Las increíbles respuestas de los diez sabios
Entre todos los libros y testimonios que he mencionado en el capítulo anterior, no me he referido a uno que cuenta con todo detalle el encuentro de Alejandro con los gimnosofistas.
Lo haré ahora, pero advierto a los lectores que se trata de un relato fabuloso, titulado, como el de Calístenes o el Pseudo Calistenes, Vida de Alejandro. Su autor es desconocido. De este modo, comenzaremos por la fábula pura y, más adelante, intentaremos descubrir los hechos históricos acerca del encuentro entre los sabios de Grecia y de la India.
En esta Vida de Alejandro, se dice que el conquistador macedonio hizo prisioneros a diez sabios de la India que habían animado a un rey indio a luchar contra él. Alejandro les hizo diez preguntas verdaderamente difíciles, aparentemente insolubles, advirtiéndoles de que mataría al que no contestara correctamente. Además, dijo que él mismo designaría a uno de ellos para que se convirtiera en el juez que dictara la sentencia contra sus compañeros.
Uno de los sabios preguntó al rey si podían añadir una explicación a cada respuesta, lo que Alejandro aceptó. Las respuestas son tan ingeniosas que vale la pena conocerlas todas, pero te invito, lector, a intentar responderlas, como si te las hiciera un amigo. Y sólo después de responder, lee la contestación de los sabios. Después, intenta deducir el porqué de esa respuesta y, finalmente, lee la explicación. Pregunta a pregunta también intentaré descubrir si en alguna de las respuestas se adivina algún rasgo escéptico.
En cierto modo se puede considerar que cada una de las preguntas con su respuesta completa es la síntesis de algo que podría haber sido un pequeño debate, con razones a favor y en contra, al estilo de las conversaciones socráticas o de la práctica de escépticos célebres como Arcesilao, Carnéades o el propio Buddha (ya conoceremos más adelante por qué Buddha era escéptico). Así que me detendré brevemente en cada una de las respuestas.
«Alejandro preguntó al primero si le parecía que eran más en número los vivos o los muertos».
¿Qué piensas, lector?
Supongo, que al igual que yo, habrás advertido que la población actual del mundo nunca ha sido igualada a lo largo de la historia, por lo que el primer impulso es pensar que los vivos son más. Pero enseguida, haciendo un cálculo rápido, te habrás dado cuenta de que a la cifra final de los muertos se deben sumar todos los que vivieron y murieron en el siglo XX, y en todos los siglos anteriores, lo que suma miles y miles de años. Parece que la cifra de muertos supera con claridad a la de los vivos.
¿Qué respondió el primer sabio?
Respondió que los vivos.
¿Por qué?
Esta es su explicación:
«Pues no es justo que los que no son sean más que los que son».
No cabe duda de que tenía razón, al menos interpretando la pregunta en su literalidad: ¿cómo van a ser más quienes no son?
En cuanto al escepticismo, la relación que se me ocurre es que la respuesta exige no creer que los muertos vivan tras la muerte: no son, no existen. Es decir, se niega una existencia más allá de la muerte.
Al segundo sabio, Alejandro le preguntó
«Si era la tierra o era el mar lo que alimentaba a más animales».
Ahora puedes pensar la respuesta y hacer cálculos. Es obvio que hoy en día contamos con más información que en la época de Alejandro Magno.
La respuesta fue: «La tierra alimenta más animales».
Y la explicación:
«Porque también el mar está encima de la tierra».
Lo que es sin duda una respuesta ingeniosa y correcta.
Al tercero le preguntó qué animal le parecía más astuto.
En este caso, la respuesta es ya una explicación:
«Aquel al que no conoce ningún hombre».
Muy buena observación, sin duda.
Le llegó el turno entonces a un tal Sabilo. Alejandro le preguntó por qué había aconsejado a su rey combatir contra él.
De nuevo la respuesta contiene ya la explicación:
«Porque debía vivir con honor o morir con honor».
