El héroe en el estiercol

«Ya iban a coger el premio, cuando Áyax, corriendo, dio un resbalón -pues Atenea quiso perjudicarle- en el lugar que habían llenado de estiércol los bueyes mugidores sacrificados por Aquiles, el de los pies ligeros, en honor de Patroclo; y el héroe llenóse de boñiga la boca y las narices. El divino y paciente Ulises le pasó delante y se llevó la cratera; y el preclaro Áyax se detuvo, tomó el buey silvestre, y, asiéndolo por el asta, mientras escupía el estiércol, habló así a los argivos:

-¡Oh dioses! Una diosa me dañó los pies; aquélla que desde antiguo socorre y favorece a Ulises cual una madre.

Así dijo, y todos rieron con gusto.»
(Homero, La Ilíada, canto XXIII, 770-785)

 

Nada transmite tanta sensación de vida a la narrativa como eso que James Wood llama la hecceidad, el recurso a lo concreto, a lo palpable, esos detalles que parecen innecesarios y que, precisamente por ello, nos llaman la atención como si fueran reales, como si no formaran parte del mecanismo previsible puesto en marcha por el narrador:

“Por hecceidad entiendo el estiércol de vaca en el que resbala Áyax cuando corre en los juegos funerales en el libro XXIII de la Ilíada”.

Allí, en las llanuras de Troya, corriendo en los funerales de Patroclo, el gran héroe Áyax de Telamón, compite con el odiado Ulises en una carrera que dará al ganador una hermosa crátera de plata. Cuando parece que va a obtener la victoria y ya se lanza sobre el ansiado premio, resbala en el estiércol de vaca y cae de bruces sobre él. ¡Qué gran detalle de Homero! Es un primer atisbo de la manera en la que Shakespeare mezclará lo sublime con lo grotesco, logrando así conmovernos en el momento trágico sin que al mismo tiempo sintamos que todo es una farsa acartonada.


Áyax se lamenta

Para quienes no conozcan la historia de Áyax, hay que decir que fue uno de los principales héroes de la guerra de Troya, junto a Aquiles, Héctor, Ulises y Diomedes. Guerrero salvaje y violento, vencedor en decenas en combates, temido por los troyanos, altivo y orgulloso, siempre preocupado por su fama y por el elogio ajeno. Tras la humillación en los funerales de Patroclo, sufrirá otra afrenta semejante cuando, tras la muerte de Aquiles, las armas del héroe vayan a parar a manos de su odiado Ulises. Será entonces cuando lo grotesco vuelva a aparecer en la vida de Áyax, pues dominado ya por la locura, ataca a las vacas y ovejas que los griegos han robado a los troyanos, creyendo que se enfrenta a Ulises y sus hombres. Es un motivo que anuncia, como el lector habrá advertido, uno de los episodios de ese otro célebre loco llamado Don Quijote. Después, cuando recupera la cordura, avergonzado y desesperado decide matarse. Pero incluso en ese último instante lo grotesco aparece de nuevo y evita una muerte sublime, o cuando menos digna. Pues Áyax es invulnerable y cuando se lanza sobre su espada, el arma se dobla como un arco. Tras varios intentos, decide hundir la espada en el único lugar vulnerable, su axila.


El suicidio de Áyax

La acumulación burlesca que cae sobre el héroe Áyax, que se aleja del tono grandilocuente de la Ilíada nos hace sospechar que existe alguna animadversión del narrador hacia el héroe. Es algo que a veces podemos descubrir al leer una novela o leer un guión: que allí se encuentran también las antipatías personales del autor, como cuando un guionista de un programa infantil que dirigí hace tiempo le hizo decir a uno de los payasos: “Si es que sois de la piel del diablo, parecéis antenistas”. Una alusión tan  inesperada a una profesión tan concreta nos hace pensar que el guionista tuvo algún problema personal con un antenista y nos parece por un momento escuchar al autor que se esconde detrás de la narración. Robert Graves, de hecho, pensaba que el episodio de la muerte de Patroclo escondía una crítica de Homero a los griegos, encubriendo sus intenciones con un “lenguaje épico burlesco, seguro de que sus señores no se darán cuenta de lo agudo de la sátira”. Graves establece una comparación muy interesante:

“Puede decirse que, en cierto modo, Homero se anticipó a Goya, cuyos retratos caricaturescos de la familia real española estaban pintados tan magníficamente que podían ser aceptados por las víctimas como parecidos sinceros”.


La familia real española vista por Goya

Detalles del cuadro de Goya

Resulta en efecto bastante evidente que, aunque la familia real fuese efectivamente tan fea, un pintor cortesano no fuera capaz de esconder un poco sus defectos. Del mismo modo, la gran paradoja de esa epopeya griega que es la Ilíada es que en ella todos los héroes griegos son infames, con la excepción de Diomedes, el anciano Néstor y, tal vez, Ulises: Aquiles es un histérico egocéntrico que envía a la muerte a su amante Patroclo y rehúye el combate con torpes excusas acerca de una esclava que le han robado; Agamenón es un general soberbio e incapaz de mandar a sus tropas, Menelao un fatuo despistado y trivial que merece haber perdido a Helena; Áyax un loco ridículo, iracundo y envidioso, al que Homero, como hemos visto, hace revolcarse en estiércol de vaca.

 


 [Este texto fue publicado en la página Divertinajes, dentro de la serie titulada La ilusión imperfecta. La versión presente, en la que he añadido algunas cosas,  pertenece tanto a la página de mitología Numen, como a La ilusión imperfecta, inventario de efectos narrativos, que es, a su vez, un complemento en Internet de mis libros Las paradojas del guionista y El guión del siglo 21]


 

LA ILUSIÓN PERFECTA

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