Lo uno y lo plural

El panteísmo considera que todo es Dios. El ateísmo afirma que nada es Dios. Algunos pensarán que son dos maneras de decir lo mismo, pero implican comportamientos muy distintos.

Para el panteísta restan pocas dudas: si todo es Dios, todo es bueno. Para el ateo, las cosas no son tan sencillas.

Algunos, los fatalistas, piensan que todo es malo; otros, los escépticos, que hay cosas buenas y cosas malas, o que es absurdo decir que haya cosas buenas o malas. Los escépticos pirrónicos dirán que no saben qué responder. Son pocos los ateos optimistas.

Naturalmente, todo esto se refiere a la esencia de la realidad, no a cuestiones de moral o de actividad práctica. Luego se verá que es difícil hablar de lo uno sin hablar de lo otro.

Una vara de bambú tensada en exceso siempre se quiebra, a no ser que sea al mismo tiempo dura y flexible, que la tensión de sus extremos se vea compensada por la resistencia de su parte central. La parte central de esta vara que tiene sus extremos en el ateísmo y el panteísmo está ocupada por diversos pluralismos. Uno de ellos es el dualismo que distingue entre Dios y el mundo. Otro, el trialismo, como las tres sustancias de David de Dinant (Dios, la materia y el alma), que finalmente acabarán siendo una y la misma, y su trialismo, monismo.

Amaury de Bene, compañero hereje de David de Dinant en los Hermanos del Libre Espíritu".
Amaury de Bene, compañero hereje de David de Dinant en los Hermanos del Libre Espíritu.

Pero el pluralismo propiamente dicho distingue, no ya entre Dios y el hombre, sino en la noción de Dios mismo, multiplicándola en dioses (o Dioses, como decían los estoicos y Salvador Pániker).

En los últimos siglos occidentales se ha creído en uno de esos pluralismos o dualismos que conciben a Dios como espíritu, o más que espíritu, y al mundo como materia. El hombre es un ser híbrido, un alma espiritual encerrada en una estructura carnal, que puede, por el esfuerzo de su voluntad, descender hasta las bestias o elevarse hacia los ángeles, como dijera Pico de la Mirandola. Al menos esa era la concepción oficial. Si se ajustaba a la ortodoxia cristiana o no, es una cuestión no sólo difícil de resolver, sino más temporal que doctrinal: para Tertuliano, Dios mismo era material.

También existía el Dios de los filósofos. Spinoza proponía el panteísmo, anunciando, solitario, los tiempos presentes, pero casi todos los pensadores de su época preferían el deísmo. Hasta los librepensadores como John Toland eran deístas, a pesar de que suele decirse que el único Dios al que adoraban era la Razón. El deísmo concibe un Dios que crea el mundo y luego lo abandona, manteniéndose apartado a la manera de los dioses epicúreos.

Giovanni Pico della Mirandola
Giovanni Pico della Mirandola

El Dios de los deístas está tan alejado del mundo y del hombre, que uno se pregunta para qué le sirve ese Dios al hombre.

El Dios de los panteístas está tan cerca, que no se sabe para qué sirve el hombre.

En el siglo XIX, Chesterton buscó un pensamiento heterodoxo. Cuando le estaba dando los últimos toques, descubrió que lo que había hallado era la ortodoxia. Podemos considerar a Chesterton, pues, un representante de la ortodoxia cristiana, o católica, a pesar de que Bernard Shaw decía que la barca de la religión hacía aguas cuando Chesterton subía a ella, aludiendo a su peso y a su curiosa manera de defender el dogma. Volveremos a hablar de Chesterton más adelante, como abogado del dualismo.

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Lo anterior puede hacer pensar que en los últimos siglos no había en Occidente nada parecido a lo que ahora llega de Oriente. No es así, por supuesto, y quien quiera seguir las enseñanzas del Oriente y al mismo tiempo ser cristiano, sólo tiene que leer a fondo a algunos de los Santos Padres o a Escoto Erígena. Por otra parte, concibiendo la realidad a la manera de Spinoza y la relación con Dios al modo de Eckhart, uno puede aproximarse muchísimo a las doctrinas de la India.

También se ha dicho en Occidente aquello de que Dios está en todas partes, lo que era motivo de continuas bromas en la escuela, pero pocos se tomaban esa afirmación tan en serio como los tantristas de Oriente, a no ser Goethe:

“Mi pura, mi honda, mi experimentada idea que me enseñaba a ver a Dios en la Naturaleza y a la Naturaleza en Dios, hasta el punto de constituir esa idea la base de toda mi vida”.

