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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

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Sócrates y los filósofos discutidores
Algunas opiones acerca de Tucídides y la guerra entre Esparta y Atenas
Sacro y profano CUADERNO DE VENECIA
¿Inventó Coca-Cola la felicidad?
El buenánimo de Demócrito y los peligros de la envidia
Es más fácil ver que escuchar
¿Ataca Tucídides a Pericles?
David Hume
Platón, ¿creador de la filosofía evasiva?

Carnéades y la alegría del incienso escéptico

«Los incensarios, aunque estén vacíos, guardan por mucho tiempo su aroma»

Plutarco explica así esta metáfora del escéptico Carnéades:

«En el alma de quien es sensato las buenas acciones no dejan de poseer siempre una memoria agradable y fresca, con la cual se difunde la alegría y florece, despreciando a quienes se lamentan y hacen reproches a la vida, como una tierra de desgracias o un lugar de exilio designado aquí para las almas».

Es muy probable que cuando Plutarco habla de quienes consideran la vida como una tierra de desgracias o un lugar de exilio para las almas, se esté refiriendo a los estoicos, pero también a las ideas de Platón acerca del mundo de las Ideas o Formas, en el que se supone que habitaron nuestras almas antes de morir, es decir, antes de nacer. El fundador del estoicismo, Zenón de Citio, fue oyente de la Academia platónica, aunque un poco furtivo, al menos por lo que se deduce de lo que le dijo Polemón, que entonces era el director de la institución, Polemón:

«No se me pasa por alto que te deslizas por las puertas del jardín para robar ideas y revestirte con ellas a la usanza fenicia».

Zenón de Citio era fenicio y se supone que este pueblo era comerciante y que, quizá por ello, como suele suceder, de manera seguramente injusta, tenía cierta fama de ladrón.

El mito platónico del mundo de las formas o ideas en el que nuestras almas habitaron considera que este mundo terrenal es un destierro, casi un infierno. Los estoicos, con su Inteligencia Cósmica o Dios ordenador, aceptaban también el determinismo o fatalismo del destino. Y no sólo eso, porque, como creían en el eterno retorno de todas las cosas, nos condenaban a repetir una y otra vez el sufrimiento (también los placeres, por supuesto, aunque eso era algo que no les interesaba a los virtuosos y rigoristas estoicos.

Carnéades, como Arcesilao, el otro gran escéptico académico, se inclinaba más hacia el indeterminismo y la libertad de elegir, aunque, como buenos escépticos, no afirmaban que esa fuera una verdad indiscutible. En Sabios ignorantes y felices, recuerdo un argumento a favor del libre albedrío que Carnéades regaló a los epicúreos.

Por otra parte, Plutarco podría estar refiriéndose a los cristianos cuando habla de quienes consideran que la tierra es casi un castigo para las almas, pero los historiadores consideran que no hay ninguna mención de Plutarco a los cristianos en su vasta obra. Si esta fuera una mención, se trataría de una gran novedad.


Un diálogo placentero y estimulante

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El libro no cae en la divulgación pop de autoayuda a la que se ha condenado al estoicismo.

Elogio de Cicerón y crítica del academicismo actual

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