Shakespeare y la novela histórica

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(c) Hartlepool Museums and Heritage Service; Supplied by The Public Catalogue Foundation
Marco Antonio ante el cadáver de César, por Robertson (c) Hartlepool Museums and Heritage Service; Supplied by The Public Catalogue Foundation

Shakespeare no era muy riguroso cuando sus obras transcurrían en otras épocas o en otros lugares y podía situar un puerto en Milán o describir una Roma que resultaba poco romana, al menos a los ojos de Voltaire. Su visión de la Verona en la que viven y mueren esos amantes llamados Julieta y Romeo seguramente tiene muy poco que ver con la Verona real de su época y más con la imagen de ese sur apasionado y pervertido que tenían los ingleses de la época de Shakespeare. La adaptación de Romeo y Julieta realizada por Baz Luhrmann en la que los Capuleto son una especie de siniestros de botas de punta afilada y tacón cortado y los Montesco unos mafiosos de camisas hawaianas es mucho más fiel a Shakespeare de lo que se  suele considerar: la Verona de Luhrmann es tan fantástica como la del propio Shakespeare.

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La adaptación Romeo+Juliet es tan fiel al original que no solo conserva los versos shakesperianos, sino que dura exactamente dos horas para no contradecir el prólogo de Shakespeare, en el que se dice: «El terrible episodio de su fatídico amor, la persistencia del encono de sus allegados al que solo es capaz de poner término la extinción de su descendencia, va a ser durante las siguientes dos horas el asunto de nuestra representación.»

Aunque escribiera obras de teatro, podemos considerar a Shakespeare como el equivalente de un autor de novelas históricas, con todas esas obras acerca de antiguos reyes daneses o ingleses, o de Julio César, Cleopatra y Marco Antonio, o de una guerra de Troya disparatada en su Troilo y Crésida, que, como es obvio, debe más a los personajes medievales de Chaucer y Boccaccio que a los de Homero, o acerca de mercaderes y moros de Venecia, o de hidalgos y amantes de Verona. Está claro, que en ese club de los narradores históricos, Shakespeare pertenece a los que no daban importancia a la documentación o la verosimilitud y que le daba igual mezclar épocas o inventar cualquier cosa allí donde le faltaba la información necesaria.

La tendencia actual es casi la contraria y los autores de novela histórica más bien presumen de rigor y de emprender exhaustivas investigaciones para que el lector sepa que todas las referencias y descripciones son correctas y que los datos fundamentales de la trama también lo son.

En este asunto, yo soy más bien partidario de la postura de Shakespeare, que consiste en elegir un escenario adecuado a lo que quiere contar sin atender mucho a la verosimilitud histórica. Esa era también la opinión de Goethe, que se tuvo que defender una y otra vez de las críticas acerca de la pobre verosimilitud de sus obras históricas, como Egmont, o las de su amigo Schiller, como Don Carlos. Goethe decía que los personajes y los momentos históricos elegidos eran solo una excusa dramática, porque un autor de ficción no tiene por qué igualar el rigor de un historiador.

En mi caso, en la duda entre leer una novela histórica o un libro de historia siempre o casi siempre acabo por decidirme por el libro de historia, aunque he leído unas cuantas novelas históricas. No habría por qué comparar, tal vez, pero quizá en este asunto  la comparación es inevitable: se trata de elegir si queremos leer la historia de Alejandro contada por un historiador o novelada, duda que no se plantea cuando leemos el Julio César de Shakespeare, cuyo valor histórico ni siquiera nos planteamos, al menos como requisito para darle nuestro visto bueno.  Sin embargo, en la novela histórica china que he escrito con Ana Aranda Vasserot, La memoria de los siglos, resulta curioso que hayamos decidido ser muy rigurosos, quizá porque esa es una buena excusa para investigar y leer libros de historia o conocer a todos los autores chinos anteriores a la unificación en el año -221. 

Se podría decir sin exagerar demasiado, que la historia a veces es un subgénero de la novela histórica, aunque probablemente es también el más interesante, del mismo modo que, como decía Bertrand Russell, a menudo la filosofía, en especial durante los tiempos medievales (añado yo) se puede considerar un subgénero de la novela fantástica. Tanto los historiadores como los autores de novela histórica «documentada» pretender ser fieles a la realidad de lo que sucedió, pero los historiadores lo hacen por el mero placer del conocimiento o para justificar sus interpretaciones, mientras que los novelistas lo hacen con el propósito de situar en un marco verosímil todas sus mentiras.

Continuará…


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Ver también: Escribir sobre Shakespeare

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