¿Son los dioses la voz de la conciencia?
Homéricas /004

La Odisea comienza con un debate entre los dioses olímpicos acerca de qué deben hacer respecto al asunto «Odiseo». ¿Deben dejar que el héroe Odiseo (Ulises) logre alcanzar por fin la tierra de Ítaca o todavía deben condenarle a vagar errante? Deciden enviar a la diosa Atenea a la isla de Ítaca.

Atenea, bajo la apariencia del tafio Mentes se presenta ante el hijo de Odiseo, Telémaco, le reprocha su actitud ante lo que pasa en el palacio de su padre ausente y le da algunos consejos acerca de lo que debe hacer. Termina recomendándole varias cosas y le insiste en que las lleve a cabo a pesar de las dudas que pueda tener:

«Luego que esto hayas concluido, medita en tu mente y en tu corazón la manera de matar a los pretendientes en tu casa con engaño o a las claras. Y es preciso que no juegues a cosas de niños, pues no eres de edad para hacerlo. ¿No has oído qué fama ha cobrado el divino Orestes entre todos los hombres por haber matado al asesino de su padre, a Egisto fecundo en ardides, porque había quitado la vidaa su ilustre padre? También tú, amigo —pues te veo vigoroso y bello—, sé valiente para que alguno de tus descendientes hable bien de ti.»

Luego, cuando Mentes se va, Telémaco demuestra el efecto que las palabras de la oculta diosa han hecho en él. Primero manda a su madre Penélope a sus habitaciones, demostrando que ahora es el hombre de la casa (y quizá también protegiéndola con un ardid) y después se enfrenta a los pretendientes y les amenaza. Todos se quedan asombrados ante la trasformación del muchacho en adulto:

Así habló, y todos clavaron los dientes en sus labios. Estaban admirados de Telémaco porque había hablado audazmente. Y Antínoo , hijo de Eupites, se dirigió a él: «Telémaco, seguramente los dioses mismos te enseñan a ser ya arrogante en la palabra y a hablar audazmente».

Telémaco y Penélope

Cuando asistimos en los textos homéricos a encuentros entre humanos y dioses como el anterior, a veces es inevitable pensar que los dioses, en este caso Atenea, son en cierto modo la voz de la conciencia de los héroes. Aparecen para decirles lo que tienen que hacer, para plantearles dudas, pero también para resolverlas, para ayudarles a elegir el camino correcto entre los varios que se les ofrecen, del mismo modo que todos en ocasiones hablamos con nosotros mismos, barajando las diferentes líneas de acción que se nos ofrecen.

Se supone que una hipótesis como la anterior, la que sostiene que los dioses de las obras homéricas son en realidad la voz de la conciencia, es una manera de pensar demasiado moderna, que resulta anacrónica y absurda cuando se aplica a una sociedad como la Grecia micénica, que no compartía nuestras dudas acerca de los dioses, sino que creía firmemente en ellos.

Sin embargo, las cosas no son tan sencillas, porque hay detalles en los relatos homéricos que nos pueden hacer dudar. En primer lugar, que los dioses casi siempre se mantengan ocultos, disfrazados, escondidos, como en esta ocasión Atenea al adoptar la figura de Mentes.

A pesar de que los textos homéricos son una constante celebración del poder divino y una exhortación a los humanos a someterse a ese poder superior, sin embargo los dioses apenas se manifiestan ante los seres humanos, al menos de manera pública. ¿No sería razonable, desde una concepción de la realidad divinizada, que los dioses se manifestasen en todo su esplendor, por ejemplo sobre las murallas de Troya? Pero no lo hacen, o apenas lo hacen, según consideremos que tras la furia de Posidón hay una metáfora de la furia del mar o si realmente vemos alzarse la figura colosal del dios marino sobre las olas, como suele representarse popularmente. Habrá tiempo y homéricas para examinar esa cuestión.

Los dioses, o al menos algunos dioses, es cierto que se presentan en las llanuras de Troya y que incluso combaten contra los héroes. Lo hacen Afrodita y Atenea, Ares y el propio Apolo. Y por cierto que no siempre les va bien, pues el héroe Diómedes hiere a Afrodita y pone en fuga al propio dios de la guerra. Pero esas intervenciones divinas son también casi siempre privadas: se muestran bajo la apariencia de un guerrero o de un auriga, como hace en el Mahabarata indio, tan semejante a la Ilíada, el dios Krishna ante Arjuna. Pero  el momento en el que Krishna le muestra a Arjuna toda su gloria inmensa y su poder cósmico es también un momento privado, pues, aunque en la escena a veces se representa al fondo a los ejércitos que se enfrentan, sólo Arjuna ve esa apariencia suprema de Krishna, pues para ello el dios disfrazado le ha dado una visión que no poseen los demás:

«Pero no puedes verme con tus ojos actuales. Por lo tanto, Yo te doy ojos divinos, con los cuales puedes ver Mi opulencia mística»

Krishna le muestra su forma Universal a Arjuna, revelándole que en él se contiene todo lo que existe.

 

Es cierto que los dioses homéricos parecen en alguna ocasión ser percibidos por otras personas, pero casi siempre es como una manifestación supranatural del poder mismo del héroe.

Naturalmente, podemos pensar que este comportamiento escurridizo, privado y oculto de los dioses tiene una explicación bastante sencilla: a pesar de las miles de apariciones de los dioses, hasta el momento no hay ninguna de la que podamos afirmar con un mínimo de certeza que haya tenido lugar alguna vez. Los dioses son, en efecto, muy escurridizos, y sólo se manifiestan a toro pasado, cuando ya nadie puede comprobar si sucedió o no. Eso, como es obvio, nos hace sospechar que los dioses no existen, y esta es una sospecha muy difícil de apartar de una mente razonable. O por decirlo con más precisión: lo que resulta difícil es dar algún indicio creíble de su existencia.

Así, que dado que los dioses probablemente no se aparecían a grupos numerosos tampoco en la antigüedad, o cuando lo hacían era en circunstancias tan poco fiables como las apariciones de vírgenes en Lourdes, Fátima y similar, es decir siempre a personas de mucha fe y bastante entusiastas (por no decir enajenadas), es comprensible que los poetas hicieran aparecer de manera muy discreta a los dioses. Si la guerra de Troya tuvo lugar, quienes participaron en ella seguramente no recordarían a ningún dios, excepto por deducción simpática o empática: «Es cierto que cuando Diomedes se abalanzó contra el ejército troyano parecía rodeado por un halo divino y que su furia parecía la de un dios olímpico».

La explicación anterior es la más razonable, sin duda, pero quizá no la más interesante o sugerente, y quizá sea compatible con la otra hipótesis, la de la voz de la conciencia. Los poetas pudieron ser movidos por ambas intenciones: no comprometerse hablando de presencias divinas que nadie vio, y por tanto haciéndolas privadas, y en ciertos casos convertir la voz de la conciencia del héroe en la voz de un dios.

Otra hipótesis relacionada con la voz de la conciencia va todavía más lejos. La propuso Jaynes en 1976 y propone que no es que los dioses sean la voz de la conciencia, sino que los dioses proceden de la voz de la conciencia. Es decir que la creación del pensamiento religioso tiene una relación directa con la percepción de la conciencia, de que somos conscientes.  Que los dioses, en definitiva son una expresión externalizada de lo que Jaynes llamó la mente bicameral. Pero ese fascinante asunto será motivo de otras homéricas.

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