La vorágine

«Todo eso se agravó más tarde con el peor de los síntomas: la vorágine».

Ántal Szerb

1En Tsurezuregusa, uno de mis blogs, diario, bitácora o cuaderno digital, dudaba cómo llamar a estos textos digitales o electrónicos que ahora lees. Decidí que no era un weblog ni una bitácora, pero dudaba entre un cuaderno o un diario. Un mensaje que me ha envió un amigo me hizo decidirme, al menos por el momento, por «cuaderno». Porque es evidente que esas cosas que escribo en la red no son un diario ni un blog.

Mi amigo también me decía que echaba a faltar en esta página algo que le diera cierta coherencia, una línea argumental, un macguffin, una excusa que permitiera encontrar algún tipo de orden y no sentirse perdido.

Tiene razón. Yo no sé muy bien qué es esto. Y lo curioso es que no lo sé desde el principio, como se puede ver en varios textos que publiqué nada más iniciar mis páginas web: Cómo debe ser una página web y Esto no es una página web.

La verdad es que me gusta mucho no tener una intención ni una dirección: simplemente voy escribiendo según me va apeteciendo: acumulo asuntos pendientes, me olvido de algunos que eran urgentes hace unos días y me entretengo en trivialidades.

En cierto modo el orden surge de todas maneras, porque poco a poco voy agrupando temas comunes en cuadernos específicos. Por ejemplo los cuadernos políticos, los cuadernos de viaje, los cuadernos evolutivos. Es como una enciclopedia incompleta e incompletable. Lo que une todo este caos, el único posible esqueleto eran hasta hace uno o dos años los sucesivos blogs, diarios o cuadernos digitales: Sin título, Angkor Byte, Erewhom Digital, Turista en Madrid, Tsuresureguza o La Vorágine.

La Vorágine, esa sensación extraña de la que habla Antal Szerb es una buena definición de esto. Es como un desagüe en el que van cayendo las cosas pero en el que, por un instante, se mantienen en los bordes del fluido, para después desaparecer y preciparse en algún lugar en el que un archivero paciente intenta, sin éxito, ordenarlas.

De vez en cuando, el archivero sube al piso superior y trae alguna de las cosas que ha encontrado abajo, pero de nuevo es colocada en el desagüe y de nuevo vuelve a caer. Algo así debe ser nuestro propio cerebro, en el que, como ilusos, pensamos que existe un orden, un orden semejante al de las clasificaciones, los abecedarios y las enciclopedias, pero que en realidad es un orden que se basa más que nada en ignorar todo lo que va contra él, todo lo que no acaba de ajustarse a una norma artificiosa. Al pulir una tabla le arrancamos las protuberancias y los nudos, que a veces son lo más interesante de la madera. Nos quedamos satisfechos con nuestra tabla bien lisa, pero hemos perdido parte de su belleza.

Siempre he estado en contra de los sistemas filosóficos dogmáticos y pienso que cuanto más coherente es un sistema más fácilmente se derrumba. Esta es una idea básica del taoísmo: lo rígido se rompe, lo flexible se adapta y sobrevive.

Mi corresponsal daba en el clavo cuando decía que esa coherencia la hallaba en los diarios publicados en papel y no tanto en los blogs digitales. Es cierto. Este medio de los ordenadores e internet tiene reglas diferentes a las del papel. En el papel yo también suelo necesitar esa coherencia, pero aquí, en la red, no.

Gérard de Nerval envidiaba en Noches de octubre a los novelistas ingleses, que podían escribir sin tener un objetivo, una línea argumental o una moraleja. Y así es Noches de octubre y también son así Aurelia y Silvia las dos obras maestras de Nerval. Así son y así serán, espero, estas páginas.

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[Publicado el 1 de noviembre de 2004 en La vorágine]

Nota en 2014

Diez años después, todo sigue más o menos igual, y tras crear casi cincuenta blogs, renuncié a ponerle un nombre a esta colección de páginas, hasta que hace unas semanas decidí darle al menos un sobrenombre: Diletante. Lo hice para evitar el personalismo excesivo de una página que se llamase como yo.

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REVISTA ENTRE DOS MUNDOS

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