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Existen muchas maneras de definir qué es la inteligencia. Una de las más interesantes y precisas es:

Esta definición es bastante convincente, pero tiene el problema de que su campo de aplicación es muy amplio. Muchos animales pueden ser considerados inteligentes, como las abejas de las que hablé en Lo que sí está en los genes, capaces de señalar a sus compañeras dónde encontrar un buen campo de margaritas.

Ahora bien, quizá no nos parecen tan inteligentes aquellas otras abejas de la especie higiénica que son capaces de abrir celdillas infectadas pero que no tiran la larva enferma, a pesar de tenerla allí delante, ya que carecen de la instrucción genética para realizar esa segunda tarea, a primera vista tan obvia. El comportamiento instintivo no nos parece inteligente y tampoco creo que lo sea el intuitivo, que es una especie de instinto, pero adquirido durante la vida del individuo, como dije en Inteligencia intuitiva.

Volvamos a la definición de inteligencia.

El comportamiento inteligente podría incluir no solo animales como las abejas, los cuervos, los perros y los gatos, y quién sabe si las esponjas (que tardaron hasta 1765 en ser reconocidas como animales), sino también a los ordenadores personales e incluso a los termostatos.

Eso último es lo que opinó hace muchos años Marvin Minsky, uno de los pioneros de la Inteligencia Artificial. Minsky opinaba que un termostato que mantiene estable la temperatura de una habitación es inteligente, puesto que recibe información del medio circundante, por ejemplo, que la temperatura es de 12 grados, por lo que, a continuación, modifica su conducta, dando salida a aire caliente hasta que la temperatura se eleva a 18 grados. Cuando vuelve a recibir la información de que la temperatura deseada ha sido alcanzada, vuelve a modificar su conducta e interrumpe o disminuye la salida de aire caliente.

La provocación de Minsky tenía la intención de señalarnos lo difícil que resulta definir la inteligencia, a pesar de lo que creen los partidarios de los test de inteligencia, quienes acaban en la inevitable conclusión de que la inteligencia es esa cosa que miden los test de inteligencia.

El fantasma en la máquina: la válvula termostática
Marvin Minsky y un amigo

Aristóteles ya nos ofreció una brillante distinción entre las tres clases de alma o naturaleza: la de las plantas, con alma vegetativa; la de los animales, con alma vegetativa y sensitiva, y la de los seres humanos, con alma vegetativa, sensitiva e intelectiva.

Pero también podríamos considerar que las plantas, los animales, los seres humanos e incluso los termostatos pertenecemos a una extraña especie o género, la de los “procesadores de información”. Nos distinguimos unos de otros según sea nuestra mayor o menor capacidad de procesamiento. Probablemente, un termostato sea en esta clasificación un pariente cercano de una esponja, mientras que los más avanzados ordenadores comienzan a compartir con nosotros un cierto aire de familia.


 

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