Omar Jayyam entre Dios y el vino

 Omar Jayyam

Ghiyathuddin Abulfash Omar ben Ibrahim al Jayyam, conocido como Omar Jayyam (o Khayam) es un poeta, astrónomo y matemático persa que vivió en los siglos XI y XII. Nació en Nishapur y fue compañero en su juventud de Hassan al Sabbah, el fundador de la temida orden de los hassasin (que es el origen de la palabra asesino). Se dice que junto a otros siete sabios participó en la reforma del calendario musulmán. Amin Mahlouf le ha dedicado todo un libro, Samarcanda, que no he tenido el gusto de leer.

Samarcanda Maalouf

Desde que Edward Fitzgerald tradujo los Rubayyat al inglés, Jayyam se convirtió en el paradigma del poeta ateo y descreído, escéptico y volcado en los placeres del vino. Una especie de Anacreonte persa. Sin embargo, los sufíes niegan esta imagen de Jayyam y le convierten en uno de los adeptos a su secta.

Los sufíes son una variante o especialización mística del Islam, que se podría comparar a los gnósticos cristianos, aunque las coincidencias entre ambas corrientes son sólo ocasionales. Ali-Shah, que se declara sufí, tradujo los Rubayyat en colaboración con Robert Graves, el autor de Yo, Claudio, la crónica de la primera guerra mundial Adios a todo eso y libros de mitología como Los mitos griegos o La diosa blanca. Ali Shah y el propio Graves  reprochan a Fitzgerald haber realizado una traducción completamente desfigurada de Jayyam, tanto en la forma como en el fondo.

Del mismo modo que hizo Juan de la Cruz con el Cantar de los Cantares de Salomón, estos sufíes interpretan mediante alegorías la poesía de Jayyam: el vino es Dios, los efebos sus compañeros de religión, la taberna es la iglesia.

Así pues, el mito del Jayyam epicúreo se tambalea. ¿Quién tiene razón? Lo ignoro, pero me atreveré con algunas consideraciones dispersas.

En cuanto al asunto de la traducción, es casi seguro que es más fiel la de Shah y Graves (Alejandro Calleja en la versión castellana, porque la traducción original es en inglés) que la de Fitzgerald.

Sin embargo, ahora (en 2010) he descubierto que la traducción de Ali Shah es considerada muy inexacta por los islamistas, pero no sé si hay que entender islamistas en el sentido religioso y en tal caso con el sentido o no de extremismo religioso o islamistas en el sentido de estudios del Islam. Tengo que aclarar, en cualquier caso que el Ali Shah que tradujo los Rubayyat es Omar Ali Shah, y no su hermano Idries Shah, de quien no me fío demasiado, a pesar de que me encantan sus antologías, no sé si reales o en parte inventadas, de los dichos de ese gran sirvegüenza llamado Nasrudín.

En cuanto a si hay que interpretar alegóricamente el texto, estos autores que critican la traducción de Ali Shah también ofrecen argumentos poderosos en favor de la idea de que Jayyam era sufí (eso me hace suponer que me refería a “islamistas” en el sentido religioso). Ahora bien, el hecho de que sea sufí no valida sin más su interpretación alegórica.

Otro asunto interesante es el de los traductores y traidores (tradutore/traditore). Es cierto que hay traductores que más que traducir ofrecen variaciones sobre un tema, un tema insinuado o contenido en los poemas de la víctima, es decir, el autor. Pero unos lo hacen mejor y otros lo hacen peor.

A veces las variaciones son tan interesantes o más que el original. Esto no sucede, en mi opinión, con las traducciones homéricas de Agustín García Calvo, que me fatigan a pesar de su erudición y saber, pero sí en el de Fitzgerald. Tengo que reconocer que me gustan más las versiones de Fitzgerald, que las de Shah/Graves/Calleja. ¿Qué le voy a hacer?

Un ejemplo:

Oh, Tú que al hombre de tierra vil hiciste,
y que junto con el Edén creaste a la serpiente
por todo el pecado con el que el rostro del hombre
se ennegrece, da el perdón al hombre, !y tómalo!
(Fitzgerald)

Tú, siempre consciente de todos los secretos;
Quien socorres a toda carne en su hora de necesidad,
Concédeme arrepentimiento, también concédeme misericordia
Tú que perdonas todo, Tú que castigas todo.
(Graves/Shah/Calleja)

Como se ve, la diferencia es grande. Lo que en la versión de Fitzgerald es una poderosa acusación a un Dios que creó al ser humano a su imagen y semejanza, pero que, además, creo a la serpiente para tentarlo, sabiendo que era inevitable que lo consiguiera, y que le castigó: ¿no es acaso ese Dios el responsable de los males que ha causado a su criatura?

Se dice que Fitzgerald era un poeta mediocre, y tal vez sea cierto. Es posible, aunque yo lo dudo, que sea más hermosa la traducción de Graves/Shah/Calleja, pero no puedo evitar sentir algo parecido a la indiferencia al leer la cuarteta traducida por los tres puristas (quizá no haya que incluir a Calleja, como traductor de traductor (Graves) de traductor (Ali Shah). En el caso purista me parece estar ante poco más que una plegaria formal e insípida, mientras que siento algo mucho más intenso, desde un punto de vista emocional e intelectual, al leer esos versos en los que es Dios el que ha de pedir el perdón de los hombres. Tal vez sea debido a que soy un ateo decimonónico, no lo sé, pero la idea trasmitida en los versos de Fitzgerald-Jayyam me parece más intensa, más atinada y más interesante desde cualquier punto de vista.

