La primera impresión es la que cuenta…

¿Por qué casi todo el mundo tiene una gran confianza en su intuición?

Para expresarlo con más precisión: ¿por qué a casi todas las personas les resulta tan difícil darse cuenta de la poca fiabilidad de su intuición a pesar de que una y otra vez obtienen testimonios que alertan de esa poca fiabilidad?

Algunos  psicólogos han estudiado este asunto  en las últimas décadas y han obtenido interesantes respuestas. Una de ellas es que la intuición, o lo que Daniel Kahneman llama “Sistema 1”, funciona muy bien en el 90% de las situaciones a las que nos enfrentamos.

El Sistema 1 es el que nos permite movernos por la vida con ligereza y confianza, sin necesidad de detenernos a reflexionar ante cada situación. Si cada vez que damos un paso tuviéramos que detenernos a reflexionar sobre cómo debemos darlo, entonces nos caeríamos al suelo, porque la complejidad de ese movimiento tan simple y la cantidad de factores que se deben poner en funcionamiento son casi improcesables para un cerebro en apenas unos segundos. Incluyen instrucciones del tipo: cómo enviar desde nuestra mente a nuestro pie la orden de levantarse, calibrar la distancia a recorrer, descargar el peso adecuado del cuerpo, mantener el equilibrio en el momento en el que nos sostenemos en un único pie, depositar el pie ni muy fuerte ni muy débilmente en el suelo.

Julio Cortázar escribió un excelente cuento, o ensayo si se prefiere, en el que mostraba la insólita complejidad que encierra el aparentemente sencillo acto de subir una escalera: “Instrucciones para subir una escalera”, que puedes escuchar aquí narrado por él mismo.

Por su parte, Kahneman enumera algunas de las tareas a las que tiene que enfrentarse a diario el Sistema 1:

  • Percibe que un objeto está más lejos que otro.
  • Nos orienta hacia la fuente de un sonido repentino.
  • Completa la expresión: “A quien madruga…”
  • Nos hace poner “cara de desagrado” cuando vemos un cuadro horroroso.
  • Detecta hostilidad en una voz.
  • Responde a “2+2=?”
  • Lee las palabras de las vallas publicitarias.
  • Conduce un coche por una carretera vacía.
  • Entiende las frases sencillas.
  • Permite caminar de la manera habitual.
 

Siempre que se trata de situaciones o tareas como las anteriores, que son las que ocupan tal vez el 80 o el 90 por ciento de nuestras actividades diarias, no hay ningún problema en dejarnos llevar por el Sistema 1, pues nos ahorra mucho trabajo. Hay que aclarar que el Sistema 1 que no se identifica por completo con eso que llamamos intuición, pero sí que está muy relacionado.

Pues bien, el problema es que cuando las tareas se complican, o cuando surge algún imprevisto, el Sistema 1 o la intuición dejan de funcionar tan bien. Porque en esas situaciones inesperadas o complejas se requiere más atención y reflexión.

Kahneman enumera algunas de las tareas que precisan del Sistema 2:
  • Estar atento al disparo de salida de una carrera.
  • Concentrar la atención en los payasos del circo.
  • Escuchar la voz de una persona concreta en un recinto atestado y ruidoso.
  • Buscar a una mujer con el pelo blanco.
  • Buscar en la memoria para identificar un ruido sorprendente.
  • Caminar a un paso más rápido de lo que es natural.
  • Observar un comportamiento adecuado en una situación social.
  • Contar las veces que aparece la letra a en una página de texto.
  • Dar a alguien el número de teléfono.
  • Comprobar la validez de un argumento lógico complejo.

Como se puede observar, algunas tareas del Sistema 1 y del Sistema 2 son muy parecidas. Pero no son idénticas. No es lo mismo caminar de la manera habitual que hacerlo a un paso forzadamente rápido, lo que requiere más atención e intención. Hay que aclarar, por otra parte, que Kahneman no afirma que exista en nuestro cerebro una división tajante entre dos sistemas mentales, o dos módulos cerebrales claramente diferenciados: es sólo una manera de referirse a diferentes maneras de pensar, lo que él también llama “pensar rápido” frente a “pensar despacio”. Pero el mecanismo neuronal se desconoce por el momento.

Pues bien, sucede que cuando hablamos de la intuición no nos referimos tan solo a todas esas cosas que hacemos cuando activamos el Sistema 1, sino que aplicamos la intuición a las cosas que hacemos cuando deberíamos emplear el Sistema 2.

Pondré un ejemplo para que se entienda a qué me estoy refiriendo.

Cuando nos presentan a un desconocido, nuestra mente desea tener cuanto antes una opinión acerca de esa persona. Siglos de evolución animal nos han enseñado que hay que clasificar rápidamente a los extraños, distinguiendo entre los potencialmente peligrosos y los aparentemente beneficiosos, entre los enemigos y los aliados, así que la intuición nos ofrece criterios rápidos para que lo extraño o desconocido no nos resulte tan extraño o tan desconocido. Nuestra memoria nos ofrece rápidamente similitudes entre esa persona desconocida y otras personas que hemos conocido. A veces la semejanza es por completo accidental: quizá las dos personas (la de nuestro recuerdo y la que tenemos delante) tienen las orejas grandes; o tal vez las dos se llaman “Jorge”, o tal vez ambas son venezolanas.

También nos fijamos en cualquier gesto de esa persona: en una mueca de desagrado, en una sonrisa nerviosa o sincera, en el color de su camisa. Cualquier detalle pone en movimiento nuestra base de datos mental acerca de los seres humanos y nos ofrece paralelos y similitudes. En apenas unos segundos nos formamos una opinión acerca de esa persona, a pesar de que muchos de los datos que nos han servido para construir nuestro retrato robot pueden ser absolutamente accidentales. Por ejemplo, el llamativo color de su camisa quizá no se deba a que sea un color que a esa persona le guste, sino a que ese día no tenía ninguna camisa limpia y le tuvo que pedir una a su compañero de piso.

El refrán que parece justificar todo el proceso cognitivo que se pone en marcha al conocer a un extraño mediante la activación del Sistema 1 es: “La primera impresión es lo que cuenta”. Un consejo que los padres y madres suelen dar a sus hijos cuando tienen que enfrentarse a una entrevista de trabajo. Es muy posible que este refrán y este consejo sean muy sensatos.

Ahora bien, hay que advertir que el refrán describe una situación real, pero no porque que la primera impresión dé en el blanco al juzgar a una persona por su apariencia, sino más bien porque la primera impresión es la que cuenta porque está llena de ideas preconcebidas, de intuición no reflexiva y de prejuicios. Por eso, a alguien que va a una entrevista de trabajo se le recomienda que intente dejar una buena primera impresión, ya que los seres humanos nos dejamos llevar por las primeras impresiones y tendemos a confiar en las apariencias inmediatas y en nuestra intuición. Así que, si no dejamos una primera buena impresión, es difícil que tengamos la oportunidad de dejar una segunda impresión.

Por fortuna, existe otro refrán para advertirnos de que conviene no dejarnos llevar en la valoración de un extraño por la intuición y que conviene poner en marcha el sistema 2 : “Nunca te fíes de las primeras impresiones”.

De eso hablaré en otro lugar.


[El refrán “La primera impresión es la que cuenta” también se dice como “La primera impresión es lo que cuenta”. Las dos formas son válidas, pero aquí he preferido emplear la primera. No hace falta señalar la broma de ilustrar este artículo con la primera impresión de la imprenta de Gutenberg]

[Publicado por primera vez en Divertinajes el 27 de septiembre de 2012]

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