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Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau
Sabios ignorantes y felices, de Daniel Tubau

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No hay una única receta para la felicidad, pero sí recetas felices

Maneras de predecir el futuro

Adivinar el futuro ha sido una ambición de los seres humanos desde los tiempos más remotos. Se ha intentado conocer el futuro leyendo las entrañas de animales, mirando las estrellas, sacrificando toros o caballos, echando las cartas, examinando los posos del café o interpretando los sueños, como hizo Daniel cuando el rey Nabucodonosor soñó con una extraña estatua:

Tú, oh rey, mirabas, y he aquí una gran estatua. Esta estatua, que era muy grande y cuyo brillo era extraordinario, estaba de pie delante de ti; y su aspecto era temible.
La cabeza de esta estatua era de oro fino; su pecho y sus brazos eran de plata; su vientre y sus muslos eran de bronce; sus piernas eran de hierro; y sus pies en parte eran de hierro y en parte de barro cocido.
Mientras mirabas, se desprendió una piedra, sin intervención de manos. Ella golpeó la estatua en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó.
Entonces se desmenuzaron también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro; y se volvieron como el tamo de las eras en verano. El viento se los llevó, y nunca más fue hallado su lugar. Y la piedra que golpeó la estatua se convirtió en una gran montaña que llenó toda la tierra.
 Daniel interpretó esa estatua formada por diversos materiales como la sucesión de cuatro grandes reinos, que los seguidores de los textos bíblicos han intentado situar en la historia conocida con mayor o menor éxito.

Como es sabido, o como debería serlo, el método de los profetas consiste fundamentalmente en contar el pasado como si fuera el futuro, es decir: inventarse a un profeta que habría vivido en tiempos de Nabucodonosor y atribuirle un texto escrito trescientos o cuatrocientos años después, un texto escrito por ellos, claro, por los propios profetas.

Interpretación moderna de la estatua

La anterior es una manera curiosa de predecir el pasado, que tiene ciertas semejanzas con la que tenían que aplicar los historiadores rusos durante la época de Stalin, pues constantemente se veían obligados a reescribir el pasado, siempre en función de las purgas ordenadas por el dictador. Eso les obligaba a borrar de las fotografías a quienes ya no eran bien vistos. Ante la dificultad de predecir lo que el día de mañana sería correcto, un historiador soviético de la época dijo: “Hoy en día lo difícil no es predecir el futuro, sino el pasado”.

Un camarada caído en desgracia desaparece del pasado

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