Se lamenta Darwin de su pérdida de sensibilidad estética:
“Esta curiosa y lamentable pérdida de los más elevados gustos estéticos es de lo más extraño, pues los libros de historia, biografías, viajes (independientemente de los datos científicos que puedan contener) y los ensayos sobre todo tipo de materias me siguen interesando igual que antes. Mi mente parece haberse convertido en una máquina que elabora leyes generales a partir de enormes cantidades de datos; pero lo que no puedo concebir es por qué esto ha ocasionado únicamente la atrofia de aquellas partes del cerebro de la que dependen las aficiones más elevadas. Supongo que una persona de mente mejor organizada o constituida que la mía no habría padecido esto, y si tuviera que vivir de nuevo mi vida, me impondría la obligación de leer algo de poesía y escuchar algo de música por lo menos una vez a la semana, pues tal vez de este modo se mantendría activa por el uso de la parte de mi cerebro ahora atrofiada. La pérdida de estas aficiones supone una merma de felicidad y puede ser perjudicial para el intelecto, y más probablemente para el carácter moral, pues debilita el lado emotivo de nuestra naturaleza” (87).
Yo tengo desde hace unos años bien presente este peligro, y por eso me impongo lo que Darwin se impondría de vivir de nuevo: leer literatura, poesía, historia, escuchar música, etcétera. Limitarse sólo a libros científicos llega a limitar grandemente la capacidad de percepción emotiva y la sensibilidad, produciendo una vida intelectual poderosa pero seca.
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