Compré hace unos días (febrero de 2006) en Montevideo un librito de William James editado en 1904 por una editorial de Barcelona en la que leí por primera vez Aurelia, de Nerval. Era una editorial sencilla, de libritos encuadernados con una tapa de cartoncillo amarillo y, por eso, cuando salía a bailar por la noche llevaba encima mi ejemplar de Aurelia, y así podía leer algunas páginas en el metro, en las calles cuando regresaba a casa o incluso en las discotecas. Hasta hace unos años tenía esa costumbre: llevar siempre encima Aurelia, aunque no siempre ese ejemplar que he mencionado, porque acabó tan destrozado que comenzó a deshacerse. En una ocasión regalé un ejemplar de Aurelia de una edición en francés a una chica que conocí en la discoteca Why not? de Madrid.

Supe años después que mi obsesión por esa novelita deliciosa de Nerval, y también por una edición conjunta de otros dos textos suyos, Noches de octubre y Paseos y recuerdos, era casi compartida por Umberto Eco, que parece que siempre ha sentido una atracción semejante hacia otra de las hijas del fuego de Nerval: Silvia.
Durante la adolescencia, intenté imitar el estilo de esos libritos de Nerval en unas ediciones caseras que hice de poemas y textos, pero le gustaron tanto a mi amigo Jesús Arauzo que le tuve que regalar uno o dos de mis libritos auto encuadernados, que su familia quemó cuando él murió. Supongo que se han perdido para siempre, pues creo que lo único que conservo es algunos borradores previos a la edición e impresión manual. Recuerdo que en ellos hablaba de Kierkegaard, de la ética y la estética y de los viajes en tren junto a misteriosas desconocidas.
Pero este ejemplar de un libro de William James que he comprado en Montevideo no tiene esas tapas amarillas (en las que figuraba el nombre de la editorial), porque fue soberbiamente encuadernado en cuero, probablemente en 1914 y en Montevideo, según leo en el ex libris de un tal Juan Fernández Más. Ahora, en 2011, he descubierto que no se trata de la misma editorial que editaba Aurelia, pues la de Nerval era Calpe de Madrid, mientras que la de James es la Biblioteca Sociológica Internacional de Barcelona. Pero la semejanza en la edición hace sospechar que existe alguna relación entre las dos editoriales.
Pues bien, el libro que compré en mi librería favorita de Montevideo es Los ideales de la vida y reúne «discursos dados a los jóvenes sobre psicología».
Han pasado más de cien años desde que James dio esas conferencias, pero me parece que mucho de lo que dice sigue siendo interesante y sensato. Esto me confirma que muchas de las mejores ideas se obtienen leyendo libros antiguos y descatalogados, ya se trate de autores olvidados o de clásicos que todos comentan y elogian, pero que pocos leen.
William James es un autor olvidado para el público en general, al contrario que su hermano Henry. Es curioso porque en vida de ambos sucedía al contrario. En las historias de la filosofía, a pesar de todo, William James sigue siendo un clásico, ocupando junto a Charles Sanders Peirce la vitrina central del pragmatismo estadounidense. Sin embargo, Peirce, ese hombre fascinante, ha renacido gracias a que los semiólogos, entre ellos Umberto Eco, han descubierto en él al verdadero padre de su disciplina, con permiso de Ferdinand de Saussure. Pero a William James hoy en día apenas lo lee algún filósofo o algún psicólogo. Como suele suceder, la trivialidad de las definiciones y resúmenes que de él se ofrecen en las enciclopedias no tiene nada que ver con el William James real, un filósofo lleno de matices y fascinado por el mundo espiritual y emocional, a pesar de ser también un científico riguroso y un filósofo razonador.

A Peirce, como he dicho, Umberto Eco o Thomas Sebeok ya lo han rescatado de las líneas apretadas de los diccionarios de filosofía y se lo han mostrado a un público más amplio, pero James todavía aguarda un rescate.
He visto que el gran neurólogo portugués Antonio Damasio lo elogia varias veces en El error de Descartes. Por su manera de elogiarlo, sé que Damasio es alguien que de verdad lee a los autores, y que los lee deseando aprender, algo que no es frecuente, pues muchos lectores lo único que desean es estar informados o tan sólo no parecer desinformados, un propósito que es muy elogiable por su modestia. Damasio critica algunas ideas de James, pero son críticas de un lector atento, inteligente y ecuánime; lo que no implica necesariamente que sean acertadas: ni el mejor lector puede percibirlo todo en todo momento y ser justo en cada uno de sus juicios.
