Yo soy la materia de mi web

«Je suis moi même la matière de mon livre», es decir, «Yo soy la materia de mi libro», es la manera en la que Montaigne definió sus Ensayos. Yo apliqué la misma idea a mi página digital y a mi blog Il Saggiatore casi desde sus inicios en 2003.

Il Saggiatore conecta Sagitario con Il Saggiatore, de Galileo Galileo, que también quiere decir «El Ensayador».

Todo ese juego conceptual está más o menos contenido en la imagen principal de esta entrada, en la que mi personaje Craven  es casi un centauro arquero que lanza una flecha hacia atrás, es decir hacia el pasado. Si se observa atentamente, la flecha es una frase: «Je suis moi même la matière de ma web».

Ya en otra ocasión hice en esta página una variación de aquel célebre «Yo soy la materia de mi libro» que proclamó Montaigne en la advertencia Al lector con la que se inician sus Ensayos:

«Es este un libro de buena fe, lector. De entrada te advierte que con él no me he propuesto más fin que el doméstico o privado. En él no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria. No son capaces mis fuerzas de tales designios. Lo he dedicado al particular solaz de parientes y amigos: a fin de que una vez me hayan perdido (lo que muy pronto sucederá), puedan hallar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y así, alimenten más completo y vivo, el conocimiento que han tenido de mi persona. Si lo hubiera escrito para conseguir el favor del mundo, me habría engalanado mejor y me mostraría en actitud más estudiada. Quiero que en él me vean con mis maneras sencillas, naturales y ordinarias, sin disimulo ni artificio: pues me pinto a mí mismo. Aquí podrán leerse mis defectos crudamente y mi forma de ser innata, en la medida en que el respeto público me lo ha permitido. Que si yo hubiera estado en esas naciones de las que se dice viven todavía en la dulce libertad de las primeras leyes de la naturaleza, te aseguro que gustosamente me habría pintado por entero, y desnudo. Así, lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frívolo y vano. Adiós, pues, de Montaigne, a uno de marzo de mil quinientos ochenta».

Me identifico casi completamente con estas palabras de Montaigne y por eso, en una de mis primeras páginas web, allá por 2004, fabriqué una declaración que cambiaba «libro» por «web» usando la tipografía original de los Ensayos de Montaigne:

«Esta es una web de buena fe, lector. De entrada te advierte que con ella no me he propuesto más fin que el doméstico o privado».

Con parecidas intenciones a las de Montaigne al escribir sus ensayos, inicié mi incursión en el mundo de Internet. No quise nunca convertir este mundo digital en una obligación, ni someterme a los prejuicios o tendencias del momento, ni complacer a mis lectores ni decirles lo que quieren escuchar. Del mismo modo que Montaigne escribía sus ensayos para sí mismo, en primer lugar, y para algunas amigas en segundo lugar, me propuse escribir para mí mismo y para algunos amigos y quizá otros desconocidos a los que pudiera interesar las diversas cosas que me gustan. En estos veinte años digitales, por lo tanto, he escrito acerca de casi todo, desde tonterías y trivialidades sin interés a ensayos por entregas que después se convirtieron en libros y con los que incluso gané sustanciosos premios, como «El problema de la identidad», que se convirtió en Nada es lo que es, los problemas de la identidad. Algunas entradas son espesas y sesudas, otras rápidas y llenas de errores, aunque espero que no tan ilegibles como esas notas que tomamos tan solo para nuestro propio uso, ya que al fin y al cabo, sabía que al menos una o dos personas leerían lo que publicara. Eso sí, a medida que aumentaron los lectores, me propuse no escribir pensando en un público anónimo ni para complacer a la claque o capillita, como se decía antiguamente, es decir a ese público que te aplaude pero que al mismo tiempo te condiciona y que, finalmente, te secuestra. Así que no me importa decepcionar a este o a aquel, que esperaban otra cosa de mí.

También, en fin, he intentado no censurarme, aunque tengo que confesar que estos tiempos nefastos en los que todos señalan a los demás, como moralistas antiguos, aireando su constante indignación hacia todo lo que no coincide con las ideas de su grupo, me han condicionado de alguna forma. Es una lástima, sin duda, pero siempre he tenido presente eso que dijo Borges (aunque creo que alguien lo dijo antes): «Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos».

Es algo que ni el propio Borges pudo evitar en ciertos momentos, y que he observado en los últimos años en muchos pensadores, periodistas, intelectuales e incluso amigos y conocidos. Nada me inquietaría más que parecerme a los dogmáticos, a los simplistas, a los intolerantes, a los regañones y a los cenizos que tanto abundan hoy en día. Por eso, a veces el silencio o el humor son más convenientes que el enfrentamiento directo.

En definitiva, como los ensayos de Montaigne, todo lo que aquí se puede leer es solo un ensayo, una prueba, un boceto, un intento. Nada más.


Reuní  en el Pórtico de uno los números de mi revista Esklepsis una selección de los textos en los que Montaigne explica por qué habla tanto de sí mismo y por qué pasa todo por el filtro de su subjetividad, ideas con lss que me identifico plenamente. Puedes leerlos aquí: De Montaigne al lector

Acerca del nombre Il Saggiatore y su curiosísima etimología, puedes leer esta entrada: Etimología platónica de Il Saggiatore.

[Il Saggiatore, 2003-2004, 31-12-2012, 2019, Anacrónico II, 2022]

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