Omar Ali Shah
Omar Ali Shah

La interpretación alegórica puede ser interesante cuando se ejercita en ella un talento como el de Juan de la Cruz, pero empleada como llave interpretativa casi siempre convierte algo espléndido en pura trivialidad sólo apta para almas transidas por la religión y/o el fanatismo.

Son los dudosos placeres del simbolismo barato, tan de moda hoy en día, que permite interpretar cualquier cosa como cualquier otra.

Quienes no gozamos del dudoso privilegio de disfrutar de las equivalencias triviales seguiremos leyendo vino donde pone vino, efebo donde pone efebo y crueldad donde pone crueldad. Después que vengan los teólogos y los simbólogos y digan lo que quieran: con sus interpretaciones lo único que consiguen es convertir el tacto verdadero de las cosas, del vino, de las rosas y de los cuerpos desnudos en brillo vulgar de revelación y religión. Pero hay muchos matices que añadir a este tema tan complejo; algunos de ellos se pueden leer en Entre la mística y lo carnal.

omarjayyamEn fin, no creo que se pueda resolver el problema de la traducción fácilmente, pues cada traductor de las Rubayyat no sólo ofrece su versión particular, sino que incluso da un número distinto de cuartetas atribuidas a Jayyam: Fitzgerald tradujo cien, Shrubsole trescientas cuarenta y seis, Gibert/Navarro doscientas cincuenta, más el poema Kuza-Nama (Las ollas y el ollero), y Sha/Graves/Calleja ciento once. Otro problema es que hay muchos manuscritos diferentes de las Rubayyat. Uno de ellos, al parecer el más importante, se encuentra en una de las cajas de seguridad del Titanic.

Copio a continuación algunas de las Rubayyat que más me gustan, citando siempre al final el nombre de cada traductor:

No obtuvo el universo provecho a mi llegada,
ni aumentará mi marcha su rango y esplendor,
ni de nadie escucharon mis oídos jamás
por qué un día llegué y otro me marcharé.
(Behnam/Munárriz)

El día que yo muera se acabarán las rocas,
los labios, los cipreses, las albas, los crepúsculos,
la pena y la alegría. Y el mundo habrá dejado
de ser, que su existencia está en nosotros mismos.
(Gibert/Navarro)

Si es la naturaleza obra del hacedor,
¿por qué permitió en ella excesos y defectos?
Si resultaba hermosa, ¿por qué, pues, destruirla?
Si hay rostros poco hermosos, ¿de quién será la culpa?
(Behnam/Munárriz)

Mi norma es beber vino y así vivir alegre;
mi religión no incluye blasfemia ni oración;
a la novia del mundo pregunté por su dote
y me dijo: -Es mi dote tu alegre corazón.
(Behnam/Munárriz)

Donde nace una rosa roja, vertióse antaño
de un príncipe la sangre. Del lunar de un efebo
procede la violeta. Las flores del jacinto
nacieron de una frente que fue tersa y brillante.
(Gibert/Navarro)

Os cambio la diadema del Khazam, mi turbante de seda
y el airón del Shah, por la armonía
del canto de la flauta. Por un vaso de vino
doy a cambio el rosario que rezan los hipócritas.
(Gibert/Navarro)

Tú sentencias; nosotros actuamos mejor:
aunque borrachos,somos más lúcidos que tú;
tú viertes sangre humana,nosotros la de la uva;
se justo y dictamina: ¿quién es más sanguinario?
(Behnam/Munárriz)

!Animo!, no te apene el mundo pasajero;
del instante que pasa, goza con alegría:
si fuese la constancia lo propio de este mundo,
nunca habría llegado, tras los otros, tu turno.
(Behnam/Munárriz)

A los labios del jarro uní ansioso mis labios
pidiéndole una ayuda para mi larga vida;
sus labios en mis labios, me dijo sigiloso:
bebe vino, que al mundo nunca más volverás.
(Behnam/Munárriz)

!Oh Tú que hiciste al hombre de deleznable barro
y en el Edén pusiste la serpiente! Por negro
de pecados que veas al ser que Tú creaste,
perdónale y procura que él también te perdone.
(Gibert/Navarro)

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Este artículo es la revisión en 2010 de otro que escribí en mi revista Esklepsis en 1994, aunque he aprovechado para releer el texto y corregirlo cuando me ha parecido necesario (si te interesa el texto original, puedes leerlo en la edición digital del número 1 de Esklepsis.

Cuando escribí esta revisión en 2010 encabecé el texto con este párrafo: “En estos días tan difíciles para Irán, cuando la esperanza de un cambio de régimen se ha diluido de nuevo, tal vez sea un buen momento para recordar a uno de los grandes poetas persas, Omar Jayyam”. Y añadí: “Dieciséis años después, quizá valga la pena darse una vuelta por el mundo literario y por Internet para ver cómo está la cuestión “Jayyam”. Lo haré cuando tenga un poco de tiempo”.

Esta de ahora, en 2014 es la tercera revisión importante del artículo, que me ha llevado a dividirlo en tres partes. Esta es la primera. Las otras dos son: “Un persa ateo lee a Jayyam” y “Entre lo místico y lo carnal”

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[Publicado en 1994 en Esklepsis. Publicado en Signos el 7 de noviembre de 2010. Revisado en noviembre de 2014]

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