En cualquier caso, el pensamiento oriental comenzó a ser conocido en Occidente desde que los ilustrados comenzaron a mirar más allá de los lindes europeos: Diderot nos habla de muchas filosofías y religiones no europeas, algunas asombrosas para el lector actual, que está mejor informado. Schopenhauer, un gran lector de los Upanisads, tenía en su habitación una estatua de Buda junto al busto de Kant. El injustamente olvidado Fritz Mauthner se consideraba a sí mismo escéptico y budista. A través suyo, tal vez, la influencia oriental llegó hasta Wittgenstein, quien es comparado por Gudmunsen con el mahayana (Russell es equiparado con el hinayana). Sin embargo, todas esas ideas orientales eran sólo planteamientos intelectuales que raramente llevaban a verdaderas transmutaciones religiosas. Eran proposiciones filosóficas, no contenidos de una vivencia religiosa.

Arthur Schopenhauer
Arthur Schopenhauer

El verdadero auge de las religiones orientales se inició en los años veinte y treinta, y culminó en los sesenta. Yo tengo un libro editado en 1949 que constata esta invasión, se llama La intoxicación oriental de Occidente (su autor incluye entre los orientales a los eslavos y a los germanos).

Pero si examinamos eso que llamamos, de un modo ofensivamente simplificador, religiones o filosofías orientales, vemos que lo que realmente ha prosperado en Occidente ha sido el panteísmo monista, con el que muchos, muy precipitadamente, identifican todo el pensamiento oriental. De las seis darsanas ortodoxas hindúes, las únicas que realmente han penetrado en Occidente han sido el yoga y el vedanta. Del budismo, versiones mahayana y el zen japonés. De China, el taoísmo. Del Japón, que hoy inunda Occidente con el zen, el bushido, el sumo, los ninjas, los haikus y las tankas, los samurais y su maravillosa cocina, ha llegado también, y sigue llegando, aquello que Okakura llamaba teísmo (de té, no de Dios): las costumbres, los ritos, la atención hacia lo pequeño, hacia aquello que para los occidentales son sólo detalles. Por último, el tantrismo.

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Volvamos al origen de este artículo. Desde el punto de vista de la relación entre el hombre y Dios, podemos hablar de Dios, de los dioses (o los Dioses) y de lo Divino. El monismo habla de lo Divino, el Tao, la Naturaleza, lo Ello, el Todo, lo Brahmán o lo Absoluto. El dualismo, del hombre y de Dios, o del mundo y Dios. El pluralismo, de los hombres y los dioses.

Los pluralistas, desde que el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio Romano, han sido llamados paganos en Occidente, y actualmente en casi todas partes. Pero hoy apenas quedan paganos, a pesar de los millones de dioses hindúes y de los millares de vírgenes del cristianismo. Claro que, en este artículo, hablo de los hombres preocupados por comprender lo que creen; eso que suele llamarse «el pueblo» siempre ha sido bastante pagano, cosa que comprendió el mahayana al aceptar a todos los dioses y a cualquier Dios. Pero ahora la lucha doctrinaria parece tener lugar entre las religiones del Libro y las religiones orientales.

Como yo estoy al margen, voy a defender ahora a los cristianos, es decir, a los monoteístas dualistas.

Los partidarios del pensamiento oriental dicen que el Dios del cristianismo -y el de los hebreos y los musulmanes- refleja una creencia egoísta e infantil. Egoísta porque el creyente ruega a Dios que le ayude, le sostenga o le evite caer en la tentación, que le salve. Infantil porque cree que Dios le escucha. A ello se une el creer que Dios premia y castiga, como un padre terrible que aplicase los métodos pedagógicos de Bruno Bettelheim. Decía Sri Ramakrishna que cuando leyó los libros cristianos sólo encontró lamentos acerca del pecado.

Heinrich Zimmer nos explica que el Dios de la Bhagavad Gita, está mas allá del bien y del mal, pero que el Dios colérico del Antiguo Testamento y el compasivo que se autosacrifica del Nuevo Testamento no nos dicen nada de la naturaleza de la realidad, sino tan sólo de la del devoto.

La ciencia parece también aliarse con Oriente, no sólo a través de las interpretaciones de la física cuántica de David Bhom, del ‘vedantismo’ de Schrodinger o del Tao de la Física, sino también con los hologramas: un fragmento de holograma conserva toda la información del holograma entero, como las mónadas leibnicianas que Chami anticipara:

“Los átomos, todos cuantos constituyen el universo, vinieron a ser otros tantos espejos, cada uno de los cuales reflejó un aspecto del eterno esplendor”.

