No es fácil. Puedes intentarlo. Sólo necesitas una mosca y mucha paciencia.
Hace varias semanas entró una mosca en mi casa. No es una metáfora. Me refiero a una mosca de verdad. Esos pequeños animales voladores que suelen ser de color negro.
Al principio me molestaba con su zumbido. Cuando las moscas empiezan a zumbar me resulta difícil concentrarme. Es un sonido muy molesto. Así que en cuanto una mosca se pone a zumbar dentro de mi casa, lo que hago es…
No, si has pensado que lo que hago es matarla, te has equivocado. Nunca mato a las moscas. No mato a ningún animal (incluyendo a las personas). Siento un respeto casi religioso hacia los organismos vivos. Veo que algo se mueve cerca de mí, una mosca, una hormiga, una cucaracha, y la idea de detener para siempre ese movimiento, esa vida, me resulta muy desagradable. Así que soy de esos que llaman “incapaces de matar a una mosca”.
Pero confieso que sí mato mosquitos. Lo hago porque son muy aficionados a mi sangre. Cualquier persona que duerma conmigo puede estar tranquila en lo que se refiere a los mosquitos, chinches y otros animales picadores: todos me picarán a mí. Supongo que mi sangre es muy dulce. La prueba de que no existen vampiros (humanos) es que nunca han venido a por mi deliciosa sangre. Cuando era pequeño tuve un amigo murciélago con el que conviví en mi habitación y al que acariciaba como a un gatito: tal vez se sintió atraído por mi sangre, pues pocos días antes me clavé un hierro oxidado en la rodilla.
Pero, excepto en los casos de autodefensa (como los mosquitos, que me provocan con sus picaduras heridas espantosas), intento no matar a ningún animal. Hace poco en un pueblo de pintores francés cercano al bosque de Fontainebleu observé cómo una avispa se posaba en mi muñeca y no hice nada. Me mantuve completamente inmóvil, observándola con interés. Y me picó. Dicen que no pican si no las atacas, pero ésta me picó. Todavía tengo la marca cuatro meses después, y a veces siento un pinchazo en la muñeca, bajo la piel. Pero las moscas son diferentes. Es cierto que son muy molestas, pero no pican.
Como iba diciendo, cuando entra una mosca en mi casa y me molesta con su zumbido, lo que hago es… echarla. Abro la ventana y la conduzco suavemente hacia el exterior, aunque ella se empeña en golpearse contra el cristal durante mucho rato.
En el caso de la mosca que entró en mi casa hace unas cuantas semanas, intenté que se fuera, pero no lo conseguí. Finalmente, al observar que su zumbido no era demasiado ruidoso, la dejé quedarse conmigo.
Sin embargo, demostró ser una mosca muy tozuda, pues siempre se posaba en mi cabeza o en la mesa, tentándome a darle un papirotazo o a capturarla con la mano. Debo decir que soy un experto en capturar moscas con la mano. No es fácil, pues la mosca, al sentir la corriente de aire de la mano al desplazarse, huye. Por eso hay que calcular hacia dónde huirá y mover hacia allí la mano en el preciso instante en que ella desvía su vuelo.
Pero ni siquiera capturé a esta mosca, por temor a aplastarla sin querer.
No sé por qué, pero de repente me pregunté si aquella mosca, a la que comencé a llamar Roberta (recordando una canción de Pepino Di Capri), querría comunicarse conmigo.
Cuando he comentado esta ocurrencia a varias personas me han mirado de una manera extraña, como si fuera una pregunta insólita. Sin embargo, muchos se preguntan si podemos comunicarnos con los delfines, con los monos, los perros o los gatos. ¿Por qué no con una mosca?
Se supone que por el tamaño, pero basta con pensar en la complejidad de una única célula o un solo átomo, para darse cuenta de que en el pequeño cuerpo de la mosca puede habitar perfectamente la intención de comunicarse.
Enseguida me di cuenta de que comunicarse con una mosca es verdaderamente difícil. En primer lugar porque no compartimos un lenguaje común. No estoy muy seguro de si las moscas tienen aparato fonador, pero en caso de tenerlo, sin duda es muy diferente del nuestro. Es muy posible que tampoco tengan un lenguaje articulado. Pero lo que es seguro es que con sus oídos, si es que tienen (como se ve, soy un verdadero ignorante en fisiología de las moscas), si tienen oídos, de nuestra voz sólo captarán un ruido tremendo ininteligible.
El primer paso para establecer una comunicación con otro organismo es comprobar que ese otro organismo también puede (y quiere) comunicarse con nosotros. En el caso de las moscas, algo en su comportamiento parece indicar que desean comunicarse con los seres humanos. En efecto, las moscas siempre se acercan a nosotros, se posan en nuestros brazos, en nuestra cabeza, junto a nosotros. Buscan constantemente esa proximidad como si fuesen las almas de nuestros antepasados deseando acompañarnos, y tal vez decirnos algo muy importante.
Sin embargo, nuestra reacción habitual es matarlas. Pero ellas siguen viniendo. Parece que en este caso la selección natural no opera muy bien con las moscas pues, en vez de tener codificado genéticamente que acercarse a los seres humanos es peligroso, parecen tener codificado lo contrario.
Pero claro, se puede pensar, y así suele hacerse, que las moscas se acercan a nosotros porque les gusta nuestro sudor o nuestras células muertas, o la comida que tenemos cerca, o la luz con la que trabajamos.
Decidí comprobar si Roberta, la mosca que entró en mi casa, se movía sólo por el interés o realmente deseaba estar conmigo. Diseñé entonces un sencillo experimento. Puse mucha comida en la cocina, incluyendo un plato con miel, y encendí la luz de la cocina. Allí estaba Roberta conmigo. Entonces, cuando ella estaba un poco lejos de mí, me fui sigilosamente a mi despacho. Me senté a trabajar sin ninguna luz artificial.
Al cabo de quizá un minuto, allí estaba Roberta, posada sobre la pantalla de mi ordenador (apagado), limpiándose las patitas, de la misma manera que lo hace un gato ronroneador al sentarse en nuestras rodillas.
Roberta permaneció conmigo tres, cuatro o quizá más días, a pesar de que yo tenía entendido que las moscas viven sólo dos o tres días. Pensé en hacerle una foto para ilustrar este artículo, pero lo fui dejando y ya no me queda de ella más que un recuerdo que se va haciendo difuso. Ni siquiera estoy seguro de si ahora podría reconocerla, porque el problema con las moscas es que resulta difícil distinguir a una de otra. Tampoco es fácil ver sus expresiones faciales, si es que tienen expresiones faciales y rostro propiamente dicho. Eso es algo que dificulta muchísimo la comunicación, pues no sabes si sonríen, gruñen o cualquier otra cosa. Conviene en consecuencia, entender las dificultades de mi experimento de comunicación con la mosca Roberta.
Naturalmente, soy consciente de que no se trata de un experimento científico y que está sujeto a mucha controversia. No pretendo decir que me comuniqué con Roberta en ese momento, o en diversas situaciones en los siguientes días, pero la pregunta inquietante sigue ahí… ¿cómo comunicarse con una mosca?
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(Publicado por primera vez en Mundo analógico el de 11 de diciembre de 2008)
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