el siguiente poemilla titulado Egotistas:

La mayoría odia a los egotistas.
Les recuerdan a ellos.
Amo a los egotistas
Me recuerdan a mí.

En otra ocasión, escribí otro poema, y mi primera intención fue titularlo «Elogio a mí mismo». Sin embargo, este título (aunque deliciosamente egocéntrico) no llega a atrapar el significado más profundo y trágico del poema y por ello cambié el título a «Carezco de ego».

La mayoría de la gente,
Cuando es criticada por ser egocéntrica
Sólo descubre modos inteligentes
Para ocultarlo a los demás.
luego, más tarde
Se vuelven ellos mismos estúpidos
Entonces adoptan la secreta dicha egocéntrica
De imaginarse sin ego.
¡Mi caso es distinto!
Carezco realmente de ego.
Como un solitario huérfano
abandonado.
En mi gozoso grito «No tengo ego»
Pierdo mi ego.
Mi ego permanece
Pero ya no me pertenece.

Estoy tan sorprendido como tú de que el poema acabe siendo tan triste. Originalmente lo planeé para que fuera gozoso, exuberante, exultante y casi desafiantemente egocéntrico; me dejé ir y esperé a ver qué pasaba. La cima del egocentrismo se alcanza evidentemente en la línea: «¡Mi caso es distinto!», que significa que soy mejor que tú, puesto que tú simplemente piensas que has perdido el ego, mientras que yo lo he hecho. Pero luego resulta que el perder mi ego es triste en lugar de alegre. ¿No es algo divertido? ¿Dime, querido lector, te apena que haya perdido mi ego? ¿No? ¿Cómo? Me apenaría si perdierais el vuestro. ¿Cómo es que no os apena que haya perdido el mío? Tal vez algunos de vosotros, orientados a la religión o la mística, diréis que lo que he perdido es mi ego individual, o ser individual, pero que uno ha de ‘matar’ a su ser individual antes de poder nacer a su gran-‘universal’-ser. No soy contrario a la noción del «Yo universal», ni niego su importancia, pero creo que debe haber algún modo mejor, más sensato de lograrlo que ‘matando’ al ego individual. Tal vez no se haya encontrado este camino, pero ello no quiere decir que no se halle en el futuro. Y si se encuentra (soy lo suficientemente optimista para creer que sucederá) finalmente descubriremos la síntesis perfecta de la filosofía oriental y la occidental.»  (Raymond Smullyan en Silencioso Tao)

Raymond Smullyan

Y esto es lo que escribí en mi revista Esklepsis en 1997:

Me gusta mucho esta defensa del egocentrismo que he tomado de un libro delicioso de Smullyan: Silencioso Tao. No sé exactamente a qué se refiere Smullyan con lo de «ego-asertividad». Supongo que a aquellos que creen que el mundo gira en torno a ellos y que imponen a los demás su manera de ver las cosas, que no son capaces de mirar más allá de sí mismos ni darse cuenta de que los demás son los demás, es decir, otros egos, con los que hay que dialogar y no monologar. Aquellos a los que se puede identificar con lo que decía el famoso cohete de Oscar Wilde: «Está bien, dejemos de hablar de mí y hablemos de ti: ¿Qué opinas de mí?».  Cuando no se cae en esa obsesiva ego-asertividad tan fatigosa, el egocentrismo es estupendo. Coincido también con Smullyan en que hay algo absurdo en el deseo (oriental o no) de matar al ego y que, más bien, ese deseo expresa un profundo egocentrismo, pero esta vez en el peor sentido.

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