Relativismo cultural y malos tratos

imagesCARI919CImaginemos que yo le cuento a una amiga  que en otro país conocí a un señor encantador, pero que pertenecía a una etnia en la que estaba permitido pegar a las mujeres, así que ese señor me contó entusiasmado cómo pegaba todos los días a su mujer y cómo ella lo aceptaba sin protestar, porque esa era la costumbre.

Mi amiga, a la que conozco por sus simpatías feministas y su lucha contra el machismo y los maltratadores, me sorprende al responderme que hay que comprender a este hombre porque pertenece a una cultura diferente y no podemos juzgar desde nuestros propios esquemas una tradición ajena.

¿Cómo es posible que mi amiga me responda de esta manera?

La respuesta es, por supuesto, que mi amiga es una relativista cultural, así que, gracias a sus ideas antropológicas, ha podido reprimir la indignación que sin duda se habría despertado en ella si yo le hubiera dicho  que el maltratador era un amigo mío, alguien que pertenecía a nuestra propia cultura.

Reacciones semejantes a la de esta amiga (no tan imaginaria), se dan con frecuencia cuando hablas con relativistas culturales, en especial con antropólogos. Si la cuestión del maltrato se le plantea a un varón relativista, él tendrá incluso menos dudas que la mujer, sin duda porque la mujer relativista sentirá una mayor tensión intelectual y emocional entre sus ideas en general y sus ideas en particular acerca de una cultura ajena.

Esa actitud de respeto a los maltratadores es definida por sus partidarios como respeto a las culturas. Quizá lo sea, puesto que, sean lo que sean las culturas, es obvio que no tiene nada que ver con el respeto a las personas.

Ahora bien, si una situación equivalente a la que he descrito se da en la propia cultura, la actitud del maltratador es condenada sin paliativos…

Sin embargo, bien podría decirse que un señor que pega a su mujer en España lo hace porque ha recibido una determinada educación y pertenece también a una determinada cultura: la española. Si somos honestos, él sigue una tradición de siglos, mientras que los que nos oponemos a esa tradición de siglos somos peligrosos innovadores, como cuando rechazamos otros rasgos propios y característicos de la cultura española como son el maltrato a los animales en las fiestas populares.

Si el relativismo cultural se aplicase de manera coherente, deberíamos también respetar las costumbres de nuestra cultura, que estaban ahí antes de que llegásemos nosotros. Sin embargo, lo habitual es que todo el mundo reaccione indignado contra el maltratador y que se intente acabar con ese comportamiento, mediante razones o mediante castigos legales. Si alguien de nuestra cultura hace algo que consideramos erróneo, cruel o injusto, intentamos convencerlo e incluso obligarlo a cambiar de actitud. Lo hacemos porque consideramos que estamos con una persona con la que se puede razonar y argumentar o que, si no reacciona y depone su agresividad y violencia contra otros, debe ser castigada de algún modo.

Ahora bien, como ya he dicho, eso no sucede cuando estamos ante alguien de otra cultura, porque con esa persona de una cultura ajena se renuncia a hablar, razonar o argumentar. Esa diferencia de trato entre los nuestros y los ajenos no es muy distinta del racismo y el paternalismo, aunque se disfrace de respeto a lo diferente. En cuanto a mí, prefiero discutir con personas y no con culturas encarnadas, porque, como decía Chesterton, no es lo mismo amar a la Humanidad que amar a los hombres.


[Escrito en mayo de 1996]

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Ética, costumbres. sociedad, prejuicios

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