Noúmenos y phenómenos
“Aunque se dijera que toda esta vida no es más que un sueño y que el mundo físico es un puro fantasma, ese sueño o ese fantasma me parecerán suficientemente reales si al usar bien la razón no quedáramos nunca defraudados”.
Leibniz
Esta frase, citada en una antología de James R.Newman, resume perfectamente algo que he estado argumentando en los últimos días (ver Sexto Empírico y los escépticos y Comentario a los diálogos entre Hylas y Filonus y Mi metafísica).
Me refiero al asunto de apariencia y esencia, de númenos y fenómenos. Lo aparente y lo real, lo que vemos y lo que permanece oculto.
Los filósofos y los metafísicos o los teólogos, los místicos y los teósofos, suelen decir que todo lo que vemos, el mundo material, es simple apariencia. Pero esa afirmación apenas tiene sentido, pues, sea o no aparente éste mundo, la verdad es que tiene una extraordinaria coherencia. Una coherencia semejante a ese sueño de la vida del que hablaba Leibniz.
No voy a extenderme aquí en este asunto (puesto que lo trato en Mi metafísica en detalle), pero el problema es que preguntar qué es una cosa es una pregunta sin sentido: si definimos esa cosa, lo que hacemos es definitiva es decir que esa cosa es otra cosa, lo que resulta absurdo. Es el problema del isomorfismo y del conocimiento metafórico, que Lakoff y Johnson consideran como la manera en la que obtenemos nuestro conocimiento.
Pero ese es un argumento que lleva al absurdo: aunque es evidente que conocemos muchas cosas adaptándolas a cosas ya conocidas, en general, lo que hacemos es percibir cosas diversas y después abstraer formas comunes e isomorfismos explicativos. Así, si usamos el célebre método nemotécnico de las habitaciones, cuando aprendemos una lista de objetos no la percibimos gracias al isomorfismo nemotécnico, sino que lo que hacemos es aprender y memorizar esa lista gracias a ese isomorfismo, a esa relación bivalente entre algo poco familiar -los objetos- y algo familiar (las habitaciones).
Comentario en 2014
Lo de las habitaciones es el célebre método de los loci o lugares, que se atribuye al poeta Simónides. Lo conté en Homero en casa de Simónides:
“Ni Ong, más que en una mención rápida, ni Auerbach ni Havelock mencionan, y eso me extraña, el método memorístico más célebre, el de los loci (lugares) de Simónides, también llamado Teatro o Palacio de la memoria. Se cuenta que el poeta Simónides asistió a un banquete en el que se ofendió a los gemelos divinos Cástor y Pólux, hermanos de Helena de Troya y de Clitemnestra. Un criado se acercó en un momento dado a Simónides y le dijo que había dos jóvenes que le esperaban en la puerta. Salió el poeta a verlos y cuando estuvo fuera el edificio entero se derrumbó, muriendo todos los invitados. Al parecer no sólo se derrumbó, sino que fue convertido en cenizas, tal vez por un rayo. Los cuerpos de los asistentes estaban tan desfigurados que resultaba imposible reconocerlos, pero Simónides se acordó de dónde estaba sentado o tumbado cada uno durante el banquete, y así pudo identificarlos a todos”.
Lo que quise decir al referirme al método de los loci y a la teoría de Lakoff y Johnson acerca de que todo el conocimiento es isomórfico o metafórico, es decir que consiste en poner en correspondencia una cosa conocida con otra no conocida, era que es cierto que casi siempre podemos conocer de esa manera cosas nuevas (ya lo decía jenófanes: “Lo conocido es la base de lo desconocido”), pero a veces lo hacemos no porque la nueva cosa sea como la antigua, sino porque la antigua o la nueva señalan a la otra cosa: son más señales o ganchos que reflejos.
Comentario en 1993 (en rojo, partes añadidas en 2014):
En realidad, el preguntar acerca de qué es una cosa, no es tan absurdo, como digo en cierto momento. Es cierto que cuando se habla de modo abstracto, de Dios, de las esencias, de lo inaprensible, no suele llegarse a ningún lugar interesante preguntando qué es una cosa:
– ¿Es un espíritu?
– Sí.
– ¿Y qué es un espíritu?
– Ni idea. Solo sé que un espíritu es otra cosa.
Pero, si descendemos a la práctica, vemos que hay preguntas por el qué perfectamente razonables. Por ejemplo: “¿Qué es? (¿Hombre o mujer?)”, que pueden ser respondidas sin caer en ningún círculo vicioso de isomorfismos autorreflejados.
Otra pregunta: “¿Qué es?” referido a algo que se percibe confusamente.
En este segundo ejemplo no se ofrecen de antemano la opción de respuestas (hombre/mujer), a no ser que se considere que en la pregunta se halla implícito todo el universo, o al menos todo el universo conocido por el que pregunta (con lo que llegaríamos a una de esas verdades triviales que tanto interesan a los filósofos obsesionados por el lenguaje y la epistemología).
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El texto original es una anotación personal de 1990, y esa es la causa de que resulte a veces de difícil comprensión, ya que no estaba destinado a ser leído por otras personas. Ahora lo he revisado levemente para hacerlo más comprensible (incluso para mí mismo, para mi yo de ahora, que no siempre entiende al de entonces).
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Metafísica
¿Cómo es el mundo?
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Creo que al final queda claro que no es tan absurdo como digo al principio el preguntar qué es una cosa. cuando se habla de modo abstracto, ése argumento puede parecer convincente, pero si descendemos a la práctica, vemos que hay preguntas por el qué perfectamente razonables. Por ejemplo ¿Qué es? (¿Hombre o mujer?), que pueden ser respondidas sin caer en ningún círculo vicioso de isomorfismos autorreflejados.
Otra: ¿qué es? (referido a algo que se percibe confusamente); en este segundo ejemplo no se da de antemano la opción de respuestas (hombre/mujer) a no ser que se considere que en la pregunta se halla implícito todo el universo, o cuando menos todo el universo conocido por el que pregunta. Cosa que es una de esas verdades triviales que tanto interesan a los filósofos obsesionados por el lenguaje y la epistemología.