Una infancia atea
[Entrevista a David Laborda]

 

Daniel Tubau:
Hablemos de su infancia. Tengo entendido que en su niñez usted era mucho más radical en las cuestiones religiosas que ahora.

David Laborda:
Sí, creo que sí. Pero me parece que esta es una cuestión temporal, y no me refiero a la edad, sino al mero transcurso del tiempo: uno acaba cansándose de sus propios argumentos y de sus pasiones, se vuelve uno incrédulo hacia sí mismo a causa de haberse oído decir tantas veces las mismas cosas. Además, hay que tener en cuenta el contexto: cuando yo era niño, Franco todavía vivía, y ser ateo era algo verdaderamente llamativo, al menos en el colegio.

DT: Entonces, usted era ateo por afán de llamar la atención.

DL: No, yo era ateo porque había nacido en un ambiente familiar ateo y porque no había encontrado ninguna razón que me impulsase a creer en Dios. Supongo que esa es la explicación. Además, me gustaba epatar, provocar el escándalo, vicio que he tardado mucho en abandonar. Pero no es que fuera ateo para epatar. Utilizaba mi ateísmo para llamar la atención, como después utilicé mis ideas acerca del sexo, que también eran llamativas, pero no insinceras.

DT: ¿Qué tipo de cosas le gustaba hacer para llamar la atención con su ateísmo?

DL: Bueno, tonterías, cosas de niños. Recuerdo que en Barcelona, cuando repetí cuarto de EGB, tenía dos amigos. Uno era andorrano, Ricard Mas, y el otro finlandés, Oli Petteri Silver. Los dos eran también ateos, o al menos lo era Oli Petteri (al que llamábamos Petteri), y nos gustaba llamar la atención de los demás diciendo cosas como: “Si existe Dios, que me ponga una peseta en la mano…está bien, una moneda de diez céntimos. Si me da los diez céntimos, creeré en Dios…, etcétera”. Disfrutábamos mucho con este tipo de entretenimientos, sobre todo viendo las caras de nuestros compañeros.

DT: ¿Y cuando dejó de jugar a este juego?

DL: Cuando dejó de llamar la atención, aunque, como yo siempre tenía fama de ateo y, por otra parte, me gustaba sacar la contraria, cuando me cansé de hacer de ateo, empecé a hacer de creyente.

DT: ¿Y esta postura era sincera también?

DL: No, nunca he creído en Dios. Lamentablemente, nunca he tenido ni la más mínima experiencia religiosa, entendiendo este termino como intuición de un ser supremo, no en su sentido ético o estético.

DT: ¿Y por qué le parece lamentable no haber pasado por ese tipo de experiencias? ¿Le gustaría creer en Dios?

DL: Me parece lamentable porque me gusta conocerlo todo. Es una experiencia que podría ser muy interesante, tal vez. Mi única experiencia más o menos mística la tuve cuando cortaba en pedazos un conejo para guisarlo. Empecé a ver la carne como el cadáver de un animal y sentí náuseas, comencé a ver mal y tuve que dejarlo para no desmayarme. No es muy espectacular.

DT: No me ha respondido si le gustaría creer en Dios.

DL: No, no me gustaría creer en Dios. Eso sería un poco absurdo, ¿no cree? Una cosa es querer que Dios exista, y otra, bastante ridícula, «querer creer que Dios existe». En cualquier caso, lo único que me puede impulsar a querer que Dios exista es el egoísmo unamuniano: si Dios existe, yo puedo seguir viviendo después de la muerte. Alguna vez, sin embargo, la idea de que Dios exista se me ha presentado como apetecible porque me permitiría volver a ver a personas que ya no viven y a las que echo mucho de menos.

DT: Sin embargo, el que Dios exista no asegura que nosotros sigamos viviendo.

DL: No, por supuesto, pero también, por contra, podemos ser inmortales sin que Dios exista. La hipótesis de la reencarnación no obliga a la existencia de Dios. Según el sabio Nagasena, la reencarnación ni siquiera implica transmigración de las almas.

DT: ¿Cómo es eso posible? Yo creía que ambos términos eran prácticamente sinónimos.

DL: Bueno me parece que lo mejor será que anote este asunto en su ya sobrecargada libreta de temas pendientes, porque nos están llamando desde el jardín. Me parece que ya está lista la comida.

(David Laborda niño)

 

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[Publicado en 1994]

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