El innatismo de Jung y la evolución

Carl Gustav Jung observó que existen ciertos esquemas mentales que se dan en todas las culturas. Eso le hizo preguntarse, al igual que tiempo después le sucedería a Chomsky respecto al lenguaje: ¿Cómo es posible que personas de culturas muy diferentes compartan estos esquema comunes y que incluso puedan adquirirlos seres humanos que han sido criados al margen de toda aculturación?

La respuesta de Jung es casi idéntica a la que Chomsky daría años más tarde al proponer la existencia de una gramática innata. Dijo Jung: existe un inconsciente colectivo en el que se hallan esas figuras o arquetipos.

Ahora bien, debemos suponer que esos arquetipos comunes, al igual que la gramática de Chomsky, se transmiten por vía genética, pues ¿de qué otro modo podrían trasmitirse si no? Sin embargo, la propuesta de contrastar esta teoría es tan imprecisa para Jung como en el caso de Chomsky.

¿Cómo podríamos comprobar que existen esos arquetipos?

Quizá podríamos hacer una lista de arquetipos y comprobar si efectivamente se dan en todas las culturas, examinar que existen también en una persona que no ha tenido contacto con ninguna cultura. Es lo mismo, se supone, que se podría hacer con la gramática de Chomsky.

Yo me atrevo a suponer que en ambos casos, al final de nuestra investigación encontraremos tanto los arquetipos como la gramática. ¿Por qué?

No porque estén en el cerebro de todos los seres humanos, o en algún tipo de nube más o menos inmaterial, en un anima mundi o algo similar, como suponen Jung o Chomsky. Los encontraremos, no porque no porque estén en esos lugares, sino porque están en la naturaleza de las cosas.

Intentaré explicarlo yendo de lo más sencillo a lo más complejo. Imaginemos que afirmo que a lo largo de la evolución el ser humano aprendió a distinguir entre las direcciones izquierda o derecha, norte o sur y arriba o abajo, porque eso era vital para su supervivencia como especie. Los individuos que no sabían distinguir una cosa de otra no eran capaces de subirse a un árbol (arriba) y eran devorado por los lobos o por los smilodones. Es por eso que ahora todos los seres humanos tenemos ya de fábrica en nuestro cerebro esas distinciones. Desde que nacemos. Como si fuera un sistema de geolocalización innato, a la manera de la gramática de Chomsky o los arquetipos de Jung.

Pero si ahora afirmo que mi hipótesis es correcta puesto que sabemos distinguir entre esas direcciones, estoy cometiendo una falacia argumentativa. En realidad, parece más razonable pensar que cualquier animal bien adaptado para la supervivencia será capaz de distinguir tales direcciones no porque elabore conceptualmente la diferencia arriba/abajo o izquierda/derecha, sino porque le resulta fácil darse cuenta de que trepando a un árbol es posible escapar de un lobo o de un smilodon. No hace falta conocer conceptualmente la diferencia entre “arriba” y “abajo”, sino, como mucho, la diferencia entre «cerca del smilodon/lejos del smilodon», que tampoco tiene por qué estar codificada de manera específica en el cerebro.

Pasemos a un ejemplo un poco más complejo: las categorías de Aristóteles.

Continuará

 

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