¡No se puede comparar!
Después del asalto al Capitolio por los partidarios de Trump, propuse una nueva regla lógico-mágica que puedes leer aquí (Sea lo que sea, yo sigo con lo mío), que consiste en reaccionar de manera exageradamente no pauloviana ante un estímulo.
Con manera “exageradamente no pauloviana” me refiero a no hacer ni el más mínimo caso al estímulo recibido y reaccionar de una manera ya prevista de antemano, sea cual sea ese estímulo. Se puede observar esto en muchas conversaciones y discusiones, y en especial en los debates electorales, en los que, diga lo que diga el rival, el sujeto en cuestión dice lo que ya traía preparado desde su casa.
La fórmula que allí comente se refería, en definitiva, a tomar cualquier acontecimiento como una buena excusa para hablar de lo único que a cada uno e interesa hablar. Algunos lectores tal vez hayan pensado que aquella regla impide a un polemista realmente selecto comparar dos acontecimientos, pero nada más lejos de la realidad: lo único que recomendaba allí entre líneas (o tirando de ironía, si se prefiere) es que lo que no se debería hacer es comparar cualquier acontecimiento (B, C, D, E, F, G, H, I, J, K, L, M, N, O, P, Q, R, S, T, U, V, X, Y, Z) siempre con A, y hacerlo antes siquiera de comentar A en sí. Por eso decía:
“Si los partidarios de Trump han tomado el Capitolio, lo importante no es hablar antes que nada de lo que supone…”
Y también:
“Eso es lo único que cuenta y eso es lo primero que se tiene que decir, no como un epílogo (válido o no) al asunto del día, sino como el prólogo tras el cual el asunto del día se queda en mera anécdota confirmatoria“.
Que me perdonen los lectores por subrayar casi integra la cita anterior y otros pasajes, pero parece que cada vez más personas son víctimas de una extraña ceguera a los matices, o tal vez lo que sucede es que siguen otra fórmula lógico-mágica “En el Universo solo existe: o bien A, o bien B”, reacción bastante frecuente en estos tiempos de polarización extrema, en los que el análisis político se confunde con las reacciones obsesivas y la serena reflexión con la indignación compulsiva.
Pues bien, aclarado lo anterior, ahora quiero proponer una fórmula que es casi la opuesta de la que propuse entonces, y que quizá va dirigida contra el campo contrario al anterior, contra los que aplaudieron la crítica que escondía aquella fórmula lógico-mágica, pero que adoptaron enseguida otra fórmula no mucho mejor. (Me temo que el debate y la discusión se ha reducido a emplear cualquier arma dialéctica, sea la que sea, sin siquiera examinar antes qué significa o cuál es su verdadero campo de acción: lo único que importa es disparar algo contra alguien).
Esta nueva fórmula lógico-mágica (que, como la anterior, solo es aconsejable en situaciones extremas) es la que prohíbe comparar un acontecimiento negativo protagonizado por “los enemigos” con otro acontecimiento que han protagonizado “los míos”, por muy similares que sean esos acontecimientos. Se podría enunciar mediante la siguiente fórmula lógico-mágica:
Si A=B
pero si x (yo, los míos) ama a B
entonces A≠B
“Si A es igual a B, pero si x (alguien) ama a B… entonces A no es igual a B”.
Es decir, a pesar de que lo sucedido en A sea casi idéntico a lo sucedido en B, no se puede comparar una cosa con la otra, por la sencilla razón de que el acontecimiento A está protagonizado por el bando que yo detesto y el acontecimiento B está protagonizado por el bando que yo admiro.
En el caso anterior, el asalto al Capitolio por los seguidores de Trump, es obvio que las similitudes con acontecimientos como los que llevaron a cabo los nacionalistas catalanes (en eso que los jueces han calificado de intento de sedición), o los partidarios del partido Podemos en su acción “Rodea el Congreso” son tan semejantes, y los elementos en juego coinciden en tantos aspectos, que cualquier persona medianamente razonable que no estuviera ofuscada por la ideología tendría que admitirlo sin más. Negar las semejanzas es tan o más disparatado que la reacción impulsiva e instintiva comentada en la regla lógico-mágica anteriormente citada. Tan absurdo es lanzarse compulsivamente a comparar, antes siquiera de entender o explicar, como negarse a que se pueda comparar. Las comparaciones, por otra parte no solo no son odiosas: son una de las mejores maneras de entender la realidad. Y lo son tanto para mostrar las semejanzas como para señalar las diferencias, que también las hay entre los acontecimientos que acabo de mencionar. A veces son más o menos adecuadas, en ocasiones más o menos precisas, pero nunca o casi nunca son odiosas. Ahora bien, si en una polémica usted necesita echar mano del Kit de emergencia para situaciones extremas, puede decir eso de que “Son dos fenómenos que no se pueden comparar”.
Por cierto, la traducción popular de esta nueva fórmula lógico-mágica sería algo así cómo: “Es lo mismo pero es distinto”, o bien ese exaltado e indignado grito que sirve de título a esta entrada: “¡No se puede comparar!”
Obviamente esta nueva fórmula y la anterior es también una ejemplificación más de una de las entradas del Breve Diccionario de Pensamiento Político Simple, que se incluye como Anexo en Cómo triunfar en cualquier discusión:
ENEMIGO
IZQUIERDA
El que no piensa como yo. Aquella persona que se define como de
derechas si yo soy de izquierdas. Contra él vale todo, incluso
aquello que decimos que esa persona no estaría legitimada a hacer
contra nosotros.
DERECHA
El que no piensa como yo. Aquella persona que se define como de izquierdas si yo soy de derechas. Contra él vale todo, incluso aquello que decimos que esa persona no estaría legitimada a hacer contra nosotros.
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