Lo peor de lo malo (el procés catalán)

Que se celebre o no un referéndum en Cataluña es una cuestión que no me interesa demasiado, excepto porque la propuesta del gobierno catalán para celebrar ese referéndum es a todas luces absurda e injusta. Ni la manera de convocarlo ni la participación en esa farsa puede autorizar a nadie a decir que se ha escuchado la voluntad de los catalanes. Pero, excepto por esta cuestión derivada, el asunto del referéndum no me inquieta en exceso. Puedo entender que haya personas que están a favor de celebrar una consulta, un verdadero referéndum, legal y en el que participen en igualdad de condiciones todos los catalanes y con todas las garantías democráticas. No entraré aquí en el asunto de si deben votar solo los catalanes o todos los españoles. Sé que lo justo y racional sería que votasen todos los españoles, pero también sé que no es eso lo que suele suceder en este tipo de procesos.

Tampoco me preocupa demasiado el hecho de que Cataluña pueda ser o no independiente. Me resulta bastante indiferente que en Europa existan cincuenta o cincuenta y un países. El asunto solo me inquieta porque lo mejor del proyecto de la Unión Europea es sin duda la tendencia a disolver las naciones, por lo que crear una nueva parece ir hacia atrás más que hacia adelante. Pero todos sabemos que se han creado muchas naciones en los últimos años, en especial tras la caída de la Unión Soviética y de la antigua Yugoslavia. Sabemos que algunas como Eslovaquia se crearon de manera ilegal pero que ahora tanto Chequia como Eslovaquia han eliminado la breve frontera que las separó y que ambas comparten el espacio común europeo. Pero este asunto tampoco es el que más me preocupa, excepto por ciertas consecuencias que parecen inevitables, al menos en los primeros años de ruptura, como la discriminación que puede sufrir una parte importante de catalanes, además de perder sus derechos como españoles y como europeos, que ya es mucho perder. No estoy muy seguro de si las instituciones europeas podrán defender los derechos de esa parte de catalanes que ni siquiera son minoría (me refiero a los castellanohablantes) con más eficacia de lo que se ha hecho hasta ahora por parte de las instituciones españolas o catalanas (es decir, con casi nula eficacia). Tengo mis dudas.

Aparte de estas cuestiones, sin duda graves e inquietantes, está el hecho de que  creo que Cataluña perdería mucho más, en especial en el terreno cultural y de la vida social, sin el resto de España de lo que perdería España al quedarse sin Cataluña. A eso habría que añadir que lo más probable es que Cataluña  se convertiría en una de las naciones más antipáticas y ariscas de Europa, algo que en este momento ya casi parece haber conseguido, al añadir a su desprecio a los andaluces, castellanos y extremeños y su aversión a los madrileños, el reciente odio indiscriminado a los turistas. A ello se añade,  la crispación entre las dos mitades enfrentadas de catalanes alrededor de una idea tan tonta. Pero, insisto, todos estos efectos colaterales son muy desagradables, pero no son lo que realmente me inquieta.

  Existe algo bastante más peligroso en todo esto, como ya he insinuado antes, aunque tampoco es lo que más me inquieta: el quebrantamiento de la legalidad en un país democrático. Eso sí que es grave, porque la construcción de la Europa unida, solidaria y pacífica ha resultado extremadamente difícil y se ha basado en la asunción de ciertos principios básicos: el respeto de los derechos humanos, la tolerancia hacia las minorías y los divergentes y la aplicación de las reglas propias de una democracia y un estado de derecho. Es obvio que el presidente de la Generalitat Carles Puigdemont y sus socios han quebrantado de manera brutal todos estos principios y han emparejado a Cataluña con países como Polonia y Hungría, pero han ido incluso más lejos y han creado un precedente muy peligroso, que los líderes catalanes deberían tener en cuenta, sobreponiéndose a su narcisismo. Legitimar la arbitrariedad y la desobediencia a las leyes constitucionales en una Unión Europea de 28 naciones llenas de populistas, nacionalistas, fascistas y antisistema de diversos pelajes, es jugar con un asunto demasiado peligroso.

Otro aspecto que me preocupa bastante, pero que sigue sin ser el más inquietante de todos los implicados en el procés, es el observar que el proyecto independentista no solo es ilegal y no solo pone en peligro las normas democráticas aceptadas en Europa, sino que está conducido por un grupo de políticos que están claramente implicados en una corrupción que va más allá de la financiación a un partido, como puede ser el caso del Partido Popular. Se trata más bien de una red que quizá no sería  exagerado calificar de mafiosa en el pleno sentido, que ha controlado y controla todos los aspectos de la vida social catalana y que ejerce una presión y control sobre los ciudadanos disidentes que no es propia de un país democrático. Esto es realmente grave, es cierto, y es obvio que detrás de este movimiento nacional tan efervescente está el deseo de escapar a la justicia, no por las ilegalidades del proceso, sino por la corrupción de décadas, todo ello apoyado por un partido que se denomina antisistema y que parece encantado de ayudar a esta gente a huir de la justicia. Pero tengo que admitir que tampoco es mi máxima preocupación, no es lo que más me entristece de todo este absurdo proceso, procés o prusés, como lo denomina Ramón de España en sus divertidas crónicas desde el manicomio catalán.

Lo que más me inquieta y me entristece es el hecho mismo de que exista este fenómeno. La constatación de que una parte importante de la sociedad catalana se sienta atraída por una idea tan rancia y reaccionaria como el nacionalismo. Me entristece ver que ciudadanos de un lugar privilegiado de Europa, por su desarrollo social y cultural, desfilen entusiasmados detrás de banderas nacionales, que griten, canten, se emocionen, lloren, que pierdan tantas buenas energías en pro de una idea tan estúpida como el nacionalismo. Hace mucho tiempo, yo veía a los catalanes como gentes que estaban más allá de estas simplezas, como el lugar más cosmopolita de España, el que estaba por delante del resto de los territorios españoles. Gentes que disfrutarían con “La mala reputación” de Georges Brassens, con aquello de “El día 14 de julio, me quedo durmiendo en la cama”. Pero los últimos años, las últimas décadas, han ido disolviendo aquella imagen de Cataluña y me han ofrecido la certeza de que hay pocos lugares, no ya en España sino en Europa, en los que haya más patrioterismo barato, nacionalismo entusiasta y emociones desbordadas por trapos de colores que en Cataluña. Eso es lo que más me preocupa, porque las otras cuestiones quizá tienen remedio, pero esta no es tan fácil de solucionar y, suceda lo que suceda, es muy probable que una parte importante de la población catalana siga atascada en el nacionalismo bastantes años más y que, además, contagie, como ya está haciendo, a otras comunidades hasta ahora casi inmunes a ese virus. Imaginar que Cataluña seguirá enfangada en los próximos años, gane quien gane, en una emoción tan indigna como el nacionalismo es lo que de verdad me desalienta.


Todas las viñetas de El Roto, publicadas en El País: El Roto.


NACIONALISMO E IDENTIDAD

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