Un desnudo muy moral

|| Juicio y sentimiento 5

«»Pero ¿quién, quién os queda? ¿Quién os disfrutará?

                                          Jane Austen, Juicio y sentimiento

 

(Viernes 30 de julio de 2004)

En el capítulo anterior (Bondad y egolatría) prometí un desnudo integral de mi conciencia moral. Es una promesa que sin duda se debió al calor del verano y al consumo inmoderado de vino, porque suelo ser bastante discreto y no me gusta el exhibicionismo (más bien peco de discreto), y menos en asuntos relacionados con eso que se suele llamar ética y moral. Nadie que lea estas páginas digitales creerá que no soy exhibicionista, pero me parece que aquí, en este serial filosófico-biográfico, lo soy para romper conmigo mismo y sentirme más libre para escribir lo que quiera.

El cantante belga Jacques Brel se retiró de los escenarios cuando se dio cuenta de que la cosa ya no era muy real, que empezaba a actuar en sus actuaciones, a poner en marcha un mecanismo repetido cuando salía a escena. No se trataba de que fuera malo el hecho de actuar, pues Brel siempre se caracterizó por la manera en la que representaba sus canciones sobre el escenario, sino que el problema era la previsibilidad de lo que hacía, la manera de crear las emociones y de sentirlas uno mismo. Es inevitable que con el tiempo creemos una imagen de nosotros mismos que más o menos nos gusta, lo que hace que al final uno acabe sintiéndose obligado a ajustarse a esa imagen. Para evitarlo, lo mejor es tener una imagen con la que no estés del todo satisfecho, que te deje un poco en mal lugar, que no sea ni pretenda ser perfecta, pero tampoco perfecta en su imperfección, que es otra tentación. Creo que eso te libera de ti mismo y te da más libertad. Brel también decía que no lograba entender por qué a la gente le resulta tan difícil hacer lo que realmente deseaba hacer. Yo pienso lo mismo y por eso, como ahora me apetece desnudar mi conciencia moral por una vez, ¿por qué no hacerlo?

Aquí comienza el desnudo integral de mi conciencia moral…

Piedad del artista (2008), por Jack Seingalt

Siento una atracción muy fuerte hacia la justicia y la bondad. Creo que del lema de la Revolución Francesa habría que prestar más atención al tercer término : Libertad, igualdad, Fraternidad. También siento un pudor extremo que me impide presumir de bondadoso, y detesto la idea de la santidad o el heroísmo. Mis mejores amigos saben que siempre digo que soy un mal amigo y que no se puede contar conmigo.

¿Y por qué digo eso? Porque también detesto la idea del deber, del deber moral y del deber de la amistad. Pero como esto es un folletín impúdico, puedo por una vez mostrar mi juego. «Cache ton dieu» («Esconde tu Dios») decía Valery pero ahora no le voy a hacer caso. Lo primero que haré será emplear sin avergonzarme una palabra prohibida en los debates filosóficos serios (casi siempre con razon), la palabra «bueno».

Me considero una persona buena, a la manera de Antonio Machado, en el buen sentido de la palabra:

«Y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno». 

Me costaría mucho soportar la idea de no ser bueno, de no actuar de manera justa. No me preocupa que alguien piense que no soy bueno, eso casi me da igual, pero lo pasaría muy mal si yo mismo pensará que he sido malo o injusto. Sé que en ocasiones he hecho daño a otras personas, pero creo que nunca ha sido por maldad, por venganza o por crueldad. A veces es imposible que alguien no sufra a causa de otro (pero no por culpa de otro). Yo también he sufrido a menudo, pero, excepto en dos o tres ocasiones que creo justificadas, nunca he pensado que fuese por culpa de alguien, sino tan solo debido a mi relación con alguien. Como dije cuando hable de Demócrito en Cosas que he aprendido de…,mi lema secreto, casi desde que empecé a pensar en cuestiones de ética y moral, es lo que decía Demócrito: «Es mejor sufrir injusticia que cometerla».

¿Por qué digo todo esto? Más que nada para que resulte verosimil y creible que por mi cabeza no pasan esas malas emociones o pensamientos que harían necesario que me aplicase a mí mismo el autocontrol del que hablaba en el primer capítulo (atroz autocontrol). No sé si te recuerdas que estoy tratando de demostrar que no me controlo porque no hay nada (o casi nada) que deba reprimir. Es decir, quiero ahora afirmar de nuevo que no soy un hipócrita.

Generalmente no tengo por qué fingir que soy bueno, sino más bien todo lo contrario, entre otras razones porque me he dado cuenta de que si uno se gana fama de bueno sus argumentos pasan al instante a ser escuchados con menos atención. En varias ocasiones en el trabajo he tenido que esconder mi bondad espontanea, porque me he dado cuenta de que las persona que tienen una imagen demasiado bondadosa acaban por ser consideradas ingenuas y poco profesionales y su influencia es desactivada. Por eso, a veces se pueden conseguir más cosas (buenas) fingiendo que no hay detrás intenciones bondadosas, sino tan solo profesionales o pragmáticas. Así que es recomendable ser agudo e incisivo de vez en cuando, mordaz en ocasiones e irónico cada cierto tiempo, ingeniosamente combativo casi siempre para que lo tomen a uno en serio.

Egon (2008), por Jack Seingalt

Si yo digo, como he dicho en una entrada reciente de este diario, que no me gusta el antiamericanismo visceral, no puedo decir simplemente que no me gusta debido a que es algo que va contra la fraternidad humana. Si dijera eso, que sería lo más sencillo y razonable, todos me tomarían por un beato o un cándido y mirarían hacia otro lado. Así que tengo que mostrar lo absurdo de esa postura (el antiamericanismo visceral) y demostrar que esa actitud iguala a quienes la mantienen en aquello que aseguran rechazar, pues los convierte en víctimas ideológicas de sus enemigos (la política actual de Estados Unidos), imitando su simpleza y la corta manera de pensar de George Bush II, pues quedan a merced de lo que su supuesto enemigo decida en cada momento (para pensar lo contrario como un mecanismo de relojería).

Otro método para que estos argumentos bienintencionados sean escuchados es hacer cosas como La página noALT, o dar una lista de normas muy razonables que cualquiera debería seguir en una discusión, normas que suelen brillar por su ausencia en el ciberespacio, como se puede comprobar visitando cualquier foro o página de debate (observación esta hecha en 2005, ¡qué decir en 2017!).

No es que todos esos métodos más o menos ingeniosos de disimular la bondad sean sólo una invención mía para resultar más convincente. Creo que son razones buenas y verdaderas, pero tal vez resultarían innecesarias si las personas fuesen más equilibradas en sus fobias y odios y tuvieran una manera de relacionarse con los demás más razonable, tolerante, justa y fraterna. Fraternidad.

Después de este desnudo casi integral de mi conciencia moral, me llevará bastante trabajo quitarme la imagen de cura, beato o cándido inocente, así que en el próximo capítulo de este folletín adoptaré un tono combativo y defenderé que no sé por qué diablos los bondadosos tenemos que someternos y soportar que dominen la situación los malvados.

Continuará

 


[Publicado en 2004, Barcelona. Revisado en 2017, Shanghai]

Juicio y sentimiento

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