Ciencia, medicina, magia y superstición

Dice Werner Jaeger en Paideia:

«En la época en que los médicos empezaban a exponer ante el público sus problemas, siguiendo las huellas de los sofistas, en forma de «conferencias» (epidei) ο de «discursos» (λόγοι) preparados por escrito, no existía aún una idea clara en cuanto a la medida en que un idiotés [hombre común] debía preocuparse de estas cosas. La actuación de los médicos como oradores sofistas ambulantes representaba un intento de realzar la importancia pública de esta profesión. La energía espiritual de quienes lo afrontaron no sólo despertó un interés transitorio por su causa, sino que creó algo así como el nuevo tipo del «hombre culto en medicina», es decir, del hombre que consagraba a los problemas de esta ciencia un interés especial aunque no profesional y cuyos juicios en materia médica se distinguían de la ignorancia de la gran masa.»

Los primeros médicos griegos ambulantes observaban no sólo al ser humano particular, sino todo lo que le rodeaba, el clima, las aguas, los vientos, las estaciones del año. Su influencia en la filosofía tiene que ver con su capacidad de observación, altamente desarrollada, y con su método de experimentación, de ensayo y error, nos dice Jaeger.

En la Grecia arcaica los médicos rechazaron lo trascendental y lo divino («la epilepsia no es la enfermedad divina, sino un mal humano») y así influyeron en el surgimiento de la ciencia antigua, la filosofía y la filosofía de la naturaleza. Quizá no sea casual, o es una coincidencia feliz, que los primeros filósofos fueran llamados «físicos», del mismo modo que también los médicos han sido llamados hasta hace poco «físicos».

Por otra parte, no deja de resultar sorprendente que en la actualidad haya un desafío a la ciencia dirigido en gran parte por paramédicos, que en vez de buscar lo razonable, lo humano, lo comprobable, como hacían aquellos médicos griegos, recurren a las más burdas supersticiones.


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