El test de Turing, combinado con el solipsismo, plantea un problema impresionante.
A todo lo ya sabido, añadir: qué pasa si con la máquina compite un aborigen australiano a-occidental, un niño, un neurótico, etc.
En 1989, en un trabajo que hice en la asignatura Mentes y Máquinas, planteé que esas preguntas (¿es humano, es máquina, es mujer?) se aplicasen a quien decide, no a quien es examinado.
********
(post quem 89, ante quem 1994)
Deja una respuesta