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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
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Mirar a las mujeres
NO LUGAR ~4

Tren de cercanías viajando de Plaza de Cataluña a Sant Joan (Barcelona)

Lunes 1 de diciembre de 1997

Pues sí, sí que hablo aquí del tren, aunque sea del tren de cercanías. Y sigo hablando de las chicas.

Caminando desde el no lugar autocar al no lugar tren de cercanías, he sorprendido en la calle (¿es la calle un inmenso no lugar?) a una chica, que caminaba en sentido contrario, mirándome. Al saberse sorprendida, se ha avergonzado y ha bajado la mirada. En las taquillas miré a otra muchacha, con un corte de pelo a lo Lauren Bacall, que ha sonreído, pero sin mirarme, al descubrir mi mirada.

Mi amigo Enrique me explicó que los frecuentes malestares de mis ojos se deben a que soy, como él, una persona muy visual: me alimento con los ojos. No sé si es plausible, pero es una explicación muy sugerente: mis ojos acaban tan sobrecargados, tan fatigados de tanta información, que se hinchan, se secan, estallan sus delicadas venillas.

He dudado muchas veces si está bien o no mirar a las chicas. Hay algunas mujeres que, ante esta idea, se muestran disgustadas, se escandalizan, aunque se trata de un escándalo en sordina, en tono menor, como si mirar a los demás también fuese una de esas intromisiones intolerables en la intimidad de los otros… Y, bueno, es cierto que hay miradas y miradas.

No me pretendo original al decir que pocas cosas en la vida me parecen más hermosas e interesantes que las mujeres. Sé que es muy probable que en gran parte se trate de una simple predisposición genética, pero no creo que esta fascinación sea una muestra de machismo, como algunas mujeres parecen suponer. Como dijo mi amiga Karina hace unos días, es muy probable que a las mujeres el cuerpo masculino les resulte igual de atrayente, aunque les cueste reconocerlo y no lo digan porque, precisamente, llevan puesta la máscara de la indiferencia, tras la que se esconden ellas mismas de sí mismas.

Los hombres homosexuales reconocen sin pudor esa atracción hacia los cuerpos de otros hombres, y lo mismo sucede con las mujeres homosexuales en relación con los cuerpos de otras mujeres. En cuanto a los heterosexuales parece que en este aspecto se mueven entre la vulgaridad (hombres) y el silencio (mujeres). En cualquier caso, parece absurdo no mirar lo que te parece hermoso, admirar los cuerpos inmóviles de las esculturas griegas y sin embargo perder la oportunidad de disfrutar con cuerpos vivos semejantes a aquellos que les sirvieron como modelo.

Pero, como dije antes, hay miradas y miradas.



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