He aquí en cada individualidad reflejada la totalidad, lo Uno en lo plural.

Todo esto es muy razonable. El problema es si un creyente necesita ser tan razonable. «Creo porque es absurdo», decía Tertuliano. Si no fuese absurdo, no se necesitaría el auxilio de la fe, y si se tiene la fe, la razón resulta innecesaria. Habría que ver, sin embargo, si el hecho de que la esencia de la realidad sea de una u otra manera tiene verdadera importancia desde el punto de vista práctico del creyente.

francisco

El cristianismo tiene un ejemplo excelso de la diferencia que existe entre fundirse con Dios y fundirse en Dios: Francisco de Asís. El poverello ama verdaderamente a Dios, no a sí mismo. Ama a otro, como aman los amantes. Y ama al mundo, a todas las criaturas, a los animales y a los árboles, al hermano Sol y a la hermana Luna, a los leprosos y a los asesinos, pero los ama porque ama a Dios, no porque sean Dios. El verdadero amante ama de la misma manera: la prueba es que si pierde al objeto de su amor deja de amar al mundo. “Podéis decir, señalaba Chesterton, que Francisco era un lunático, amante de una persona imaginaria; pero se trataba de una persona imaginaria, no de una idea imaginaria.”

La doctrina del Atman-Brahman (Yo-Todo, en Imperfecta traducción), ejemplificada en la expresión Tat tvam asi (Tú eres Eso), puede ser muy estimulante desde el punto de vista intelectual, pero desde el punto de vista amoroso es puro egocentrismo. Para Francisco, el mundo es obra de Dios, pero no es Dios. El propio, Francisco, incluso cuando más se acerca a Dios, sigue siendo el poverello. Francisco no quiere ser Dios, quiere amar a Dios, invirtiendo los términos del orientalismo que afirma que sólo se puede ser Dios, pero no conocer a Dios.

Mahoma dice: “El Ihsán consiste en que adores a Dios como si Lo vieses, y si no Lo ves, Él, sin embargo, te ve”. Pero, ante muchas de las ideas orientales de la divinidad, incluido el sufismo musulmán, uno no se pregunta si existe la imagen de Dios en el hombre, sino si existe la imagen del hombre en Dios.

Antes hablábamos de Leibniz, asociándolo a las ideas monistas, pero Leibniz pensaba que no había comunicación entre las mónadas (“las mónadas no tienen ventanas”) y que había algo más allá de las monadas, algo que unificaba las infinitas perspectivas de todas ellas. Y ese algo, como el Dios de Francisco, no es ni las mónadas, ni la suma de las monadas, aunque sí su creador. En ese Dios, pero sólo en él, desaparece la antítesis entre sujeto y objeto, entre el proceso del conocer y el objeto del conocimiento.

Martin Gardner se considera a sí mismo teísta (de Dios, no de té) o fideísta. Los teístas consideran que los deístas, al negar todo carácter personal a Dios, son panteístas, y que un panteísta es casi indistinguible de un ateo (el arco se ha tensado tanto, que es un círculo). El fideísta o teísta busca el diálogo con Dios, no el monólogo consigo mismo.

Gardner admite que en su teísmo sólo le mueven motivos emocionales (“no ‘hay otros”) y que necesita, como Francisco de Asís, un Dios al que uno pueda rezar y que ofrezca una esperanza de inmortalidad. Un Dios, dice, que sea “enteramente otro, aunque impregne cada aspecto del universo”.

Robert Graves amaba con la misma intensidad a la Diosa Blanca. En la India, Sri Ramakrishna, que conoció a Dios en todas sus manifestaciones, también prefería hablar de la Diosa, a la que amaba como Francisco al Dios de los cristianos. Tal vez no sea casual que Ramakrishna considerase a Jesucristo una encarnación del Amor.

Pero el Dios del monismo panteísta no puede ser amado de la misma manera. Los tirtankara de los jaina están mas allá del acaecer cósmico y ni escuchan ni ayudan a los fieles. También en Occidente Newton fue influido por la identificación de Henry More entre Dios y vacío: ambos son inextensos, inmateriales, inmutables y muchas cosas mas. Para un fideísta ha de resultar muy difícil rezar y amar a un Dios que es tan sordo como el espacio vacío.

Termino con una idea sufí, y que cada cual la interprete a su manera. Es Dios quien habla:

“Yo era un tesoro escondido y quise ser conocido, entonces creé el mundo”.