Este librito de James, librito por comparación con su voluminoso y delicioso clásico Las variedades de la experiencia religiosa, depara muchas sorpresas a quienes creen que todo se inventó antesdeayer. Una de ellas es la que señala Damasio: la importancia de la emoción en el pensamiento, la denuncia de esa errónea dicotomía entre reflexión y sentimiento.
Una divertida observación es cuando James dice:
«El antiguo método pedagógico de aprender las cosas de memoria y de recitarlas como un papagayo en la escuela»
¡Vaya! Se suponía que ese «antiguo método» se practicaba todavía hace 20 o 30 años y que nosotros éramos muy modernos por haberlo abandonado. ¿O tal vez ya se practicaba en los años 50 del siglo XX y fueron los locos años 60 los que lo dejaron a un lado? ¿O tal vez era el método de los años 40, o el de los 30?
Ahora resulta que ya era antiguo en 1904. Y no me cabe duda de que, si retrocedemos más en el tiempo, descubriremos en los textos de los ilustrados que ya era antiguo en 1700, y tal vez en 1300… pero, ¡calla!, ¿no lo decía ya un escritor latino, tal vez Séneca o Plutarco?
En realidad, el método de memorizar como papagayos o loros siempre ha sido antiguo y siempre se ha dicho que era antiguo. Y también siempre se ha dicho lo que James dice a continuación, pero no siempre tan bien dicho:
» se fundaba sobre un principio verdadero: el de que una cosa simplemente vista u oída y nunca reproducida verbalmente contrae adhesiones demasiado tenues en nuestra mente».
Sucede en la educación lo mismo que en otros lugares, situaciones o disciplinas, como la política: continuamente se buscan fórmulas nuevas, pero esas fórmulas nuevas cometen el error de excluir radicalmente las antiguas fórmulas y caen en el extremo contrario. En política cada cierto tiempo vuelve a inventarse el asambleísmo y el voto a mano alzada, hasta que acaba descubriéndose que el voto secreto garantiza mejor la verdadera libertad de pensamiento y permite que los más tímidos, los menos decididos, los que no quieren gritar o los que temen la discusión puedan expresar su verdadera opinión sin temor a las imposiciones de los demagogos o el miedo a ser señalados por aquellos que gustan de señalar y acusar a los demás.
Del mismo modo el gusto por la memorización llevado a su extremo, y nada más que la memorización, acaba en fracaso y entonces se adopta el método contrario, consistente en rehuir cualquier memorización, que obtiene algún buen resultado por aquello de la novedad. Es el llamado efecto Hawthorne: todos los métodos funcionan cuando quien los emplea siente que está haciendo algo especial. Sin embargo esos nuevos métodos acaban también convirtiéndose en una receta repetida y de nuevo fracasada. Y es entonces cuando todos miran ansiosos a «lo que se hacía antes» y se vuelve a rescatar la memorización a machamartillo. Es como si los pasajeros de un barco, al advertir que son demasiados y que el barco se desnivela porque están todos en la popa, corrieran todos a la proa, para después, al desnivelarse el barco de nuevo, regresar apresurados a la popa.
Lo mismo que con la memorización sucede con la tolerancia y la disciplina. Ahora se supone que hay tolerancia, por lo que muchos proponen la receta fácil de regresar a una disciplina férrea, cuyos resultados son (y fueron) también muy discutibles. Por eso es tan útil leer a gentes sensatas del pasado como William James, a quien, por cierto, cito en mi Elogio de la infidelidad, con una opinión increíblemente moderna acerca de la fidelidad y el amor libre, tan moderna que hoy en día casi nadie la comparte:
«Si decís que es absurdo que podamos amar a varios al mismo tiempo, os haré observar que es un hecho cierto que ciertas personas poseen una infinita capacidad de amorosidad y de interés por la vida de los otros, gracias a la cual conocen una porción mayor de verdad que si su corazón fuese menos grande. El defecto del amor recíproco entre dos personas no es su intensidad, sino su exclusivismo y sus celos. Dejad estos a un lado y veréis que el ideal que os estoy anunciando, aún cuando no sea posible practicarlo en la actualidad, no contiene nada intrínsecamente absurdo.»
William James, Los ideales de la vida
Elogio de la infidelidad
Editorial Ningún mañana, 2019
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Un ensayo que defiende la libertad y la razón y que niega que la fidelidad sea una virtud.
Entretenido, divertido y convincente, a pesar de refutar muchas ideas preconcebidas.
«Chispeante y demoledor» (Pilar González, arqueóloga e historiadora)
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