El realismo cristiano
Me acerca al cristianismo el que ambos somos realistas.
Durante la Edad Media tuvo lugar en el mundo cristiano una dura controversia entre realistas y nominalistas acerca de los ‘universales’, las palabras que designan géneros y especies en vez de individuos, por ejemplo:
- “ser humano” o “mamífero” como géneros a los que pertenece un ser humano particular, como Socrates, o un animal determinado, como ese león que ahora tenemos delante en el parque natural del Serengeti. ,
- “verde” referido al color verde y no a una cosa particular de color verde.
Los realistas decían que los géneros y las especies existen de manera semejante a como existen los individuos. Los nominalistas opinaban que esos géneros y especies o “universales” no son sino sonidos o palabras, sin más existencia posible.
En la polémica medieval que enfrenta a realistas y nominalistas, he estado generalmente más próximo a los nominalistas, aunque mi actual posición es casi equidistante de ambas facciones y más próxima a una tercera vía: el conceptualismo. Pero no voy a desarrollar aquí mi postura en este asunto (que también añade algunos matices al conceptualismo), puesto que el realismo que me une al cristianismo no es el de los universales, sino el de las cosas.
En efecto, no se trata del realismo que se opone al nominalismo, sino del que se enfrenta al idealismo. Los realistas, en este segundo sentido, piensan que existe un mundo exterior que no es producto de nuestra mente, mientras que los idealistas opinan que ese mundo exterior no tiene existencia propia, sino que depende de los seres pensantes, o del pensamiento sin más. Que no existe nada ahí fuera y que todo es producto de nuestra mente.
Es decir, se puede explicar la realidad a partir de las cosas o a partir de nuestro pensamiento ( incluso aunque ese pensamiento sea acerca de cosas).
A menudo se dice que los realistas medievales no sabían que eran realistas, porque ni siquiera se planteaban que el mundo exterior pudiera no ser real. Lo daban por supuesto y no creían necesario justificar ni fundamentar la creencia en tal mundo exterior. Lo que se discutía entonces no era si las cosas tenían una existencia propia, sino si también se podía atribuir existencia a los conceptos (que es la polémica realismo/nominalismo mencionada antes). Sólo cuando los idealistas afirmaron que el mundo exterior no tenía existencia propia (con matices muy diversos, desde Berkeley a Hegel), los realistas se vieron obligados a plantearse las razones de su fe en ese mundo de cosas que existen fuera de la mente.
La anterior es una bonita explicación, pero es bastante inexacta, porque es falso que los problemas planteados por el idealismo y el racionalismo no se conocieran anteriormente. En realidad, los argumentos idealistas son deudores directos de los argumentos escépticos, que ya se conocían en Grecia y Roma. La única innovación sustancial del idealismo respecto al escepticismo es que el primero, tras utilizar los argumentos escépticos como crítica al mundo externo, crea un sistema dogmático basado sólo en la mente. Ana Gracián trata de este asunto en su artículo Crítica del metafenomenalismo, que se incluye en este mismo número de ESKLEPSIS.
Siguiendo los ejemplos de Kant y de Descartes, los realistas modernos han intentado fundamentar sus ideas sobre proposiciones a priori, es decir, no nacidas de la experiencia, y hay toda una corriente que corre tras la bandera del realismo crítico: un realismo bien fundado desde el punto de vista de la epistemología o la teoría del conocimiento (“cómo conocemos y qué podemos conocer”). Sus intentos han sido tan exitosos como los de sus rivales, los idealistas críticos: lo han explicado todo.
Todo excepto el hecho de que unos y otros no se dejan convencer por sus respectivas y estupendas demostraciones.
Una segunda vía realista, tercera si contamos al realismo ingenuo (aquél que ni siquiera se plantea su propia existencia), es el realismo crítico o metódico de Etienne Gilson, que no busca una fundamentación basada en complicados principios a priori, sino que plantea un único prejuicio o a priori: “El mundo exterior existe”. A partir de aquí, la tarea del filósofo se hace muy sencilla.
A mí me gusta bastante la postura del realismo crítico, aunque quizá no es exactamente el camino que seguiría, porque tal vez rechazaría, antes que nada, seguir un método apriorístico y seguiría más bien el método analítico que proponía Condillac.
Bien, se me dirá, si sigues ese método, ya estás aceptando dos prejuicios: primero, que el mundo exterior existe, puesto que lo vas a analizar y a observar, con lo que incluyes lo que se quiere demostrar en la demostración; segundo, que el método analítico es un buen método para conocer la realidad.
Cierto. Además, incluyo otra premisa: que se puede explicar no sólo que el mundo exterior exista, sino que exista algo, y que se puede explicar en su pleno sentido, es decir, mediante argumentos. Ahora bien, yo cometo estos tres pecados de lesa filosofía, es cierto, pero estos tres argumentos, cambiando sólo algunas palabras (el mundo existe, por la mente existe, el método analítico por el método sintético) también los suponen mis rivales idealistas. Por otra parte, hay algunas cosas en las que estoy casi de acuerdo con algunos argumentos idealistas, pero de eso hablaré en otro momento.
(TAN CERCA Y TAN LEJOS, en Esklepsis nº1)
[Publicado en 1994]
COMENTARIO 2012
En Cosas que he aprendido de... dediqué un artículo a Jesucristo y los cristianos
Comentarios 2013
Al revisar el artículo, he decidido dividirlo en dos partes, por un lado Tan cerca y tan lejos: el cristianismo“, y por otra: Tan cerca y tan lejos: el realismo cristiano.
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