El buen salvaje chino 

Guerra y paz en la antigua China /3

«Todo en mi República se haría al revés. Nadie sabría de letras. No habría ricos ni pobres, ni otras servidumbres ¡Ni una! No más contratos, ni herencias, ni fronteras, lindes, tierras o viñas. ¡Ni una! Nada de trabajo. Sólo hombres en ocio. Y mujeres también. ¡Pero inocentes y virtuosas! ¡Nada de soberanías!».
(Caliban en La tempestad, de William Shakespeare)

Entre los mitos que explican el origen de la civilización, hay dos que se encuentran en casi todas las culturas: el del buen salvaje y el de la Edad de Oro. Los dos aluden a un tiempo en el que la guerra no existía.

En China, esos dos mitos eran los favoritos de los filósofos taoístas, que despreciaban la organización social, las leyes y la tecnología en todas sus formas. El ser humano, decían, tiene que vivir en armonía con la naturaleza, en vez de intentar modificarla. Los primeros taoístas querían recuperar a ese buen salvaje que todos llevamos dentro y vivir con la simplicidad de nuestros antepasados, alimentándonos con lo que la naturaleza nos ofrece, o como mucho con lo que podemos cultivar con nuestras propias manos. Recomendaban regresar a los viejos tiempos en los que todavía no se había organizado la sociedad, cuando no existían ciudades ni se desviaban los ríos. En su opinión, los molinos de agua, las ballestas o los carros de combate eran instrumentos que solo sirven para matar, a veces de manera figurada y otras de manera literal, al buen salvaje que todos llevamos dentro. La consecuencia de estas ideas, muy semejantes a las de Jean Jacques Rousseau, fue que algunos taoístas intentaron vivir apartados de la sociedad organizada, negándose a pagar impuestos y a participar en la guerra.

Los confucianos, grandes rivales de los taoístas, replicaban que el ser humano es un animal social y familiar, que debe contribuir a la organización del estado y a su bienestar. El taoísmo es individualista y anarquista, mientras que el confucianismo es comunitario y solidario, pero había algo en lo que las dos escuelas coincidían: tanto unos como otros aseguraban que en los tiempos míticos había existido una Edad de Oro en la que todo funcionaba muy bien, ya fuera porque no se hacía nada para modificar la naturaleza, ya porque gobernantes y gobernados eran virtuosos. La diferencia es que cada escuela elegía a un emperador diferente como representante de esos tiempos míticos. El favorito de los taoístas era Shennong, el de los confucianos, Huangdi, el Emperador Amarillo.

A Shennong se lo suele representar masticando hierbas.

En el Huainanzi, un libro escrito hacia el año -140, que reúne de manera ecléctica todo tipo de ideas (entre ellas un tratado de estrategia),  se menciona la “Escuela de los agricultores” y un libro llamado Shennong, en el que se describía una sociedad agrícola de tintes comunistas o anarquistas, anterior a las primeras dinastías. El libro se ha perdido, pero se conservan fragmentos muy interesantes, que quizá sean citas literales:

«Si en la flor de su vida un hombre no cultiva la tierra, alguien en el mundo pasará hambre por ello; si en la flor de su vida una mujer no teje, alguien en el mundo pasará frío por ello»[ref]Huainanzi. También se cuenta en el Lüshi chunqiu, donde la cita se atribuye a la «Enseñanza de Shennong».[/ref]

Aunque Shennong es llamado “emperador”, “soberano” o “augusto”, tanto él como su esposa trabajaban como cualquier otra persona, pues nadie se aprovechaba del trabajo ajeno, como en la utopía que propone Caliban, el hombre salvaje de La tempestad de Shakespeare (sin duda copiada de un ensayo de Montaigne). Shennong tampoco recurría a recompensas o castigos para mantener el orden y en su sociedad utópica la guerra era desconocida, por lo que no había ninguna necesidad de escribir tratados militares como el de Sunzi. El cereal se acumulaba en graneros para que nunca faltara y los cereales viejos se daban a quien no tenía comida:  «Si un cereal falla, se toma menos de ese cereal y se distribuye diez veces más del mismo; si dos cereales fallan, se toma menos de estos dos cereales y de nuevo se distribuyen por diez ».

