Cómo salir de los círculos cerrados

En la adolescencia adquirí la sana costumbre de anotar ideas o comentarios en los márgenes de los libros. En muchas ocasiones severos lectores me regañaban por «estropear así» los libros. Yo no sabía qué responder, pero seguía anotando en los márgenes porque me negaba a ser un lector pasivo que tiene que caminar en línea recta por la vía del libro, siempre mirando hacia delante, hacia la próxima página, como si llevara anteojeras. Para mí, el verdadero placer de leer un libro residía en conversar o discutir con el autor.

Por otra parte, también me di cuenta en algún momento de un problema: uno se mueve en círculos, que pueden ser muy amplios pero que están separados de otros círculos, como lo están dos galaxias por océanos de vacío o materia oscura. A veces se trata de disciplinas enteras: un lingüista puede no leer nunca un libro de sociología, y un psicólogo no consultar nunca el arte de la guerra de Clausewitz o de Sunzi, a pesar de que se trata de terrenos con nexos indudables. Tampoco los economistas suelen consultar los libros de las ciencias más cercanas a la suya, como la astrología, la quiromancia y otras artes de que se dedican a la adivinación mediante datos insuficientes y que abundan en predicciones no comprobadas.

Para salir del círculo de mis referencias inventé varios métodos. Uno consistía en no leer un libro de principio a fin y luego empezar otro, sino leer muchos y de muy diversos temas, mezclando novelas, teatro clásico, libros de mitología, de ciencia, de cualquier cosa. Un día conté los libros que estaba leyendo a la vez y resultaron ser más de ochenta. Como es obvio, a menudo me olvidaba de qué libro estaba leyendo y descubría años después que, por ejemplo, me había quedado a tres páginas del final del Martin Eden de Jack London. Al practicar este método me di cuenta de la riqueza del pensamiento asociativo porque, gracias a esa mezcla, mi mente establecía conexiones muy interesantes entre la física cuántica y la lucha de los olímpicos griegos contra los titanes y Tifón, o entre un pasaje de las memorias de Goethe y una poesía de Omar Jayyam. Lo importante es que esas conexiones se producían porque estaba leyendo a la vez un libro de Omar Jayyam y otro de Goethe: si no los hubiera leído al mismo tiempo, habría sido imposible dar con casi todas esas conexiones. Otro método era consultar y hojear muchos libros a la vez. Durante dos o tres años fui casi a diario a la Biblioteca Nacional y pedí entre cinco y diez libros cada día. Dos o tres los leía hasta el final, mientras que los otros los hojeaba.

Advertí también, es probable que a través de la lectura de Martin Gardner y Raymond Smullyan, lo insatisfactorio que resultaba el orden alfabético, como el de las fichas de los libros de la Biblioteca Nacional, que se usaban años antes de que llegaran los ordenadores. Como es obvio, a menudo pedía libros de los que había oído hablar a través de otros autores, pero también empleaba un método de búsqueda azarosa de mi invención:  entraba en el salón de ficheros de la Biblioteca Nacional, que eran cientos de cajas ordenadas siguiendo la famosa clasificación universal CDU (filosofía, y dentro de filosofía metafísica, y dentro de metafísica Heidegger, y dentro de Heidegger las ediciones disponibles de Ser y tiempo).  Y entonces, sin prestar atención a cómo estaban ordenados esos archivos  y ficheros, pensaba un número cualquiera e iba contando pasillo a pasillo hasta que me detenía en el que me había tocado. Caminaba cinco, cuatro o tres pasos y me acercaba a uno de los cajones, lo abría tanteando con los ojos cerrados y contaba, por ejemplo, 23 fichas. Entonces abría los ojos, anotaba las signaturas de los cinco primeros libros y los pedía, aunque trataran de cómo reparar la rueda de un autobús o fueran recetas para preparar limonada maltesa. Todavía no había leído lo que decía Borges: «Todo libro tiene una línea que lo salva», pero ya creía firmemente en ello. De este modo logré saltar fuera de mi círculo de referencia y hacer hallazgos muy interesantes, desde la Nueva Teoría de  la Naturaleza de Oliva Sabuco, a la Crítica del lenguaje de Mauthner o el Sefer Yetsirá  de los cabalistas.

Así que, en vista de todo lo anterior, ya puede suponer el lector el placer que me ha producido la expansión y desarrollo de los ordenadores y de Internet,  que hacen posible emplear métodos como los anteriores a diario, y que añaden la facilidad de archivar, copiar y guardar los hallazgos y encontrar  más cosas que en cualquiera de las bibliotecas del planeta, incluida la Biblioteca Nacional de Madrid y la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, que pasa por ser la mayor del mundo.

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Hipótesis y teorías bastante extravagantes

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Algunos de mis inventos

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ENTRADAS SOBRE CREATIVIDAD

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 [Esta entrada es un fragmento, con algunos cambios de un capítulo de mi libro El guión del siglo 21, llamado «Cómo funciona la mente humana»]

7 Comments

    • danieltubau

      Hola Julieta, lo de inventor es sólo de broma (¡ya me gustaría ser un verdadero inventor!) y lo demás son variaciones sobre un mismo tema. Lo asombroso sería que fuese astronauta o cantante de ópera

  • Borja

    Al final la sabiduría no es más que encontrar conexiones entre las cosas… Me contaste este sistema tuyo a las tantas tomando copas, desde aquellas siempre he querido incorporárselo a un personaje de ficción en uno de mis guiones.

    • danieltubau

      Hola Borja, pues sí. La sabiduría, o al menos la inteligencia, es encontrar conexiones entre cosas, pero también casi lo contrario. Me explico. Mi definición, o una de mis definiciones favoritas de inteligencia es: «Percibir las semejanzas en lo que parece diferente y percibir las diferencias en lo que parece semejante». No sé si me la he inventado yo o la he copiado de algún lado. Sería estupendo que pusieras ese rasgo en un personaje, yo se lo puse a un personaje mío hace años, en un cuento que se llama «Savarín y la Enciclopedia de la totalidad» (que es la segunda parte de «Jerome Perceval, el crítico voraz», que se publicó hace poco). Un abrazo y a ver si tomamos otras copas o al menos unos cafés

  • Borja

    sí, a eso me refiero, semejanzas y diferencias se reducen a conexiones neuronales (positivas y negativas, incluso bidireccionales), Sinápsis. Cuando hablo de esto no puedo dejar de imaginarme un incandescente cerebro que, agitado entre explosión y explosión, se expande cual universo. Puede que no seamos más que ideas (conexiones neuronales) dentro de un gran cerebro, que a su vez podría estar contenido como idea en otro gran cerebro de un plano superior 🙂 Recuerdo cuando, durante mi adolescencia, y en mi infinita ingenuidad, bauticé esta Hipótesis como » La teoría de los infinitos mundos superiores e inferiores», incluso intenté utilizarla para ligar con alguna chica, evidentemente no funcionó. Buscaré «Savarin y la Enciclopedia de la totalidad» así como «Jerome Perceval, el crítico voraz». Me encantará tomar esos cafés, de hecho estoy esperando a que me coincidan bien las fechas de alguno de los cursos de guión que impartes para asistir. Un abrazo.

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