En este caso, la respuesta no parece muy propia de un escéptico, que probablemente pondría en cuestión el concepto de honor, y en especial que el honor se gane o se pierda en una guerra. Curiosamente, que el más famoso escéptico indio, Carvaka cuestionó precisamente el concepto de honor asociado a la guerra
La quinta pregunta es universal y todos nos la hemos hecho alguna vez:
“Qué ha surgido antes, la noche o el día”.
La respuesta, fue: «El día fue antes por una noche».
En este caso se trata de un gracioso juego conceptual de imposible resolución. Alejandro le pidió que le explicara a esa respuesta, y parece que el sabio se vio en un apuro, pues se tomó un tiempo para meditar, hasta que encontró esta estupenda solución:
«A las preguntas imposibles les convienen respuestas imposibles».
La sexta pregunta fue qué debía hacer uno para ser más amado por los hombres.
¿Cómo se puede responder a un gobernante que nos pregunta eso?
La respuesta fue:
«Ser el más poderoso sin causar temor a nadie».
Una idea tal vez preferible a aquel consejo que Maquiavelo daba al príncipe: «Es mejor que te teman a que te amen».
Al séptimo sabio le tocó una pregunta bien difícil: qué tenía que hacer uno para devenir dios.
Alejandro, a pesar de que ya le habían proclamado dios en Egipto y en otros lugares, quizá dudaba de si lo era, tras aquello que le dijo Anaxarco acerca de su sangre mortal.
El sabio también logró salir airoso:
«Uno debería hacer lo que sería imposible que hiciera un hombre.»
Llegó entonces el turno al octavo, al que preguntó qué era más fuerte, la muerte o la vida.
La respuesta en este caso parece evidente: la muerte, pues nadie puede evitar morir, pero el sabio respondió que era más fuerte la vida. Y tenía razón:
«La vida, pues ésta hace que sean los que no eran, y la muerte que no sean los que eran».
Quizá también aquí podemos detectar la negación de otra vida tras la muerte, pensamiento propio del escepticismo acerca de la religión.
Al siguiente sabio le preguntó hasta cuándo le conviene bien vivir a una persona.
El sabio contestó: «Hasta que deja de creer que es mejor vivir que morir».
Una respuesta que parece coincidir con la costumbre del sabio Calano de quitarse la vida cuando consideró que sus problemas físicos le hacían la vida poco placentera.
Finalmente, tan sólo quedaba un sabio, que era el que debía juzgar las respuestas de sus compañeros y dictar el veredicto.
Antes de que pudiera hacerlo, Alejandro le advirtió: «No vayas a creer que te escaparás si intentas favorecer a alguno.»
La vida de los diez sabios dependía del ingenio de este juez a la fuerza. ¿Qué responder en una situación semejante?
La respuesta fue especialmente sorprendente:
«Cada uno ha respondido peor que el anterior.»
Alejandro entendió que eso significaba la condena a muerte de todos ellos, pero el sabio dijo entonces:
«Ten en cuenta, Alejandro, que no es propio de un rey el mentir. Pues aseguraste que matarías a quien no respondiera correctamente. Así que nos protege tu palabra. En cuanto a que no perezcamos injustamente, no debemos cuidar de eso nosotros, sino tú.»
En efecto, todos ellos habían dado una respuesta correcta, y no se puede decir que el juez haya mentido: cada uno ha contestado quizá peor que el anterior, pero todos correctamente. La responsabilidad ahora queda en manos del propio Alejandro, que puede obrar injustamente si no acepta el criterio del juez acerca de la calidad de las respuestas:
«Después de haber escuchado a éste, Alejandro juzgó que aquellos hombres eran sabios y, después de ordenar que le dieran a cada uno un manto, los dejó ir en paz.»
Los gimnosofistas y el escepticismo en la India
Descubre a los escépticos de Grecia y Roma.
Ariel editorial
568 páginas
Sabios ignorantes y felices: lo que los antiguos escépticos nos enseñan