En el Laozi, el libro más importante del taoísmo, se propone crear una sociedad casi anarquista, como la de Shennong, con feudos pequeños, y aunque se mencionan las armas, se recomienda no usarlas y evitar la guerra:

«Cread feudos pequeños y de poca gente, aseguraos de contar con armas suficientes para una tropa o batallón pero también de que no se usen; aseguraos de que la gente se tome la muerte tan en serio que no quiera marchar lejos, y que aunque tengan naves y carruajes no encuentren ocasión para usarlos, aunque tengan armas y armaduras no encuentren ocasión para sacarlas a relucir. Aseguraos de que los hombres regresen al uso de las cuerdas anudadas [artefactos mnemotécnicos anteriores a la escritura], que no deseen platos más dulces ni vestidos más finos, que estén contentos de estar donde están, que se regocijen con sus costumbres. Feudos colindantes se avizorarán en la distancia, alcanzarán a escuchar sus gallos y perros, pero las gentes llegarán a viejas y morirán sin nunca haber entrado ni salido».

Esta época maravillosa, en la que la ignorancia era premiada y la curiosidad castigada, no duró siempre. Cuando murió Shennong, el mundo se llenó de violencia, o quizá regresó a ella, porque hay que tener en cuenta que los partidarios de Primer Agricultor no dicen que los seres humanos fueran pacíficos desde siempre, sino que fueron las técnicas agrícolas de Shennong las que trajeron  la paz y el bienestar.

Tras la paz de Shennong, sin embargo, regresó o comenzó la guerra, con el Emperador Amarillo, al que también se atribuyen los primeros tratados de estrategia.

Shennong Ben Cao Jing (Tratado de la materia médica de Shennong), escrito en la época Han, quizá entre el año 25 y el 200, pero atribuido al mítico Señor del Mijo. A Shennong se le atribuye otro empleo de las plantas que es casi con toda seguridad anterior a la agricultura: la farmacopea, es decir, el empleo de plantas, que se pueden recolectar sin más, con propósitos medicinales. Se cree que a finales del paleolítico muchos pueblos tenían un cierto conocimiento de farmacopea o al menos de las utilidades y el carácter comestible de diversas plantas, pero que algún fenómeno climático o social, como un aumento de la población, pudo ser la causa de que empezaran a cultivarlas, lo que dio inicio a esa revolución neolítica de la que habla Gordon Childe. Shennong, el Señor del Mijo, es la personificación de ese cambio, pero también representa algo más importante para los chinos y que tiene que ver con la guerra, o al menos con su ausencia.

Continuará…


Una cuidada edición que ofrece la más completa panorámica del arte de la estrategia china publicada hasta la fecha.
Pese a ser uno de los libros más traducidos y versionados de la historia, El arte de la guerra de Sunzi se ve, todavía hoy, envuelto en un halo de misterio y desconocimiento. Daniel Tubau ha hecho un monumental trabajo de investigación para ofrecernos una completa visión del gran clásico de la estrategia.
Tubau demuestra que El arte de la guerra, en contra de muchas interpretaciones habituales, es un libro de múltiples y fascinantes lecturas. Descubriremos qué lugar ocupa este clásico entre los tratados de estrategia militar, si fue empleado por Napoleón, el Primer Emperador chino o Mao Zedong, si el arte de la guerra es, aunque parezca paradójico, un arte de la debilidad, que emplea técnicas consideradas tradicionalmente como «femeninas», qué papel juega la adivinación y el cálculo, la importancia del engaño y del uso de espías, el papel que debe jugar el general o estratega supremo en la guerra, y la adaptación a circunstancias cambiantes o imprevistas. También entenderemos las razones que han hecho que sea empleado como libro de texto fundamental en las escuelas militares, pero también que se haya convertido en un manual para ejecutivos, empresarios o políticos y que sus consejos se apliquen casi a cualquier terreno de la vida social. Libro impreso y ebook


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