[Lo uno y lo plural fue escrito en 1991]

Comentario en 1998
Escribí Lo uno y lo plural  para presentarlo a un concurso acerca de Dios convocado por la revista El Ciervo, que es una publicación cristiana progresista a la que estoy suscrito. No gané el premio en ninguna de sus categorías y sólo supe que uno de los responsables de la revista, Lorenzo Gomis, le comentó a mi padre que mi artículo le había parecido «muy sabio». La verdad es que nunca he llegado a saber si eso era un elogio sincero o un reproche oculto.
Durante bastante tiempo, me arrepentí de haber escrito algo tan ilegible y preferí pensar que lo que dijo Gomis era, efectivamente, un reproche oculto, pero razonable. Ahora, sin embargo, el artículo me parece bastante interesante. Reconozco que su lectura puede resultar difícil, pero no creo que ello se deba a una exposición confusa, sino más bien a la multitud de cosas que en él se mencionan, y a las que muchas veces se alude sin mayor explicación. Este es un reproche que me hizo, por ejemplo, mi amigo Marcos. La razón de lo anterior, de esas alusiones que no se explican, es que escribí el artículo de un tirón, sin consultar ningún libro, dejándome llevar por el ritmo de la escritura y fiándome de mi memoria.
Pienso, sin embargo, que si yo no hubiese escrito este artículo, me habría gustado leerlo y que tal vez elogiaría a su autor. Con esto quiero decir que para que este artículo no resulte un fárrago indigerible, conviene estar familiarizado con la teología y la filosofía, así como poseer bastantes nociones acerca de las principales religiones del mundo. Sólo así, supongo, se pueden captar muchas de las ironías y alusiones del artículo, y bajo la sucesión de referencias, enumeraciones y citas, percibir el espíritu que late debajo, que, creo, pasa inadvertido para casi cualquier lector. Posiblemente, al escribir el artículo quise aplicar el consejo de no subestimar o tratar como a un tonto al lector, y lo hice con un empeño excesivo. También creo que hay algunas cosas innecesarias, como la metáfora del arco tensado, y que algunas partes del artículo deberían reordenarse, pues a veces trato un tema, lo abandono y lo recupero más adelante sin transición.
De quienes han leído el artículo, creo que el único que lo pudo disfrutar plenamente (aparte de Lorenzo Gomis, tal vez) fue mi amigo y compañero en la carrera de filosofía Manuel Abellá, sin duda porque estaba familiarizado con muchas de las cosas que  son mencionadas en el artículo. Él mismo me comentó con muy buenas razones que le había gustado mucho. Pero hay pocos lectores como Manuel, lo que no es un desprecio para los otros, sino un elogio para él. Es como si alguien no familiarizado con la mitología celta, griega, hebrea, etcétera, lee La Diosa Blanca de Robert Graves: podrá disfrutar, pero no de la misma manera que un mitófilo.
¿Por qué?
Porque el lector no familiarizado con la mitología se ve obligado a descubrir casi al mismo tiempo los nombres y hazañas de los dioses y las hipótesis más o menos heterodoxas de Graves, por lo que ni siquiera es capaz de darse cuenta del grado de heterodoxia de esas opiniones y de sus importantes consecuencias (hasta puede llegar a pensar que aquellas son las opiniones ortodoxas).
Y con esto basta como justificación de mí mismo y de mi artículo.

Comentario en 2011
Con lo anterior está casi todo dicho. Aunque en mis ensayos y libros tiendo a ser bástante claro, ligero e incluso didáctico (por una serie de razones en las que ahora no me detendré y que no sólo tienen que ver con ese aparente didactismo), este artículo está escrito, digamos, para «la cofradía», para una banda de amigos obsesos por un  tema, así que entiendo que a la mayoría de los lectores no llegue a interesarle. De todos modos, tiempo después convertí el artículo en un trabajo para la asignatura de Teología, y allí cité y referencié todas las alusiones. Pronto subiré también ese trabajo a esta página.

Comentario en 2014
Pasados unos cuantos años, constato que no he subido ese trabajo. Espero hacerlo pronto.

Comentario en 2023
Después de todos estos años, sigo sin subir el artículo anotado. Creo que ahora sí lo haré, en unos días. También añadiré una carta que escribí a mi padre hablando de este asunto en un lenguaje coloquial. De todos modos, ahora continúo con la sensación de que no es un mal ensayo breve acerca de lo que dice el título: lo uno y lo plural.
Lo único que he modificado respecto al texto original es la metáfora del arco tensado, que he cambiado por una vara de bambú.

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